En el mundo en que vivimos existen reglas de la física. Ya sea que nos gusten estas o no, no está dentro de nuestro poder cambiarlas. Lo que sí podemos hacer es ignorarlas, pero ignorar la ley de gravedad a la hora de saltar de un edificio, por dar un ejemplo, puede tener resultados calamitosos. A su vez, en el mundo en que vivimos existen reglas de la economía: podemos ignorarlas, pero no hacerlas desaparecer. Y al igual que en el caso anterior, ignorar la realidad puede tener consecuencias terribles.


Un caso tal de ignorancia lo encontramos con respecto a la ley de salario mínimo. A día de hoy, todos los que nos oponemos a esta ley somos tachados de antisociales o explotadores. Sin embargo, las reglas de la economía muestran lo contrario. Leyes como estas arruinan la vida de las personas.

Pensémoslo así, ¿Por qué el gobierno aumenta artificialmente el precio de los cigarrillos? Lo hace para que menos gente los compre: Aumenta el precio y se reduce la demanda. ¿Por qué el gobierno aumenta artificialmente el precio del alcohol? Lo mismo, aumenta el precio y se reduce la demanda. ¿Y si aumenta el precio de la mano de obra? Exactamente, se reduce su demanda. Conclusión: El salario mínimo aumenta el desempleo.

Ahora bien, también es tonto pensar que aumentar el salario mínimo puede aumentar el nivel de vida. Los países desarrollados y organizaciones humanitarias gastan millones de dólares todos los años en ayuda a países pobres. Pero si el salario mínimo funciona, ¿por qué no tan solo aumentamos el salario mínimo en los países pobres y problema resuelto? La respuesta es obvia: El salario mínimo no sirve para nada.

Si seguimos con la misma lógica, ¿para qué dar un salario mínimo de 15 dólares la hora, como propone Joe Biden? Si el salario mínimo aumenta el nivel de vida, entonces dictemos uno de un millón de dólares la hora, ¡todos seriamos ricos! Pero la realidad no funciona así.

Lo único que el salario mínimo hace es obligar a empleadores a discriminar a trabajadores menos productivos. Nadie contrata a alguien cuya productividad no justifica el salario a pagar. Y si por ley nos vemos obligados a pagar salarios muy elevados, solo lo pagaremos a personas que lo justifiquen: personas con estudios y cualificación. ¿Y qué pasa con los pobres que nunca pudieron acceder a educación? ¿O los discapacitados? ¿O los jóvenes en busca de su primer empleo? Lo que pasa es que estarán condenados al desempleo y nunca podrán mejorar su situación. O trabajarán en empleos informales. Pero si no fuera por la ley de salario mínimo podrían trabajar en el mercado formal, aprender nuevas habilidades, capacitarse y mejorar su productividad y sucesivamente su nivel de vida. No hay ley más antisocial que el salario mínimo.

Y recordemos, Suiza, Suecia o Noruega no tienen salario mínimo, y sus ciudadanos ganan en un mes, más de lo que un argentino promedio gana en todo el año. ¿Será que la justicia social no es la solución?


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