Obligación civil del sistema democrático.

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Obligación civil del sistema democrático.

Es usual escuchar a alguien decir que “no le interesa la política”, que “la política no sirve para nada”, o que “los políticos son todos ladrones”. En este breve análisis nos proponemos desmentir aquellas frases.

En todo análisis y opinión sobre un tema que posea cierta formalidad en su estructura y composición, es necesario esclarecer los conceptos sobre los cuales se van a trabajar. Margaret Atwood ha dicho que “la guerra es lo que sucede cuando falla el lenguaje”. Quizás Von Clausewitz no esté de acuerdo con aquella premisa, pero nos sirve para dejar en claro que, si los conceptos no son definidos, y una misma palabra no posee la misma definición para dos personas en un debate, lo único que obtendremos es discordia. Decimos entonces, que cualquier escrito que pretenda valerse como explicación sobre algún concepto, debe poseer en sí la definición de aquellos subconceptos que forman parte de la explicación general. De esta manera ampliamos el panorama, desarrollamos mejor las ideas y evitamos cualquier tipo de mala interpretación sobre el ánima del concepto expuesto.

Siguiendo la línea de lo anterior, para poder comprender cuál es la obligación que el ciudadano posee en una democracia y por qué aquellas frases mencionadas al principio de este escrito resultan una falacia, debemos definir qué significa “democracia”.

Si analizamos el origen etimológico de la palabra “democracia” podemos encontrar su primer origen en la palabra griega “demokratía”, la cual se compone de dos conceptos: demos (pueblo) y kratein (gobernar). De esto podríamos traducir que la democracia, entonces, es el “gobierno del pueblo”. En un análisis más profundo, Plutarco señalaba que el concepto “demos” fue una fusión derivada de las palabras “demiurgos” y “geomoros”. Estas dos últimas palabras señalan a los artesanos y campesinos respectivamente. Vemos entonces que “democracia” podría traducirse en una concepción antigua como el “gobierno de los artesanos y campesinos”, excluyendo a los nobles y a los esclavos de dicho concepto. Claro está, que la democracia griega antigua no era practicada con la concepción e idea que tenemos actualmente de ella, puesto que su actividad era restringida para los hombres libres y ciudadanos, los cuales no llegarían al 10% de la población de una Polis. En resumen, diremos que “democracia” significa “gobierno del pueblo”.

Sobre el autor: Francisco Asorey Hracek. Estudiante de derecho en la Universidad Nacional de La Matanza
(UNLaM). Diplomado en técnicas de registración contable.

Actualmente la democracia, como forma de organizar el poder político, es la que posee la República Argentina. Lo central es entender que la democracia funciona como un concepto práctico, que debe ser ejercido para dar forma a su existencia. Este sistema de organización y distribución del poder político (entendiendo poder político como el imperium que posee el gobernante para poder ejercer actos ejecutivos de gobierno) se formaliza a través de una actividad en concreto: el voto. Entonces, el voto es el instrumento formal que institucionaliza y nombra a los gobernantes de un país por un periodo de tiempo determinado, y sujetos a las exigencias, formalidades y deberes que las normas indiquen para los funcionarios en relación a su actividad política de gobierno. 

Aquellos límites en la actividad del funcionario son establecidos bajo una forma de gobierno que convive y se relaciona con la democracia: la república. Esta forma de gobierno supone la distribución del poder de un país en 3 sectores: ejecutivo, legislativo y judicial. Es decir, que aquellos límites al funcionario son establecidos independientemente de su actividad de gobierno, y su ejecución estará igualmente separada de aquella actividad de gobierno del funcionario. Por lo que, a través de esta integración entre democracia y república, se establece un Estado que vela por las libertades individuales de sus ciudadanos y los derechos humanos en general. De esta forma se impone un ambiente propicio para que el individuo progrese en la actividad que decida realizar, siempre y cuando ésta se encuentre en los límites que la norma indique.

Podemos apreciar y comprender que la democracia es el sistema que mejor se adapta a las necesidades del hombre en su vida diaria, como también a sus derechos como ser humano. Ahora bien, la democracia como sistema, como bien dijimos, es el “gobierno del pueblo”, y esta se ejerce a través del voto. ¿Acaso la democracia existe independientemente de la acción del voto? Claramente no, puesto que el voto es el ejercicio formal que institucionaliza la democracia y permite su existencia. Ese voto es suministrado en elecciones por los ciudadanos de un país para que estos permitan, mediante su voluntad y decisión unilateral, elegir a la persona que ocupará el cargo de funcionario.

