Esta vez, estoy seguro que la buena noticia es doble. Primero porque finalmente se abrirán las aulas y volverán las clases presenciales. Y, la segunda buena noticia es que se le ganó la batalla cultural al gobierno nacional y a un grupito de sindicalistas kirchneristas que pusieron todo tipo de obstáculos para que esto ocurriera
La firmeza y decisión política de Horacio Rodríguez Larreta y su ministra Soledad Acuña, el acompañamiento de la sociedad civil y la comunidad educativa, de los padres, sobre todo y el apoyo de los medios y algunos partidos políticos logró vencer la resistencia de un grupo que podríamos llamar “los anti educación”.
Por eso el 17 de febrero vuelven las clases presenciales en la Ciudad. Porque los que apostamos a la educación de calidad y al mérito para el progreso no nos quedamos de brazos cruzados y quejosos. Hubo una movilización de los distintos sectores involucrados que hoy tendrá su momento culminante en más de 100 puntos emblemáticos del país donde se exigirá una obviedad igualitaria: que haya clases. Que se abran las aulas. Que funcione el sistema educativo. Con todos los cuidados y protocolos necesarios, por supuesto. Con todas las precauciones que se necesitan para cuidar la salud de los estudiantes y los docentes.
No fue necesario tirar toneladas de piedras. No hizo falta cortar calles ni avenidas. Con poner en marcha los mecanismos republicanos del reclamo fue suficiente. Los más chavistas del gobierno de los Fernández y los más talibanes de algunos gremios cristinistas ayer fueron derrotados por un enemigo muy poderoso: el sentido común.
La imagen de la rendición fue la conferencia de prensa conjunta del ministro de la Nación, Nicolás Trotta y su par de la ciudad. No hubo ni un solo desacuerdo. Parecía que Trotta hubiera estado siempre a favor del regreso a las clases presenciales. No fue así. Se opuso con excusas insólitas. Llegó a decir que la educación no era una actividad esencial. Y es todo lo contrario. Si un país en serio tiene que elegir solo una actividad esencial, esa debe ser la educación.
Esa parte del pasado quedó atrás. Salimos del pantano que armaron los anti educación. Hoy, dentro de un rato, en el Palacio Pizzurno, un templo sarmientino, Juntos por el Cambio realizará su acto principal. Será algo sencillo pero muy simbólico que, insisto, se va a repetir a lo largo y a lo ancho de la Argentina. Van a escenificar clases al aire libre, con todos los recaudos y con la participación de padres, docentes y estudiantes. Macristas, radicales y de la coalición cívica organizaron esta demostración de civilización contra la barbarie de los que levantaron todo un año una bandera que decía: “No están dadas las condiciones para volver a las clases presenciales”. Pusieron su ideología y la defensa de sus privilegios gremiales por delante de la vocación por enseñar de la mayoría de los docentes argentinos y de la necesidad de aprender de los chicos y jóvenes de la patria.
Fueron tan dogmáticos y cerrados que, de pronto, quedaron atrapados sin salida. Y hasta el gobierno nacional tuvo que retroceder y sumarse al regreso de las clases porque la opinión pública, mayoritariamente se los estaba facturando. Alberto Fernández estaba quedando como alguien no demasiado ocupado ni preocupado por abrir las aulas y Horacio Rodríguez Larreta como la vanguardia de la reactivación educativa. Eso se notaba en las encuestas. Por eso el gobierno tuvo que aflojar. Porque la catástrofe educativa y el daño irreversible que se le estaba provocando a las generaciones más jóvenes empezaba a ser demasiado evidente y cruel. Era incomprensible que estuvieran abiertos los casinos y cerradas las escuelas. Un despropósito absoluto y anti popular.
El concepto que debe presidir siempre cualquier tipo de medida de los gobiernos es que “las aulas son las primeras que se abren y las últimas que se cierran”. Con responsabilidad social y sin dogmatismos. Si hay segunda ola fuerte o rebrotes, habrá que ir atendiendo esas nuevas realidades. Pero abrir las aulas es un emblema de lo que una democracia participativa puede. Para abrir las mentes, para abrir las ventanas a los vientos de libertad y progreso, para abrir a otras realidades diversas de las que pregonan los militantes del capricho chavista y cristinista.
No hay que olvidarse de lo que pasó en estos días.
Los Baradel de la vida fueron a contra mano de la historia y ni siquiera, fueron coherentes con su declamado progresismo de defensa de la escuela pública. Jorge Adaro, del gremio de Ademys, es un dirigente de un sector ideológico con muy bajo apoyo electoral y dijo en una radio K, que no descartaban medidas de fuerza porque la propuesta de Rodríguez Larreta “es criminal”. Angélica Graciano habló de “marketing educativo” y antes se había sacado una foto con un afiche que al lado de la caricatura del jefe de gobierno de la ciudad decía: “Larreta odia a les niñes”. Textual. Se sienten los dueños, los patrones de la educación. Y después dicen que son democráticos porque todo lo deciden en asambleas donde participa un ínfimo porcentaje de los verdaderos maestros que quieren trabajar porque aman la educación y es su verdadera vocación.
