La falsedad del concepto “normalidad”

La primera vez que me mostraron la artificialidad del concepto “normalidad” debo admitir que me generó cierto rechazo esa salida de la “caverna” platónica. Me era imposible pensar sin un patrón de normalidad. No concebía al mundo sin algo eterno e inmutable; algo que me preceda a mi propia existencia. Es cierto. Tenía 14 años. No reflexionaba en estos términos pero si mi sentimiento era de una extrañeza. Ahora puedo afirmar sin duda: la normalidad es una trágica categoría.



Aquella vez, a mis 14 años, se me presentaba ese pensamiento sobre el concepto de familia. Estábamos en un taller en mi escuela donde nuestro objetivo era pensar las identidades. Dentro de las pensadas, una de ellas eran los núcleos familiares. Mi vida cotidiana estaba definida por las llamadas “familias tipo”. Madre y padre. Dos hijos. Había variaciones. Algunos amigos eran hijos únicos y otros eran parte de una gran cadena de hermanos pero existía cierto estándar de la familia normal. 

Ensambladas. Esa palabra escuché y me hizo ruido. Padres con hijos de distintos matrimonios. Familias monoparentales. Parejas homosexuales que adoptan. Un nuevo mundo de diversidad se me abrió en la cabeza. Fui avanzando. Un día, una profesora nos expuso a Foucault. Nos hizo pensar(nos) en los disciplinamientos cotidianos. En las diversas construcciones de lo que debe ser y lo que no debe ser. Las instituciones forjan sujetos. Eso empecé a comprender. Lo comprendí desde un sentido amplio. Las instituciones forman partes de procesos socializadores que forjan “sentido común”.

Belleza y fealdad. Conceptos que se nos venden como eternos; como objetivos. Lo mismo sucede con la inteligencia, con la idea de rectitud y con cualquier otro tipo de valor. Las asumimos dentro de nuestra realidad intersubjetiva como “hechos”. En palabras de Berger y Luckmann se objetivan como realidad extra-individual. En el fondo no dejan de ser pautas artificiales que a medida que se sedimentan, se vuelven “objetos” en la sociedad. “Así se hacen las cosas acá”; recetas existenciales para la sociedad. 

Bajo el nefasto concepto de normalidad se genera una ola de exclusividad. Aquellos que no cumplen con el standard son forzados implícita o explícitamente a la aceptación del canon o a la marginación. Esto sucede muchas veces con la ideología. En lugares donde reina un “statu quo” ideológico, quien piensa distinto es alejado y blasfemado. Las masas lo acusan de hereje; de haber roto la normalidad. 

Pensar esta cosas no es gratis. La crítica radical de la vida cotidiana no es de izquierda ni de derecha. Muchos han tratado de apropiar la actividad reflexiva; el ser filosófico. Sin embargo, caer en ese argumento es un grave error. Nosotros como humanos debemos pensar. Nosotros como humanos debemos cuestionar nuestra realidad que nos “venden” como normalidad. 

Esto no significa caer en relativismo. Uno, a decir de Husserl, debe darse cuenta de la actitud natural de su vida cotidiana pero como bien sabemos desde Gadamer, es imposible pensarse por fuera de la propia historicidad, del propio contexto. Y para ejercer dicho pensamiento es necesario una sociedad dialógica y pluralista lo cual es claramente un presupuesto normativo.

Ojalá viviéramos en una sociedad donde la pluralidad abierta sea un valor positivo. Donde cada uno exprese su individualidad sin temor a ser rechazado. Lamentablemente no sucede así. Muchos que usan la bandera de la pluralidad, luego atacan al otro con argumentos violentos. Esa es una falsa pluralidad. Como dice un famoso verbo de los salmos: “Mirad cuán bueno y agradable es que los hermanos estén juntos en armonía“.

Quizás soy un pobre iluso. Soy un estudiante de ciencia política de 19 años con valores liberales. Soy un amante de la filosofía. Soy judío. Soy amante del rock. Soy Brian. Soy humano; entre humanos. Eliminemos la falsa idea de normalidad. Mucho daño ha hecho y a muchos ha marginado a las penumbras. Un simple deseo desde una humilde subjetividad. 


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