Hablar de posmodernismo es citar inexorablemente a uno de los principales representantes de esta corriente ideológica surgida a finales de los setenta (aunque muchos autores coincidan en señalar el inicio de esta época al término de la Segunda Guerra Mundial), me refiero al sociólogo francés Jean–Francois Lyotard, quien en 1979 a través de su obra La condición posmoderna y posteriormente la posmodernidad explicada a los niños, aborda dicho concepto como un “cambio general en la condición humana” debido a que de acuerdo con su percepción, “en las sociedades desarrolladas se acumula más el saber y por tanto el poder”.
Precisamente Lyotard es quien analiza este concepto de manera abrupta al marcar el fin de la modernidad con aquella famosa frase al estilo nietzscheano “los grandes relatos han muerto”, mediante la cual marca el fin de lo que llama los “cuatro grandes relatos de la historia” en cuanto a proyectos de organización social se refiere. A saber del cristianismo, el marxismo, la ilustración y el capitalismo racional. Los cuales, para gusto del mencionado autor, fueron demasiado ambiciosos.
Podemos decir en tanto, que hablar de posmodernidad es hablar de deconstrucción (desde el punto de vista de Habermas), de una ruptura en el orden moderno. Posmodernidad es entonces el “no relato”, el rompimiento con la conciencia histórica, el individualismo, la inmediatez o para continuar hablando en términos de Lyotard, la era de los “pequeños relatos”.
Es entonces que coexistimos en esta “modernidad liquida” acuñada por Zygmunt Bauman al referirse al desvanecimiento de aquellas sociedades solidas de antaño que han desaparecido para darle paso a un mundo más precario y provisional, en donde la posibilidad de fructíferar, “se nos escapara de entre las manos como agua entre los dedos”.
La falta de valores es una de las principales características de este fenómeno posmoderno. Nuestros jóvenes son individualistas, egoístas, contradictorios y despectivamente llamados “generación de cristal” por su baja tolerancia a la frustración, azotada por la depresión y la ansiedad. Que confunden derechos y libertad, son frágiles y carecen de una figura de autoridad, no tienen empatía por los demás. No les gusta leer, tienen poco interés por la cultura. Trabajar en las nuevas generaciones es una tarea de todos, una de las mejores formas de hacerlo es construyendo resiliencia, a través del desarrollo de un pensamiento constructivo, fortaleciendo nuestro tejido social desde la familia y enseñando a nuestros jóvenes que estos cambios que están sucediendo en la actualidad, son parte de la vida. Si aceptamos como cierta la teoría de Lyotard sobre “la muerte de los grandes relatos” ¿Qué relato queremos contarles a nuestras próximas generaciones?
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