Por: Oriana Aranguren
País: Venezuela
Tras un periodo de cien días de hostilidades en la región de Gaza, el primer ministro israelí, Benjamín
Netanyahu, conmemoró dicho lapso comprometiéndose a perseverar en la confrontación con
Hamás, a pesar de la tragedia humanitaria y de la impactante realidad subyacente tras estas
afirmaciones: más de 23.000 pérdidas humanas, mayormente entre mujeres y niños, alrededor de
60.000 heridos, un significativo desplazamiento de la población en el enclave y el incremento de la
incertidumbre respecto a las consecuencias del conflicto, así como su posible escalada a nivel
regional.
Estas acciones constituyen la respuesta al ataque sin precedentes perpetrado por el grupo palestino
Hamás el 7 de octubre de 2023, el cual, mediante operaciones aéreas, marítimas y terrestres, cobró
la vida de al menos 1.200 ciudadanos israelíes y tomó a decenas como rehenes.
La comunidad internacional ha expresado su inquietud por la pérdida de vidas y el temor a un
conflicto más amplio. Netanyahu, lejos de abordar estas preocupaciones, reiteró la resolución de
Israel, dejando en segundo plano la humanidad y la defensa de las libertades, que deberían
caracterizar a cualquier líder en medio de una crisis de tal magnitud.
Por otro lado, el teniente general Herzi Halevi, jefe del Estado Mayor israelí, no hizo más que
intensificar las tensiones al expresar la voluntad de responder de manera contundente, sin
considerar las repercusiones para la población civil en Gaza. Este enfoque militarista ignora la
necesidad urgente de buscar soluciones pacíficas y resalta la falta de empatía hacia las vidas
inocentes atrapadas en medio del conflicto.
Por otro lado, la participación de Estados Unidos en ataques aéreos contra posiciones hutíes, a pesar
de instar a la reducción de la campaña militar israelí, revela una doble moral preocupante, ya que
este se ha posicionado como un gran aliado de Israel en el conflicto. Algunos países como Qatar y
Francia intentan brindar asistencia humanitaria a la población afectada, mientras otros países
demandan un alto al fuego inmediato. Sin embargo, la falta de una acción contundente para detener
la violencia plantea interrogantes sobre las prioridades de las potencias mundiales en este conflicto.
Netanyahu parece desviar la atención de la realidad en el terreno y justificar una respuesta militar
desproporcionada al señalar a aliados como responsables de la escalada del conflicto. Esta retórica,
además de ser peligrosa, contribuye a intensificar las tensiones en Oriente Próximo y perpetuar un
ciclo de violencia.
Antes de avanzar con lo que implica el costo de la guerra, es necesario analizar a los actores y las
raíces del conflicto para entender la causa del mismo y así poder, desde un punto de vista neutral,
dar sentido a lo que está pasando.
El Movimiento de Resistencia Islámica (Hamás) es una organización política y militar palestina
catalogada como grupo terrorista por diversos países, incluyendo a Israel, Estados Unidos, la Unión
Europea, Canadá, Egipto y Japón. Fundada en 1987, tiene como objetivo la liberación de Palestina y
actualmente está liderada por Ismail Haniya y Yahya al Sinwar como comandante de la organización
en la Franja de Gaza.
Por otro lado, la historia de Israel se entrelaza con una red compleja de eventos, motivaciones y
conflictos que han dado forma a su identidad nacional. El sionismo fue un movimiento nacionalista
que buscó establecer un Estado judío en la Palestina histórica. A partir de 1881, los judíos emigraron
a la región por razones económicas, religiosas y humanitarias. Después de años, el conflicto con los
palestinos llevó a la creación de dos estados según la Resolución 181 (II) de la ONU en 1947,
asignando el 54% del territorio a Israel. Más adelante, en la Guerra de la Independencia en 1948,
Israel ganó el 77% del territorio; luego, en 1967, la Guerra de los Seis Días resultó en la ocupación
total de Gaza y Cisjordania por parte de Israel. Finalmente, en 2005, Israel implementó un plan de
retirada unilateral de la Franja de Gaza, desocupando la región, para que, en 2006, Hamás llegara al
poder tras las elecciones.
