La verdadera libertad: Beneventum y la esencia del liberalismo

En este escrito no voy a hablar de forma teórica sobre la libertad positiva o la libertad negativa, un tema ya recurrente y tratado en profundidad por cientos, sino miles de ensayos y libros. En cambio, relataré y ejemplificaré la importancia de luchar por lo que considero la verdadera libertad, la libertad negativa, que, en pocas palabras, puede describirse como la ausencia de interferencia externa o, dicho de otro modo, la posibilidad de tomar las riendas de la propia vida y autodeterminarse.
Qué ejemplo más bello para esto que un episodio histórico que, aunque hoy parece lejano, pues ocurrió hace más de dos mil años, representa, si se analiza con detenimiento, la definición última de libertad. Ello contrasta con el concepto de libertad positiva, que tan solo marca la supuesta “libertad de poder hacer”, una idea que, a lo largo de los siglos, ha terminado por sobreponerse a la verdadera noción que se pensó y se defendió cuando se hablaba de libertad en la Antigüedad.

La batalla de Beneventum fue un acontecimiento ocurrido en el marco de la Segunda Guerra Púnica entre Roma y Cartago. Esta guerra, guardando las proporciones, puede considerarse de magnitud semejante a una guerra moderna si se toman en cuenta los porcentajes de pérdida de población respecto al total y el esfuerzo económico que representó tanto para los cartagineses como para los romanos. En este contexto, el general cartaginés Aníbal Barca había puesto en jaque a la República Romana tras atravesar los Alpes con un ejército compuesto por mercenarios y soldados provenientes de todos los rincones del territorio bajo influencia cartaginesa.

Aníbal derrotó rápidamente a cuanto ejército romano se le opusiera: así fue en Tesino (218 a. C.), Trebia (218 a. C.) y Trasimeno (217 a. C.), hasta llegar a la derrota más vergonzosa para Roma hasta entonces: la batalla de Canas (216 a. C.), donde, con clara desventaja numérica de 2:1, Aníbal logró vencer dando muerte a más de 50 000 soldados romanos. Esta derrota quedó grabada en el imaginario romano y occidental. Tras la catástrofe, Roma entró en pánico: gran parte de sus jóvenes y de los principales socii (aliados) habían muerto o habían sido capturados. En esta situación crítica, Aníbal descendió hacia el sur de Italia, convenciendo a las ciudades del meridión de la península de unirse a su causa; las que no lo hacían eran sitiadas. Ante la escasez de recursos, los cónsules Quinto Fabio Máximo y Marco Claudio Marcelo decidieron conformar un ejército compuesto por convictos y esclavos, prometiéndoles que, si luchaban por Roma contra el mayor enemigo que la República hubiera enfrentado hasta ese momento, obtendrían su libertad y podrían disponer de sus cuerpos como hombres libres.

Este ejército quedó bajo el mando del procónsul Tiberio Sempronio Graco. Tras una larga y fructífera campaña, los esclavos y reos comenzaron a impacientarse, pues su ansiada libertad nunca llegaba. Graco, consciente de la situación, y mientras acampaban cerca de la ciudad de Beneventum, decidió en un primer momento ordenar que quienes llevaran una cabeza enemiga serían recompensados con la libertad. Así las tropas de Hanón, general cartagines que buscaba llevarle refuerzos a Anibal, se dislumbraron en el horizonte cerca del campamento romano del Proconsul. Graco sacó sus tropas y las ordenó de frente a la empalizada y la batalla empezó.  Los soldados esclavos de Roma en un primer momento chocaron con ímpetu contra las lineas enemigas, sin embargo, esta estrategia de incentivar a las tropas con esta cacería de cabezas resultó contraproducente: los soldados se concentraron más en decapitar enemigos que en luchar.

Entonces, el procónsul, comprendiendo su error, vociferó ante todas sus tropas y ordenó a los tribunos y centuriones transmitir una nueva disposición:

“Si vencéis hoy, hombres, seréis libres ante los dioses y ante Roma; pero si falláis, seguiréis siendo esclavos de la derrota”.df(Ab urbe condita , XXV).

Ante estas palabras, los soldados gritaron al unísono y combatieron con ímpetu desbordado. Las ansias de ser libres, de ser dueños de sus propios cuerpos y dejar atrás el yugo de sus amos fueron más poderosas que la disciplina de los curtidos soldados cartagineses, la fiereza de los galos, íberos o la temida caballería númida, que había destruido ejércitos enteros. Con la simple idea de la libertad, doblegaron al enemigo más temible de la República. La batalla culminó con una victoria decisiva para Roma: cayeron menos de mil hombres del bando romano, mientras que cerca de dieciséis mil cartagineses perdieron la vida. No obstante, unos cuatro mil esclavos mostraron cobardía en combate y, según las órdenes iniciales, no debían recibir la libertad. Sin embargo, el procónsul, para no manchar el día de victoria con castigos, decidió concederles la libertad a todos. Tito Livio (27 a. C./17 d. C.) relata:

“Graco, fiel a su promesa, liberó a los hombres entre vítores; nunca Roma obtuvo victoria más gloriosa, ni libertad más justamente merecida” (Ab urbe condita , XXV).

Después de la batalla, el júbilo fue total. Las tropas de Graco entraron en Beneventum y fueron aclamadas por los locales; las casas se abrieron, y los nuevos libertos, con las cabezas rapadas o con el gorro de fieltro que simbolizaba su libertad, celebraron durante todo el día y la noche. La escena de felicidad vivida en Beneventum fue inmortalizada en un mural colocado en el Templo de la Libertad en Roma.

Ahora bien, tal vez se pregunten por qué he relatado un episodio histórico cuando el tema inicial era la filosofía del liberalismo. La razón es que la batalla de Beneventum encarna la búsqueda de la libertad: esa libertad que no solo se anhela, sino que conmueve el corazón humano de una manera que ni la codicia ni la ambición de poder pueden lograr. Resulta inspirador pensar que, en parte, el resurgimiento de Roma tras Canas y, con ello, el legado que dio origen a la cultura occidental se debió a un grupo de esclavos que lucharon como leones por su libertad. Discúlpenme si me he extendido, pero concluyo diciendo que, cuando los seres humanos comprendemos el verdadero sentido de la libertad y el costo de adquirirla, somos capaces de mover montañas y superar cualquier obstáculo en su búsqueda.

Referencias: 

Livio, T. (1990). Historia de Roma desde su fundación (Ab urbe condita, vols. I–X). . Madrid: Gredos. 

Duran, W(1957) Storia della Civiltá. Cesare e Cristo, Roma: Arnoldo Mondadori: Editore

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