Nicolás Pierini

Coordinador de Academia de Estudiantes por la Libertad


Marcos Juárez es una ciudad cordobesa, pero también, es un canto al trabajo productivo, al esfuerzo, la innovación y el mérito. Todo lo contrario a los valores negativos y tóxicos que instaló y que quiere seguir instalando el kirchnerismo. Les propongo utilizar las elecciones del domingo como una suerte de probeta para analizar algunos fenómenos que pueden marcar ciertos lineamientos a nivel nacional. Son conjeturas, aproximaciones. En política no hay verdades reveladas. Tal vez sean útiles para reflexionar sobre lo que se viene.

La victoria en las urnas de Sara Majorel y de Juntos por el Cambio fue realmente abrumadora. Marcos Juárez, en 2014, fue la cuna de esa coalición. Esta vez se premió una gestión exitosa y honrada de Pedro Larrosa, el actual intendente y se castigaron por lo menos, tres cuestiones, a saber:

Se castigó al kirchnerismo en todas su formas. No pudieron ni siquiera presentar una lista propia. Sus simpatizantes apoyaron, porque no tenían otro remedio, la lista apadrinada por el gobernador peronista Juan Schiaretti. Ya se sabe que Córdoba es una provincia fuertemente anti kirchnerista. En este caso, a los votos de Majorel, seguramente hay que sumarle muchos sufrgios que recibió Verónica Crescente que también militaba en el PRO hasta que pegó el salto. Se podría calificar a esos votantes como peronistas históricos o tradicionales no K o  cordobesistas. Parte de ellos jamás votaría a Cristina.

Se castigó a los encuestadores. Una vez más quedaron en ridículo en una elección con tan pocos votantes. A esta altura, las consultoras deberían revisar su metodología, sus expresiones de deseo y sus negocios con los partidos que las contratan.

Se castigó a Schiaretti y a la presunta “ancha avenida del medio”. El gobernador de buena imagen y gestión, y alguno de sus principales asesores, insisten con un camino que ya fracasó varias veces. Una vez más, la ancha avenida del medio demostró que cada vez es más angosta y testimonial. Tienen una lectura equivocada de la etapa política que vive la Argentina. La grieta o la fractura social expuesta se profundiza y se devora cualquier otra opción. Pasa en la política, pasa en los medios y hasta en las familias. Es doloroso pero real. Ignorar esa realidad es hacer un diagnóstico equivocado. Hoy la política gira alrededor de lo que generan dos liderazgos: Juntos por el Cambio y Cristina. Mucha gente podrá protestar y no gustarle esta situación pero, insisto, es la realidad. Hay que saber diferenciar la contradicción fundamental de las secundarias. Y esa es la materia prima sobre la que tienen que trabajar los que se propongan superar esta etapa. Para transformar algo, primero hay que identificarlo con precisión. No hay un buen remedio si no se conoce la enfermedad.

Y ambos liderazgos, ambas propuestas, son absolutamente diferentes. Antagónicas. Cristina y Juntos por el Cambio son el agua y el aceite. El día y la noche. Pero hay una sola que pretende dinamitar las reglas del sistema democrático y republicano: Cristina. La única solución es derrotarla electoralmente hasta convertirla en una opción sectaria de poco peso electoral. Tratar de proscribir a Cristina es otra equivocación grave. Se victimizaría y su mito sería cada vez más potente: una especie de Evita, perseguida por los poderosos. Por supuesto que el intento de asesinato a Cristina, por parte de este grupito de delincuentes energúmenos y lúmpenes despreciables, merece el castigo de todo el peso de la ley. La pena debe ser durísima. Hay que llegar a fondo y ubicar a todos sus cómplices para que nunca más nadie piense que en democracia se pueden utilizar las armas como instrumento político. Nunca Más, es un contrato que los ciudadanos firmamos en 1983 con Raúl Alfonsín como garante. Y Nunca Más los violentos armados deben ser los cimientos para construir una democracia más justa, con menos pobreza y más libertad.

Cristina no cree en el estado de derecho. Por eso quiere voltear a la Corte Suprema y convertirla en un tribunal adicto. Cristina no cree en el pluralismo y la alternancia democrática. Por eso se negó a entregar los atributos de mando al presidente Macri. Cristina no cree en la libertad de prensa y por eso, todo el tiempo pone a los medios en el lugar de los enemigos y nunca descarta una nueva Ley de Medios. Cristina no cree en la convivencia entre distintos. Por eso junto a Néstor introdujeron el odio y la división neo populista. Su deriva y sus amigos son chavistas.

La mayoría de los ciudadanos ya se dio cuenta. Y por eso, sigue cayendo en todas las encuestas. Son las urnas las que tienen que confirmar estas teorías. Pero hay peronistas de libro como Miguel Angel Pichetto o Joaquín de la Torre que ya lo comprendieron. Una vez que el peronismo logre liberarse del sometimiento de Cristina, tal vez vuelva la posibilidad de que cada agrupación juegue su partido en forma individual. Por ahora, las construcciones en el aire como las que sueña Facundo Manes son pura imaginación y sarasa.

Aquellos que crean que el futuro de la Argentina será más próspero, racional y plural sin el protagonismo clave de Cristina deberían unirse pese a sus diferencias. Una vez superada esta etapa, todos podrán volver a sus individualidades y raíces. Esto achica los caminos, estrecha los espacios y eso no es bueno. Pero Cristina diseñó el escenario y es con ella o contra ella. Por ahora no hay otra alternativa.


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