Ahora que conocemos el contexto y la historia que ha concebido este conflicto, retomaremos una
postura crítica en cuanto a las consecuencias que se desprenden de él o de cualquier otra guerra que
haya existido, ya que no es el fin de este escrito entrar en el debate sobre si la guerra está o no
justificada, sino más bien enfocarnos en examinar con detenimiento los costos inmediatos y a largo
plazo que esta conlleva. Invito al lector a realizar su propio análisis y reflexión para responder a esa
pregunta, proporcionándole la autonomía necesaria para interpretar los elementos que aquí se
plantean.
Si bien es imposible prever qué pasará entre Israel y Hamás, es innegable que este conflicto tiene
repercusiones significativas en la violación de los pilares de una sociedad libre: la vida, la economía y
la igualdad ante la ley. Estudiaremos cada uno de ellos.
Indudablemente, el costo más significativo de cualquier conflicto armado radica en la pérdida de
vidas, tanto de ciudadanos inocentes como de aquellos que participan en la contienda, a menudo
influenciados por la ignorancia y la manipulación ideológica de un Estado que justifica cada violación
de derechos y abuso de poder por lograr un bien mayor. Estos individuos perciben erróneamente la
nobleza de sacrificarse por la patria, una patria construida por líderes políticos que están
desconectados de la realidad del campo de batalla y que consolidan su poder durante el conflicto. La
guerra se convierte así en un medio para ampliar exponencialmente el dominio del Estado, en aras
de la necesidad de la victoria, en un contexto en el que la población se ve afectada por la decadencia
económica, física y psicológica.
Este escenario resulta favorable para aquellos que ostentan el poder y buscan perpetuarse en él, ya
que conocen las vulnerabilidades de su propio pueblo y con esto maximizan su capacidad de
coerción. Es así que desafiar el poder de un Estado emergido durante un periodo de conflicto se
convierte en una tarea sumamente difícil.
Entendemos con esto que se pierden vidas y se socava la dignidad humana, pero, a nivel monetario
¿Cuánto cuesta la guerra y quién paga por ella?
Los procesos bélicos distan de ser de bajo costo; los estados deben invertir en cuerpo militar y
armamento, sin contar las pérdidas que supondría no estar en conflicto. Es así que la guerra impone
costos considerables, tanto en términos económicos como en la pérdida de propiedad privada y
medios de subsistencia para los individuos.
Los conflictos armados no solo agotan los recursos del Estado, sino que también tienen un impacto
negativo en la libertad individual y la autonomía económica. Cualquier guerra requiere una
movilización significativa de recursos financieros y el Estado, al hacer frente a estos costos, recurre a
los impuestos de los ciudadanos como medio para financiarlos. Este aumento en la carga impositiva
es una restricción a la libertad económica de los individuos, quienes se ven obligados a contribuir
económicamente a un conflicto que puede no ser de su elección.
Además, para subsanar los crecientes costos, los gobiernos a menudo contraen deudas con otras
naciones que generan una dependencia financiera que compromete la soberanía económica de un
país, quedando sujeto a las condiciones y términos de los prestamistas extranjeros.
En el caso de Israel, uno de los sectores más impactados ha sido el sector turístico, que ha
experimentado una significativa contracción, revirtiendo el desarrollo que había logrado en los
últimos años. Actualmente, las calles se encuentran desiertas, y la movilidad económica ha
disminuido de manera exponencial. El deceso en la afluencia de visitantes ha llevado a la
paralización de numerosos negocios y ha generado una cadena de efectos en la economía local,
demostrando que las consecuencias del conflicto no se concentran solo en Gaza.
Este impacto se extiende a otros problemas que afectan la economía y el funcionamiento de los
mercados mundiales. Fuentes como Project Syndicate anticipan diversos escenarios geopolíticos
para los próximos meses. Estos van desde un leve encarecimiento del petróleo hasta la posibilidad
de una crisis energética, seguida de una estanflación que afectaría negativamente a Europa y al resto
del mundo. Incluso en el caso de que se cumpla el escenario más favorable, el simple hecho de que
exista un conflicto reduce las expectativas de normalización regional y aumenta la prima de riesgo
en los mercados. La incertidumbre y el temor a la guerra resultan perjudiciales para la iniciativa
privada y la inversión.
