Mi primer millón no es solamente un hit de Bacilos, es una realidad desastrosa y verdaderamente aberrante de la gestión sanitaria del gobierno nacional. El gobierno de Alberto Fernández que se jactaba de, teniendo Ministerio de Salud, hacer las cosas y ser “modelo para el mundo”, resultó ser el peor alumno del mundo en relación economía-salud.


“Yo solo quiero pegar en la radio, para ganar mi primer millón […] yo solo quiero que la gente cante, por todos lados esta canción”. Estas pequeñas frases que deja una de mis canciones favoritas de este grupo musical, parecen hechas a medida y pedido de la realidad argentina. En efecto, aunque no ahondaremos en los desastrosos números de la realidad argentina que determinan que, con una de las cuarentenas más largas y profundas del mundo que destruyó la economía, somos de los peores ejemplos para el globo, lo cierto es que merece nuestro pleno reconocimiento el exhaustivo proceso discursivo y administrador del gobierno nacional.

La ineptitud como norma remasterizada alcanza su punto cúlmine en la redondez de las cifras acuciantes del acontecer diario del ciudadano de a pie. En efecto, la Rotisería los Kirchner festejó ingresos extraordinarios, al parecer, con cheques falsos y deudas a proveedores. Desplome de la actividad económica y sistemas de salud colapsados después de casi un año en pseudo Estado de Sitio son el mito fundacional del albertismo más duro: caracterizado como Efecto Lipovetzky nacional, toda medida tomada por el cafierismo distributivo es, por ley general, errónea. Ningún tipo de medida u objetivo que se plantea este gobierno sin plan logra efectos positivos, sino que se encuentra con el cartel de retorno apenas es anunciado. El primer millón es el golpe al mentón que destroza todo el aparato comunicativo del Ministerio de Propaganda nacional que no puede sostener al gigante con pies de barro que se somete a sí mismo a chorros y chorros de agua de una manguera autogestionada.

Es evidente que siempre tuvimos razón. Cuando el presidente se comparaba con Suecia, el país escandinavo y profundamente liberal esbozó una frase contundente con la mesura que caracteriza a los habitantes de las altas latitudes del Hemisferio Norte: “al final, veremos qué modelo era el mejor”. Como si fuera una profecía autocumplida, durante meses se enunciaron cifras catastróficas si abríamos todo o si gobernaba Macri. Nosotros, sin hacer auto referencia alguna, avisamos que el alejamiento del método científico era una falta de respeto y produciría consecuencias inimaginables para la realidad argentina. El cristinismo político decidió aferrarse al gobierno de las encuestas con el mero objetivo de sostener sobre sus manos moléculas de aire vacío de firmeza. La modernidad líquida les ganó.

Les ganamos con la mesura y con la verdad. Los sometimos con sutileza, tras meses y meses de resistencia al hostigamiento público. No se festejan muertos y casos, solo se recuerda la ley general: tuvimos, tenemos y tendremos razón.


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