El consumismo es Keynesianismo
Los defensores del libre mercado dan prioridad a la producción.
Una de las falacias económicas más dañinas y que más se ha extendido es la creencia de que el consumo es la clave para una economía saludable. Escuchamos esta idea todo el tiempo en los medios populares y en conversaciones casuales, especialmente durante recesiones económicas. La gente dice cosas como: “Bueno, si todos empiezan a comprar cosas de nuevo, la economía crecerá” o “Si tan solo pudiéramos poner más dinero en manos de los consumidores, saldríamos de esta recesión”. Esta creencia en el poder del consumismo también ha guiado mucho de la política económica en los últimos años, con esta ola interminable de paquetes de estímulos.
Carlos Ernesto Loyola Martínez SFL-Cordinador local. FEE-Campus Ambassador. UNAM-Estudiante de Ingeniería Eléctrica y Electrónica. |
Esta creencia es una herencia del equívoco pensamiento Keynesiano. El origen de la riqueza es la producción y no el consumo. Si queremos una economía saludable, tenemos que crear las condiciones bajo las cuáles los productores puedan continuar con el proceso de creación de riqueza para que otros consuman, y bajo las cuales los hogares y las empresas puedan tener el ahorro necesario para financiar esa producción.
Es tentador afirmar que en realidad sólo es un problema de “el huevo y la gallina”; después de todo, ¿qué tan bueno es producir algo si no hay nadie para consumirlo? El camino fuera de este círculo es reconocer que sólo tenemos el poder de consumir si hemos producido y vendido algo para adquirir los medios con los cuales poder consumir. Al comenzar el análisis en función del consumo se asume que uno ya cuenta con los medios para consumir. Contrario a ese análisis, la riqueza se crea mediante formas de producción que reorganizan los recursos de tal modo que la gente valora más esa opción que cualquier otra. Estas acciones se financian con ahorros que provienen de abstenerse de consumir.
El poner más recursos en manos de los consumidores a través de paquetes de estímulos gubernamentales fracasa precisamente porque la riqueza que es transferida en última instancia proviene de los productores. Esto es obvio cuando el gasto se financia con impuestos, pero también ocurre cuando se financia a través de déficit e inflación. Con el gasto a través del déficit la riqueza viene de la compra de los bonos gubernamentales por parte de los productores. Con inflación, proviene proporcionalmente de los propietarios de dólares (obtenidos a través de la producción) cuyo poder de compra se ve debilitado por la excesiva oferta de dinero. En ninguno de los casos el gobierno crea riqueza. Tampoco lo hace el consumo. La nueva capacidad de consumo aún se origina en las anteriores formas de producción. Si queremos estímulos reales, debemos liberalizar la producción creando un ambiente más amigable para producir y no penalizar el ahorro que la financia.
La culpa es de Keynes.
Históricamente, fue Keynes quien introdujo el énfasis en el consumo dentro de la economía. Antes de la revolución Keynesiana, la idea general entre economistas era que la producción era el origen de la demanda y que incentivar el ahorro y la producción era el camino para generar crecimiento económico. Este era más o menos el correcto entendimiento de la ley de los mercados de Say (véase también el artículo de James C. Ahikapor en la publicación The Freeman). Como el mismo J.B. Say escribió al principio del siglo XIX:
“El incentivo del mero consumo no es benéfico para el comercio; la dificultad radica en suministrar los medios, no en estimular el deseo de consumo; y hemos visto cómo la producción por sí misma proporciona estos medios. De este modo, el objetivo de un buen gobierno es incentivar la producción, mientras que un mal gobierno incentiva el consumo.”
Por supuesto que “incentivar la producción” no significa nada más que permitir que los productores busquen libremente obtener ganancias del modo en que prefieran siempre que se mantengan dentro del marco legal del liberalismo clásico. No significa que el gobierno deba darles beneficios artificiales más de lo que deba incentivar el consumo.
La gran ironía es que los izquierdistas frecuentemente argumentan que el capitalismo es equivalente a consumismo. Piensan que los defensores del libre mercado creen que mayor consumo trae crecimiento económico; así que se nos atribuye proporcionar el soporte ideológico que justifica el consumismo que ellos tachan de inhumano y despilfarrador de recursos. Lo que se escapa de las críticas de los izquierdistas es que los economistas nunca vieron el consumo como el motor del crecimiento económico y la prosperidad hasta que la crítica Keynesiana del libre mercado estuvo en ascenso.
Gracias al Keynesianismo, manipular los elementos del ingreso total (consumo, inversión y gasto gubernamental) se volvió el enfoque de la política macroeconómica y el desarrollo económico. Fue el marco teórico de los Keynesianos lo que llevó al desarrollo de estadísticas del ingreso nacional correspondiente que implícitamente da los argumentos populares para aumentar el consumo.
Por más de 150 años, los defensores del libre mercado han visto el consumo como el destructor de la riqueza, y al ahorro y la producción como los creadores de la misma. Nunca han argumentado que “incentivar el consumo” fuera el camino hacia la prosperidad. Por lo tanto, no se les puede atribuir la “cultura del consumismo”. Y lo mismo puede decirse de los defensores del libre mercado del siglo XX, como Mises y Hayek.
Si las críticas izquierdistas quieren desacreditar el enfoque de la economía moderna en el consumismo, deberían voltear a ver a los intervencionistas Keynesianos.
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