En estos panoramas, la integridad de la justicia y el Estado de derecho se convierten igualmente en
sacrificios inevitables. Esta cruda realidad se manifiesta en la impunidad que envuelve tanto a los
vencedores como a los vencidos tras la masacre. A menudo, resulta arduo vislumbrar la posibilidad
de establecer alguna forma de justicia luego del cese de las armas. Mientras los perdedores en
ocasiones son sometidos a la implacable mano de la ley, enfrentando castigos por sus acciones en el
campo de batalla, los ganadores, aquellos cuyos triunfos estuvieron marcados por la crueldad y el
flagelo, raramente comparecen ante la justicia evidenciando nuevamente una violación sistemática a
los derechos del individuo. La paradoja se revela en el hecho de que aquellos que perpetraron actos
atroces en nombre de la justicia son, en última instancia, quienes menos probablemente
responderán ante ella, socavando la legitimidad del sistema legal.
La posguerra no solo deja cicatrices físicas y emocionales, sino que también plantea desafíos morales
y éticos en la búsqueda de un equilibrio entre la necesidad de reparación y la complejidad de juzgar
las acciones cometidas en tiempos de desesperación y brutalidad.
Al analizar estas evidentes consecuencias y las predicciones futuras, surge una pregunta crucial en
este debate: ¿Qué certeza nos ofrece la guerra a largo plazo?
Los políticos y aquellos que abogan por la violencia como medio defensivo suelen argumentar que
una victoria asegurará el logro de los objetivos nacionales. Sin embargo, es imperativo cuestionar si
el triunfo en un conflicto de esta envergadura realmente asegura la estabilidad y prosperidad para
las generaciones venideras.
La idea de que la victoria sea un indicador inequívoco de un futuro seguro plantea dudas sobre la
realidad de este supuesto. ¿Acaso la simple obtención de un triunfo militar puede salvaguardar de
manera incondicional el bienestar y la paz duradera? En caso de que la respuesta sea incierta, nos
enfrentamos a la crucial consideración de si estamos dispuestos a enfrentar nuevamente los
horrores de la guerra, con todas las consecuencias y sacrificios que implica, sin tener la certeza de
que ello garantizará un mañana más seguro y próspero para las generaciones venideras.
Luego de concluida la guerra, tanto los vencedores como los vencidos comparten un legado común:
la pobreza, la escasez, la devastación y la imperiosa necesidad de reconstruir no solo las
infraestructuras físicas, sino también los cimientos económicos y sociales de sus respectivas
naciones. Esto plantea la cuestión de si la victoria realmente conlleva beneficios cuando la tierra se
vuelve estéril, la población disminuye debido a la brutal matanza y las perspectivas de desarrollo son
limitadas, ya que, sin lugar a dudas, aquellos que se involucran en un conflicto bélico concluyen en
una situación más desfavorable de la que experimentaron al comienzo de la guerra.
En este panorama, que sin duda no es una suma cero, solo existe un ganador: el Estado, que
adquiere más presencia y poder a expensas de las libertades individuales y la dignidad humana.
Mientras los ciudadanos sufren las consecuencias del conflicto, la maquinaria estatal se consolida, a
menudo justificada por la necesidad de mantener la seguridad nacional y la estabilidad interna. La
censura se convierte en una herramienta común para controlar la información y suprimir cualquier
disidencia que pueda surgir entre la población afectada. En este contexto, los derechos civiles son
sacrificados en aras de la supuesta estabilidad, dejando a los ciudadanos en un estado de
vulnerabilidad frente al poder del Estado.
Además, la recuperación económica y social tras un conflicto plantea desafíos sustanciales. La deuda
acumulada durante la contienda emerge como una carga significativa, mientras que las instituciones
democráticas corren el riesgo de debilitarse. Esto se debe a que, respaldados por la urgencia de la
reconstrucción, se centraliza aún más el poder.
