La visión que entrega el paradigma de la complejidad respecto al accionar ético resulta no menos que atractiva si lo que se busca es realizar que supere los meros atajos morales como el imperativo categórico kantiano o el egoísmo racional randiano, que se agotan como un cuerpo normativo inflexible, limitan la libertad de elección y que son de poca utilidad para plantarse de cara a dilemas éticos reales. 


Desde que el altruismo religioso ha perecido en tiempos de laicización, la ética individual y social se desvincularon, dejando atrás valores como la solidaridad e introduciendo un desarrollo masivo del egocentrismo, Esto no significa que sea preciso el volver a una ética dependiente de la religión, pero sí es una invitación a reflexionar sobre los alcances y los límites de los cambios que se han producido. 

De acuerdo a Morín, la ausencia de amor provoca una decadencia moral, el olvido del otro y el perfeccionamiento individual en detrimento del bienestar ajeno. Sin embargo, también el exceso de amor ha resultado perjudicial; el amor a ídolos, dioses o ideas, que en ocasiones se materializan en olas de intolerancia y odio hacia aquellos que piensan distinto. Visto de este modo, desde la complejidad el amor forma parte de la humanidad, pero paradójicamente, puede a su vez implicar un vacío sustancial de actos amorosos .  

Una alternativa frente a esta problemática tampoco debe recaer en que todo ser humano deba ser amoroso en cada instante de su vida. Para nada. Únicamente que para ser consecuente y libre a nivel ético, es preciso analizar cada acción en particular: no importa más el bosque que el árbol, ni tampoco el árbol se erige sobre el bosque. Tanto la totalidad como las partes que componen un evento precisan reconocimiento y reflexión. 

Por otra parte, al hablar de intenciones, el concepto de “ecología de la acción”, advierte un cambio constante de los efectos del propio accionar debido a la interacción constante con un medio caótico. Por ejemplo, asumiendo que alguien decida abrazar las ideas socialistas por bondadosa ingenuidad y no por pérfidas intenciones subyacentes, se puede reconocer que el socialismo parte de una idea noble, que busca entregar a las personas menos favorecidas lo que, por “derecho”, les correspondería en un mundo igualitario. Pero la realidad es distinta. Los recursos se agotan, los precios no pueden bajarse a conveniencia y el control centralizado trae consigo resultados perniciosos. Un ejemplo claro de resultados desastrosos envueltos de buenas intenciones lo entrega Pinker (2018): 

De los setenta millones de personas que murieron en las principales

hambrunas del siglo XX, el 80% fueron víctimas de la colectivización forzosa, la confiscación punitiva y la planificación centralizada totalitaria de los regímenes comunistas. Entre estas se incluían las hambrunas en la Unión Soviética tras la Revolución rusa, la guerra civil rusa y la Segunda Guerra Mundial; el Holodomor (hambruna y terror) de Stalin en Ucrania en 1932- 1933; el Gran Salto Adelante de Mao en 1958-1961; el Año Cero de Pol Pot en 1975-1979, y la Ardua Marcha de Kim Jong-il en Corea del Norte tan recientemente como en la década de 1990. Los primeros Gobiernos del África y el Asia poscoloniales implementaron con frecuencia políticas ideológicamente de moda, pero  económicamente desastrosas, como la colectivización masiva de la agricultura, las restricciones a las importaciones para promover la «autosuficiencia» y los precios de los alimentos artificialmente bajos que beneficiaban a los habitantes de las ciudades políticamente influyentes a expensas de los campesinos. (p.109)

De esta manera, la ética compleja reconoce que algo en apariencia positivo, puede y debe tener algo negativo; el reconocer dicha polaridad amplía el horizonte de la libertad individual, facilitando una elección auténtica y consciente alrededor de los hechos. El desafío está en tomarse el tiempo de descubrirlo. Para ello, se introduce un concepto necesario: la autoética, la cual supone un estado de constante reflexión bajo el cual uno debe contextualizar sus acciones y analizarlas acorde a cada situación particular. No obstante, las pasiones y los impulsos pueden forjar un obstáculo difícil de burlar. Ante esto, la comprensión, la cordialidad, la confianza en terceros, la tolerancia y la autocrítica, son algunos de los que a mi parecer son las defensas fundamentales que cada persona puede construir para evitar caer en simplificaciones y generalizaciones que desemboquen en moralina. 


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