Salgo tarde del trabajo, exhausta y frustrada, y me encuentro, una vez más, frente a una fila interminable de autos esperando su turno para cargar gasolina. Parece una escena sacada de un país en guerra, y sin embargo, esta es nuestra “normalidad” en Bolivia. Una y otra vez, la historia se repite: antes fue el estaño, hoy es el gas, mañana será el litio. Estamos condenados a un ciclo de dependencia de nuestros recursos, mientras el mundo avanza y nosotros nos quedamos atrapados en el tiempo.
Ser joven en este país es ser testigo de cómo cada generación parece resignarse a la misma historia. Nos enseñan a vivir de subsidios, de subvenciones, de la ayuda de un Estado que promete mucho y cumple poco. ¿Dónde está la innovación? ¿Dónde están las oportunidades de un crecimiento real que no dependa de los vaivenes del mercado global?
La crisis de la gasolina es solo la punta del iceberg. Esta dependencia de nuestros recursos naturales no es un problema nuevo. Es un patrón que nos consume desde hace décadas, y que seguirá ahogándonos si no rompemos este ciclo. Bolivia sigue siendo un país que importa casi todo y exporta muy poco valor agregado. Somos meros espectadores de nuestra economía, esperando que alguien más venga a resolver nuestros problemas.
COLAS POR GASOLINA: UN FUTURO ESTANCADO
Mientras otros países apuestan por la diversificación, por la tecnología, por la educación, aquí nos aferramos a un modelo que nos mantiene cautivos. Y cada elección es lo mismo: promesas vacías de progreso, de crecimiento, de cambio. Pero el cambio nunca llega, porque seguimos eligiendo depender de un Estado paternalista que nos ofrece migajas a cambio de nuestros votos.
LA FALSA ILUSIÓN DE RIQUEZA
El gobierno se llena la boca con discursos sobre la “soberanía energética” y la “riqueza natural” que Bolivia tiene, pero ¿quién se beneficia realmente de esta riqueza? No es el pueblo, no es el ciudadano que lucha por llegar a fin de mes, no es el joven que, a pesar de su formación, se ve obligado a emigrar para buscar oportunidades.
Nos han hecho creer que somos una nación rica porque tenemos gas, litio y minerales. Pero, ¿realmente somos ricos si no podemos aprovechar esas riquezas para crear un futuro próspero? La respuesta es clara: no lo somos. Somos una nación que se siente poderosa cuando exporta recursos sin valor agregado, pero no tiene la capacidad de transformar esos recursos en productos que generen empleos bien remunerados, innovación o desarrollo.
Es urgente entender que la dependencia de los recursos naturales es una trampa mortal. El mundo está cambiando, y mientras otros países avanzan en la revolución tecnológica y energética, Bolivia sigue aferrándose a un modelo arcaico y obsoleto.
La falta de visión de nuestros gobernantes es alarmante. No se trata solo de producir más gas o litio, se trata de transformar nuestra economía. ¿Acaso no podemos invertir en educación, en investigación, en industria? ¿Por qué seguimos dependiendo de las mismas viejas fuentes de riqueza que ya no nos sirven?
¡El futuro está en nuestras manos, pero necesitamos dejar atrás las viejas promesas y dar paso a un modelo económico que realmente potencie el talento, la creatividad y la autonomía de los bolivianos!