Por David Vinza


Distante se ha vuelto esa ilusión de un Ecuador como “isla de paz”, al igual que la idea de un gobierno con el temple (de León Febres Cordero) para castigar al crimen y la corrupción.

Lo cierto es que Ecuador ya está en guerra y va perdiendo contra el crimen organizado desde hace años, empezando que durante el gobierno de Correa ya se encontraban cocinas de “nieve” bastante significativas (ya pasamos a ser productores). Ahora bien, en el mandato de Moreno se hallaron avionetas en el terreno de la Refinería del Pacifico (pasamos a ser exportadores). Los síntomas más graves aparecen en el actual gobierno como: la explosión del radar en Montecristi, las masacres carcelarias y la contienda entre bandas (acabamos de entrar a la era del terror). Pero ¿quiénes son los estorbos contra esta lucha?

Primero, estamos maniatados por los “ayatolas” de la Corte Constitucional, donde hay que implorar su beneplácito para tener un estado de excepción que permitiese a las  FFAA salir a las calles a defender a sus ciudadanos. Segundo, la Asamblea Nacional en lugar de convocar a sesiones emergentes para reformar urgentemente esas leyes hipergarantistas que puedan contribuir a combatir el terror en las calles, aprovechan esta conmoción para el oportunismo y no para la unidad como lo hace el mundo civilizado en tiempos de guerra. Tercero, los “activistas de los derechos humanos”, profetas woke del falso progresismo, como secta viven en una realidad paralela a la del país, siendo más parte del problema que de soluciones, oponiéndose siempre al uso de la fuerza y vale preguntar ¿Por qué para ellos solo los criminales tienen derechos humanos? ¿Por qué nunca se pronuncian por los derechos de los uniformados que están muriendo? y ¿qué hay de los derechos naturales de la gente común? ¿En qué momento se decretó que se debe priorizar los derechos de unos criminales ante el resto de ciudadanos?

Para terminar, me gustaría mencionar que los criminales que están en las calles no pueden rehabilitarse y no buscan la paz con la sociedad, solo respetan la fuerza sobre ellos.  El hipergarantismo que defienden estas élites intelectuales no representa la realidad en la que vivimos. Es momento de discutir el libre porte de armas para los buenos ecuatorianos que aman su país y su familia. Y repensar el sistema penitenciario en combinación con el sector privado, donde los presos que pueden y desean rehabilitarse trabajen.


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