La reconstrucción postconflicto no solo debe implicar la restauración de infraestructuras físicas, sino
también el restablecimiento de las libertades individuales y la autonomía económica, sin embargo,
estos aspectos resultan particularmente desafiantes tras la expansión del poder estatal.
Al acercarme a la conclusión de este escrito, es propicio decir que la búsqueda incansable de la paz
emerge como un faro luminoso en medio de la oscuridad generada por combate. La paz no es
simplemente la ausencia de guerra, sino cultivar un entorno donde la libertad, la prosperidad y el
progreso puedan florecer. En contraste con los estragos de la guerra, la paz ofrece un terreno fértil
para la coexistencia armoniosa, el desarrollo sostenible y el crecimiento económico. Al optar por la
paz, optamos por la preservación de vidas inocentes, la integridad humana y nuestras libertades. La
historia nos enseña que las cicatrices de la guerra persisten mucho más allá de su culmino, mientras
que la paz deja un legado duradero de estabilidad y crecimiento.
Los fundamentos de la libertad constituyen el medio esencial para la consecución de la paz. A modo
de ilustración, el libre mercado, al propiciar la interconexión de individuos guiados por objetivos
comunes, minimiza el riesgo de conflictos, incluso cuando el Estado favorece tales interacciones.
Esto se puede comprender a través de un fácil ejemplo: en un sistema de intercambio voluntario, si
el sector privado del país A ha consolidado su mercado de exportación de trigo en el país B, el cual, a
su vez, actúa como el principal proveedor de electricidad para el país A, se reduce
considerablemente la probabilidad de que los Estados se vean inmersos en conflictos, dado que se
establece una interdependencia vital que fomenta la estabilidad y la cooperación, en virtud de una
entrelazada red de intereses mutuos. Esta compleja red de interdependencias económicas fomenta
una relación de colaboración inherente, ya que la prosperidad económica y la estabilidad en el
suministro de recursos esenciales se convierte en el centro de la convivencia. Por lo tanto, ante la
incitación al conflicto por parte de los gobiernos, desde el ámbito privado se fijará una posición para
defender los intereses de un sector consolidado y robusto.
En este contexto, la probabilidad de confrontaciones se ve significativamente reducida, ya que
cualquier disputa o conflicto entre los Estados podría tener repercusiones directas y perjudiciales en
las respectivas economías. Así, la interconexión económica actúa como un mecanismo natural de
prevención de conflictos, sirviendo de incentivo para la resolución pacífica de disputas y para el
mantenimiento de relaciones estables entre naciones.
En última instancia, este ejemplo ilustra cómo los principios de libertad, manifestados a través de un
intercambio voluntario y libre mercado, no solo promueven la prosperidad económica, sino que
también desempeñan un papel crucial en la preservación de la paz al crear lazos interdependientes
que disuaden a los Estados de incurrir en acciones que puedan poner en peligro la armonía y
estabilidad fundamentales para el bienestar de ambas naciones.
Los insto a que no veamos la paz solo como un fin en sí mismo, sino como un medio que nos permite
salvaguardar la libertad individual, promover la prosperidad a través del libre mercado y asegurar la
autonomía de las personas, generando así un entorno que facilite un orden social basado en
principios liberales.
Toda esta conversación, indudablemente nos lleva a cuestionar: ¿cuál es la verdadera naturaleza de
la guerra? ¿Es una característica ineludible de la existencia humana? ¿Puede considerarse justificada
en determinadas circunstancias, y bajo qué condiciones? ¿Cuál es el impacto de la guerra en nuestra
moral y libertad?
Dejo estas reflexiones al lector con la esperanza de que profundicen en estos cuestionamientos,
forjando así una comprensión más completa de nuestro entorno y participando activamente en la
construcción de un orden social basado en principios liberales.
Soy una joven venezolana, estudiante de Ciencias Fiscales, coordinadora local senior de Students for Liberty, fundadora del capítulo de Ladies of Liberty Alliance en Caracas y becaria del programa de excelencia académica de la Asociación Venezolano Americana de Amistad. Creo firmemente que podemos cambiar el mundo con nuestras ideas.