Desde la propagación del COVID-19, que pasó de ser una emergencia nacional en China a una pandemia mundial, tanto la OMS como el presidente de China Xin Jin Ping han promovido el confinamiento como el método idóneo para controlar la propagación de este virus y así tratar de evitar el incremento exponencial de contagios y, por ende, poder salvar muchas vidas. Sin embargo, esta “solución” tiene un precio muy alto, aplicar un confinamiento obligatorio tiene efectos colaterales tales como, la restricción de la libertad y el impacto negativo en la economía de todos los países. Ante esta situación, se ha generado un debate polémico entre reabrir la economía o mantener el confinamiento.



El 25 de marzo, científicos de Universidad Carlos III de Madrid, de la Universidad de Zaragoza, del MIT y de Fundación ISI, afirmaban que el confinamiento no iba a ser suficiente para frenar la pandemia, no obstante, hoy por hoy hay numerosos ejemplos que han demostrado lo contrario. La situación con el confinamiento es que, en muchos países, los gobiernos lo usan como una excusa perfecta para terminar de destruir la democracia, suspender elecciones, estatizar empresas, perseguir a quienes piensan distinto y controlar a la población. 

         De hecho, en China aplicaron una estrategia de control social tan férrea, incluso comparable con las que aplicó Mao, la diferencia radica en que actualmente hay unos medios tecnológicos que facilitan esta estrategia. El Gobierno de China aplicó la fórmula de enemistar familias y vecinos, le otorgó autoridad a los miembros y comités vecinales que militan en las filas del partido comunista; un claro ejemplo de la vigilancia por parte del Estado, es que, en marzo de este año los ciudadanos tenía que instalar una aplicación que les asignaba un código QR para poder monitorizarlos, quizás en un primer instante el uso de esta aplicación suena idóneo para controlar la propagación del COVID-19, pero no es más que una medida autoritaria digital. Lo más alarmante de esto, es que varios políticos elogian este modelo y se aprovechan de la situación para promover la intervención del Estado en la vida cotidiana, bajo el eslogan “el Estado te cuida”, el cual es una falacia. 

         Si bien es cierto que China logró controlar el COVID-19 con las medidas mencionadas, es imperativo resaltar que solo esto ha sido posible al grado de industrialización y a la producción de riqueza que han permitido que tenga los medios y los recursos para afrontar esta pandemia. El rol del Estado ante esta pandemia debe ser prestar asistencia a los medios privados, sin aplicar medidas intervencionistas que pudiesen generar un efecto contrario. Lo cierto es que aún en estas situaciones, la intervención estatal nunca será tan eficiente y tan productiva como el sector privado.  En Europa las fábricas de cosméticos y de perfumes están produciendo gel antibacterial y alcohol, los fabricantes de automóviles están fabricando respiradores mecánicos, la empresa Medtronic liberó su patente de respiradores mecánicos, es decir, el mercado si te cuida. 

         Por otro lado, hay numerosos ejemplos de países con Gobiernos que lograron frenar la expansión del COVID-19 sin tener que recurrir al confinamiento y a la intervención estatal. Hace unos meses la situación en Europa era catastrófica, primero en Italia y luego en España; ambos países aplicaron un férreo confinamiento, pero irónicamente según los datos de la universidad de Johns Hopkings, son los países con una mayor tasa de mortalidad; en contraposición está Alemania que tiene un tráfico aéreo similar a estos dos países y logró controlar la propagación del virus con medidas de distanciamiento social y testeos masivos. 

         En Europa también está el caso de Suecia que es un caso bastante peculiar, esto se debe a que hace semanas el epidemiólogo Anders Tegnell, responsable de la estrategia para afrontar el virus en su país, afirmó que las cosas se pudieron haber hecho mejor.  Sin embargo, el primer ministro Stefan Lofven defendió su estrategia y admitió que su error fue no proteger más a las personas de tercera edad, y observando las cifras su tasa de mortalidad es inferior a estos países europeos: Bélgica, Francia, Italia, Inglaterra, Hungría, Holanda, España, entre otros.  Por lo tanto, se puede reafirmar que el no sucumbir ante el confinamiento es una opción viable siempre y cuando se cumplan con las medidas de distanciamiento social y el Estado se apoye en el sector privado. 

         Pero para no caer en esas tediosas comparaciones con los países europeos, está el perfecto ejemplo en América Latina, Uruguay. Esta región se ha convertido en el nuevo epicentro del virus, pero en Uruguay el presidente Lacalle Pou, apeló a la conciencia de los uruguayos y su estrategia se basó en el distanciamiento social y la aplicación de medidas higiénicas. En África los efectos del COVID-19 podrían ser devastadores por la alta desnutrición, pero Rwanda, que en un principio aplicó un confinamiento por pocas semanas, posterior al “desconfinamiento” en casi todo el país, han aplicado una estrategia bastante innovadora, en vez de crear una aplicación para controlar a sus ciudadanos, prefirieron robots antisépticos que atiendan a los pacientes y así resguardar a su personal médico. 

         El problema radica en que se ha vendido la idea de que el confinamiento es la única forma de controlar la propagación de este virus, que hay que sacrificar libertades individuales cuando en realidad no es necesario. Un estudio elaborado por el MIT; específicamente por: Daron Acemoglu, Victor Chernozhukov, Iván Wernings y Michael Whinston, establece que para mantener una tasa de mortalidad por debajo del 0,2%, se debe mantener una cuarentena durante un año y medio y el costo económico sería aproximadamente de 37% del PIB. En dicha investigación determinan que para mantener una tasa de mortalidad controlada y no comprometer el PIB, hay que enfocarse en aislar a las personas de tercera edad, puesto que estas son hasta 60 veces más vulnerables. 

         Todos estos datos se pueden traducir en que las personas no estarán produciendo sustentos para ellos y sus familias, por lo que romperán la cuarentena y en ese desespero son más propensos a contagiarse. También las empresas están siendo muy afectadas, la pandemia las obliga a reinventarse, pero la cuarentena las obliga a cerrar 

         No hay una solución mágica para erradicar el COVID-19, pero hoy por hoy se tiene mucha más información que hace meses y es preciso no repetir los errores del pasado, es muy probable que varias vacunas ya estén listas a finales del año o a principios del año que viene, pero mientras tanto hay que aprender a vivir nuestra cotidianidad con el virus. Las estrategias contra el COVID-19 no deben ser excluyentes con la economía, se pueden aplicar estrategias que no afecten tanto a la economía.

         Con confinamiento o sin él, habrá rebrotes, es por ello que es necesario aplicar las medidas que menos impacto tengan en los ciudadanos. Los Gobiernos deben entender el peligro que representa el virus, establecer una estrategia basada en los casos exitosos y el enfoque de acción puede ser el siguiente: realizar campañas de concientización en las comunidades, aplicar medidas de relajación fiscal, tener transparencia sobre los modelos y pronósticos de contagiados, no entorpecer las actividades del sector privado, proteger los derechos de privacidad, promover medidas de higiene, hacer énfasis en el distanciamiento social, entre otros.  Hoy por hoy, el desafío más grande que tiene la libertad es el COVID-19 y los falsos lobos disfrazados de corderos que están al acecho esperando su mejor momento para debilitar las instituciones y socavar las libertades, es por ello que es menester que los actores políticos y los ciudadanos reaccionen y no permitan que se destruyan los valores democráticos.


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