Cuando un sistema democrático encuentra fallas, o los resultados de un gobierno no son los esperados, o bien un país se encuentra atrasado respecto de otros, podríamos decir que la política está “fallando” o que los políticos y funcionarios no cumplen su deber. Frente a un continuo fallo en la política y la gestión de gobierno, donde el feedback entre el gobernante y el ciudadano se quiebra, es posible que la persona común se forme la idea de que la política “no sirve”. El ejemplo de esta situación es la que poseemos actualmente en Argentina, donde la indiferencia hacia la política aumenta y el ciudadano desconfía cada vez más en los gobernantes y políticos. Vale decir que razón no les falta, pero tampoco es cierto que la política como concepto no funcione. 

La etimología de la palabra “política” se remonta al griego politiká conformado por dos conceptos: polites (ciudadano) y polis (ciudad). Por lo que política podría traducirse como “asunto de ciudades”, o mejor expresado como el arte social de los ciudadanos. Por lo que la política atañe a la actividad misma del ciudadano y sus decisiones. Es aquí donde vemos que se crea la falacia que venimos a desmentir. La política es la actividad misma de los ciudadanos, y no solo de los gobernantes o “políticos”, ya que todos aquellos que sean ciudadanos serán a su vez políticos de una democracia, en tanto ejerzan el arte social de la polis a través del ejercicio específico de la misma: el voto. La falacia cae entonces por su misma premisa, puesto que el decirse “antipolítica” es a su vez hacer política, decidiendo de esta manera, votar partidos pequeños, “antisistema” o bien no votar. 

Cuando un país, como el nuestro, atraviesa una crisis social y económica que se extiende en los años, la política como concepto no es la culpable, sino su mal ejercicio. Es decir, el ciudadano, para gozar de todas aquellas libertades que brinda el sistema democrático, contrae una obligación (en tanto no hay beneficio sin obligación) llamada voto. Y el voto es la forma específica del ciudadano de ejercer la política. Su ejercicio existirá independientemente de si decide emitir el voto o no, puesto que aquella acción radica en la voluntad del individuo de participar en una elección como votante, o no hacerlo. Por lo que el ejercicio del voto existirá siempre, independientemente de lo que hagamos en una jornada electiva. Lo que se desprende de esto, es que el ciudadano posee una obligación, y como toda obligación, una responsabilidad. El voto es por lo tanto responsabilidad. Lo que nos indica esto es que la democracia es un sistema complejo donde la responsabilidad individual de la persona construye la política, y designa a los gobernantes. De lo que se desprende que, si la crisis en un país democrático se extiende en el tiempo, es porque quienes emiten el voto y designan gobernantes han elegido una misma práctica o forma de ejercer el poder político por los mismos actores que crearon aquella crisis en un principio. Lo central es analizar que la política, como concepto, existe y existirá en tanto la decisión y voluntad del ciudadano siempre será una decisión política. 

En resumen, el voto es la herramienta que el ciudadano posee a la hora de conformar un gobierno y establecer políticas sociales, económicas, diplomáticas, defensivas, de seguridad, etc. Cuando el ciudadano opta por creer que la política como concepto “no sirve” o es la culpable de la crisis, se culpa a sí mismo de sus propias decisiones individuales y soberanas. Por lo que cualquier crisis dentro de un país no es efecto de la inutilidad de la política, sino del juicio mismo del ciudadano a la hora de emitir el voto. 

La política será siempre la herramienta natural del hombre, creada a partir de la razón, elemento que nos distingue de los animales. Y esta existirá siempre que existamos nosotros como especie. Cuando una nación falla, o un país entra en crisis, es porque nosotros, como actores políticos naturales de un sistema democrático, no tuvimos el buen juicio de emitir el voto correcto, o crear las quejas suficientes para obligar al funcionario o gobernante a ejercer su poder político de la forma correcta para no repetir el ciclo de crisis y sus efectos ya conocidos.


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