Cultura de indecisos. Es una reflexión sobre el panorama nacional de Perú, mi país.

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“Una de las sanciones por negarse a participar en política es que termines siendo gobernado por tus inferiores”, decía el mítico Platón sobre la injerencia de la política en nuestra sociedad. Si personificamos esa célebre frase en gran parte de Latinoamérica veremos que el tiempo siempre le dará la razón al pensador griego.



Clarísimo ejemplo de ello es la situación de Perú, nación que padecerá unas elecciones atípicas en abril del presente año. Utilizo el verbo ‘padecer’ por la cantidad de candidatos, sobre todo en el ámbito congresal, implicados en procesos penales que involucran cargos como estafa, hurto y violencia familiar. Es así que el Estado peruano viene llevando a cabo dos combates paralelos dentro de sus fronteras: contra la covid19 y la arraigada politiquería delincuencial. 

Sin embargo, ¿esto representa un peligro para la corriente democrática peruana instaurada desde la vacancia del dictador Fujimori? Por supuesto, teniendo en cuenta que el grueso popular decide su voto recién en la fila de sufragio. En otras palabras, los candidatos y partidos políticos –dicho sea de paso, son más de 20– conseguirán recién un recoveco en los poderes del Estado durante las últimas semanas de campaña. Por consiguiente, la comunicación política juega un rol importantísimo dentro de la esfera pública, siendo las redes sociales y su adecuada utilización el punto de quiebre para quien ansíe sentarse en el Sillón de Pizarro por los próximos 5 años. 

Es así que la derecha conservadora y la izquierda peruana, dos posturas opuestas, antagónicas e irreverentes subsisten dentro de una vorágine política plagada de golpes de estado, denuncias, juicios políticos, entrampamientos, cierres y disoluciones del Congreso, y un largo etcétera que hacen al Perú entretenido pero desgastante. No en vano se han escrito –y escribirán- cientos de libros dedicados a los jefes de Estado predecesores, cuya trama principal será su caída y su ineludible corrupción. 

Sin embargo, cabe preguntarse ¿dónde quedan los indicativos electorales como las encuestas y sondeos? Sinceramente, apena decir que sus métodos son realmente centralistas y demasiado homogéneos, sin contar que, como es sabido en la cultura popular peruana, los medios tradicionales siempre tienen favoritismo por algún candidato/a.  Anteriormente fue Reggiardo para la alcaldía limeña y Pedro Pablo Kuczynski para las presidenciales. Hoy por hoy, el hijo pródigo de la prensa es George Forsyth Sommer, un ex futbolista e hijo de un conocido embajador de Perú, cuyo rédito político es un misterio equiparable a las Líneas de Nazca, el origen del hombre o el Triángulo de las Bermudas.

Finalmente, ¿en manos de quién está el rumbo de todo un país? ¿del pueblo consciente, responsable y pensante o en el grueso apolítico que crece cada vez más producto de la nauseabunda mafia politiquera? Hay demasiadas cavilaciones que no cabrían en un texto, artículo, ensayo o libro. Lamentablemente, seguiremos encadenados a un patrón repetitivo al momento del sufragio: “Escoger al menos malo”.


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