El Miedo es un Pésimo Inversionista (Y el Político Populista, su Mejor Amigo)

Estoy aquí, en un balcón en Cusco (Perú), viendo el desfile interminable de gente en la Plaza de Armas. Turistas con esas mochilas gigantescas que parecen caracoles y cusqueños que caminan con esa prisa andina que es, misteriosamente, más lenta y más sabia que la nuestra. Y mientras sorbo un café espantoso (¿por qué es tan difícil encontrar buen café en un país que produce café glorioso?, en fin, otro de nuestros dramas), me pongo a pensar en una de las grandes verdades de la vida y el dinero.

No la aprendí en un libro de economía, por supuesto que no, qué aburrimiento. La aprendí viendo a la gente. Viendo cómo toman sus decisiones. Y la verdad es esta: a los seres humanos no nos importa tanto ganar como nos aterra, nos paraliza, nos enloquece la idea de perder.

Y ese miedo, estimados, es el negocio más rentable que existe. Sobre todo en política.

Una historia de S/. 100 (Cien soles) que lo explica todo

Morgan Housel, un tipo brillante que escribe sobre dinero de forma sencilla (una rareza, créanme), cuenta historias para explicar estas cosas. Déjenme contarles mi versión.

Imaginen que hoy, caminando por la calle Plateros, se encuentran un billete de cien soles nuevecito. ¡Qué maravilla! El día mejora. Se sienten con suerte, quizás invitan un pisco sour, se compran ese suéter de alpaca que no necesitaban. Una pequeña alegría, un chispazo de felicidad.

Ahora imaginen el escenario contrario. Tienen cien soles en el bolsillo, quizás los últimos hasta la quincena, y al llegar a casa, se dan cuenta de que ya no están. Los perdieron. ¿Cómo se sienten? No es una pequeña decepción. Es una tragedia. Una catástrofe personal. Se sienten estúpidos, desdichados, repasan cada paso que dieron. Esa sensación de pérdida, ese hueco en el estómago, es diez veces más potente que la alegría de haberse encontrado el mismo billete.

Racionalmente, es absurdo. El valor es el mismo: S/100. Pero nuestro cerebro, que sigue siendo el cerebro de un mono asustado con smartphone, no funciona con lógica. Funciona con pánico. El dolor de perder algo que ya es nuestro es insoportable; la alegría de ganar algo inesperado es simplemente agradable.

Y entonces, llega el político (¡qué miedo!)

Y aquí, en este pequeño cortocircuito de nuestro cerebro, es donde el político populista, ese encantador de serpientes que nunca falta en nuestro zoológico nacional, monta su circo.

El político astuto no te vende un futuro brillante y lleno de oportunidades. ¡Qué pereza! Eso requiere esfuerzo, riesgo, incertidumbre. Requiere que seas valiente. Y ser valiente es agotador.

No, él te vende algo mucho más poderoso: un seguro contra ese miedo terrible que sientes al perder tus cien soles.

No te dice: “Atrévete a invertir y quizás ganes mil”. Te susurra al oído: “Dame el poder, y te prometo que nunca, nunca, perderás los cien soles que ya tienes”.

¿No es genial? Te ofrece protegerte del fracaso encerrándote en una jaula. Te promete un sueldo fijo del Estado a cambio de que renuncies a tu ambición. Te garantiza un mercadito protegido y mediocre a cambio de que nunca compitas de verdad. Te regala un bono, un subsidio, una pensión miserable, a cambio de tu libertad y de tu alma.

El estatismo, el socialismo, todas esas ideas que suenan tan bien en la boca de un farsante, no son ideologías económicas. Son estrategias de marketing que le venden seguridad a un mono asustado. Y funciona. ¡Vaya si funciona! Miren a su alrededor.

El emprendedor cusqueño y el monstruo de la SUNAT

Lo veo aquí mismo, en Cusco. Miro a la señora que vende artesanías en un puesto. Al guía que se sabe de memoria la historia de cada piedra inca. Al dueño del pequeño restaurante que lucha con los proveedores. Tienen un coraje que ya quisieran muchos gerentes de Lima con sueldo millonario. Son capitalistas en estado puro.

Pero están atrapados por el miedo. Hablas con ellos sobre formalizarse y su rostro cambia. Porque “formalizarse” no suena a “oportunidad de crecer”. Suena a “pérdida segura”.

Suena a que la SUNAT les quitará un pedazo de sus ganancias hoy mismo. Esa es una pérdida real, inmediata, dolorosa. La promesa de que, quizás, mañana, puedan acceder a un crédito o conseguir un cliente más grande… bueno, eso suena a un cuento de hadas. A algo incierto y lejano.

Y así, prefieren la pobreza segura de la informalidad a la prosperidad incierta de la libertad. No porque sean tontos. Sino porque son humanos. Tienen el mismo cerebro asustado que tenemos tú y yo.

Al final, la única inversión que de verdad importa es aprender a gestionar nuestros propios miedos. Entender que el riesgo no es el enemigo; la parálisis sí lo es. Que la única seguridad que vale la pena es la que viene de tus propias habilidades, no de la promesa de un político que, créanme, solo se está asegurando a sí mismo.

En fin, ya me puse muy denso. Y este café sigue horrible. Me voy a buscar un buen pisco, que es una inversión con un retorno de la alegría mucho más seguro e inmediato. 

¿No les parece?

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