La libertad es la cuestión más apremiante en la vida de todos los individuos, es decir, ejercemos nuestra libertad, primeramente, cuando decidimos y, posterior- mente, al elegir a dónde ir, con quién estar y qué decir, pero ¿será que en verdad sabemos de qué va la libertad? Porque ya hemos escuchado hasta el hastío que «nuestra libertad termina donde empieza la de los demás», frase con tal predominancia en las sociedades que hoy es casi intrazable hasta su autor, el francés Jean-Paul Sartre. Sin embargo, si es o no rastreable no importa. Lo que nos importa a las personas de a pie, a las que vivimos sin ver las estrellas y caminamos como perdidos por la calle para poder sobrevivir es saber si somos libres y en qué sentido lo somos, en qué cantidad; cómo nos vestiremos, qué comeremos y qué estudiaremos son sólo algunas de las preguntas que nos hacemos día con día, aunque ello no implica que realmente seamos libres.
Entonces, entendemos que las suma de nuestras decisiones nos acerca a ser libres, ¡qué gran falsedad! De hecho, aunque hubiésemos llevado toda una vida con decisiones ética y moralmente correctas seguiríamos siendo esclavos, ¿por qué? Muy probablemente porque hemos dejado de razonar lo verdaderamente importante, trascendental. Para entender esto hay que decir que una misma palabra ha significado lo mismo en distintas épocas, como ejemplo tenemos la «virtud» que ha sido la más utilizada como referente de lo supremo, lo más positivo, aunque no es la única: el «ocio», el «ingenio», la «esencia», la «valentía» y la «potencia», también han sido sinónimos de la palabra «virtud» y entre ellas han sido indiscriminadamente intercambiables. Pero no, de lo que se trata en este preciso momento no es de comprender las razones filosóficas más elevadas ni hacernos más preguntas de las que desearíamos, aunque cierto es que a veces hacen falta. Debemos, por tanto, de manera obligatoria y no como probabilidad, es decir, no como un deber de, asumir la responsabilidad para con nuestra propia libertad en el entendido de liberarnos de las cadenas que nos aprisionan, ¡librarnos de los cuatro falsos cánones de felicidad, dinero, belleza y amor en que nos hemos enraizado!
La decisión es sencilla, mas su implementación titánica: hay que despojarnos de todo, hasta de lo más sencillo, para ver más de cerca el plano de lo venal y banal que durante tanto tiempo hemos idolatrado y así vislumbrar nuestra carencia no exclusivamente en lo individual, sino en lo social y humano. El hoy ya no sólo es de consumo, también es el contexto en que los individuos no se saben ni a sí mismos como tales: no se saben seres libres porque ni siquiera son capaces de preguntarse por ello. Hoy todo ha cambiado. La libertad ya sólo existe en el imaginativo, en las expresiones estéticas. Ya nadie se pregunta por la libertad que verdaderamente importa y trasciende. He ahí el bucle, he ahí nuestra perdición.
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