Adriana Puiggrós, la ex vice ministra de Educación, anclada en un pasado de fracaso dogmático, dijo que para que se abrieran las aulas, debería vacunarse a todos los docentes. En ningún lugar del mundo se planteó semejante locura. Con el ritmo de vacunación que existe en la Argentina, esperar que todos los docentes se vacunen, sería demorar un año más el inicio de las clases. Y eso sería imperdonable. Sería castigar duramente a los más chicos y a los más pobres, es decir a los más vulnerables de la sociedad.
Alejandra Bonato, la secretaria gremial de Ute-Ctera Capital, obnubilada por su fanatismo cristinista llegó a comparar el riesgo de contagios del coronavirus en las aulas con el que existe en una fiesta clandestina. La gremialista ultra oficialista, en su afán por evitar el regreso de las clases presenciales dijo semejante exabrupto pero, no conforme con eso, volvió a la carga y aseguró que “dicen que la vacuna tampoco sirve para mucho”. No aclaren que oscurece.
Sobraban las pruebas contundentes de que es imprescindible reabrir las escuelas y volver a las clases presenciales. Pero, como si esto fuera poco, en su momento lo exigió la prestigiosa Sociedad Argentina de Pediatría. Presentó un riguroso informe de 43 páginas donde reveló la gran preocupación que los médicos tienen porque observan en su trabajo cotidiano las secuelas del confinamiento en los chicos y adolescentes. Todas las familias lo vivieron en carne propia. Dificultades para concentrarse, problemas para conciliar el sueño, angustia, miedos, pesadillas, ansiedad, mal humor, regresiones y hasta problemas más severos como la depresión.
Es urgente declarar a la docencia como servicio público esencial. Es increíble que no se haya hecho hasta ahora. Los médicos, los enfermeros, los policías y el resto de las fuerzas de seguridad, los bomberos, los empleados de supermercados o de bancos y los periodistas trabajamos con todos los cuidados necesarios y respetando todos los protocolos. Es una mancha para este gobierno de los Fernández que Argentina sea uno de los países del mundo que durante más tiempo cerraron sus aulas y apagaron el proceso educativo.
Basta de consignismo vacío o de las subjetividades de las conveniencias sectoriales. Hay que pensar en grande. Como Sarmiento. Todos sabemos que la escuela es un lugar seguro para los chicos mientras los padres trabajan y que no solamente es muy valiosa para la adquisición de conocimientos. También porque moldea y fortalece las relaciones sociales, los aspectos emocionales y la salud mental que en muchos casos está muy deteriorada.
Por supuesto que la reapertura no puede ser irresponsable y sin una planificación rigurosa. La Ciudad asegura que van a poner todos los recursos al servicio de esta epopeya educativa. Van a testear a los docentes cada 15 días. Se fijan mecanismos para que en el transporte público, la prioridad de uso sea para la comunidad educativa. Está probado que las escuelas en todo el planeta no fueron un centro masivo de contagio del virus y que los más chicos, se infectan menos y los que se infectan, presentan en su mayoría síntomas leves y contagian en un porcentaje muy bajo.
Los chicos tienen que volver plenamente a sus maravillosas rutinas de levantarse temprano, desayunar, intercambiar con su familia y sus compañeros, estudiar, jugar, aprender, reír, fijarse objetivos y tareas y cumplirlas, equivocarse y corregir. Es la mejor preparación posible para la vida. Puro entrenamiento para el esfuerzo y la apuesta a la meritocracia.
Por supuesto que se deben respetar los distanciamientos sociales, el escalonamiento de turnos, el uso de tapabocas, la utilización del alcohol en gel, la limpieza de manos, la desinfección y la ventilación de los ambientes y la formación de grupos reducidos de chicos en las clases y los recreos. Diez en aprendizaje y cero en riesgo. Esa debe ser la consigna.
Hay que respetar los derechos humanos. Y los derechos del niño y el joven a la educación. Es urgente porque el daño en muchos casos es irreparable. Y potencia la inequidad social.
La falta de educación es un cáncer que condena a los chicos a la calle y los deja inermes frente a todo tipo de flagelos como la droga y la delincuencia.
Y la educación en todos sus niveles y formatos es la mejor manera de combatir la pobreza y la desigualdad. No hay nada más progresista que abrir escuelas en los lugares donde hay más necesidades básicas insatisfechas.
La falta de educación es la madre de todos los problemas, pero que además, se puede convertir en la madre de todas las soluciones. Albert Einstein dijo: “Si la educación les parece cara, prueben con la ignorancia”. Pronto se abrirán las aulas. El sol de la educación viene asomando. Amanece, que no es poco.
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