*Publicado por primera vez en El Deber el 17 de octubre de 2024
El codiciado reconocimiento de la academia de ciencias sueca otorgado a los economistas Daron Acemoglu, Simon Johnson y James A. Robinson por sus “estudios sobre cómo las instituciones son formadas y cómo afectan la prosperidad”, fue, por paradójico que suene, sorprendente y anticipado en partes iguales.
Acemoglu, Johnson y Robinson pertenecen a esa clase de economistas que, incluso si no eres estudioso en la materia, conoces o ubicas de alguna parte. Podríamos decir que la obra más conocida de Acemoglu y Robinson “Por qué fracasan los países”, publicada en 2012, ya forma parte de esa selecta lista de libros que toda persona culta debe leer. Otro tanto pasa con Sapiens de Yuval Noah Harari, en el caso de la historia, o el Ensayo sobre la ceguera de José Saramago, hablando de literatura.
Pero el Nobel suele ser algo más que un concurso de popularidad, donde, dicho sea de paso, los tres autores no se quedan cortos, al menos en el ámbito académico: El paper “The colonial origins of comparative devolpment: An empirical investigation”, coescrito por los tres autores en 2001, acumula más de 18.000 citas en Google Académico. Además, se ponderan las contribuciones originales y los aportes que nos ayudan a comprender mejor la realidad económica. Es aquí donde entran en juego las teorías sobre las instituciones como el motor del crecimiento y la prosperidad de una nación.
En este respecto, Acemoglu, Johnson y Robinson reúnen esas tres características. Primero, son bastante reconocidos, incluso fuera de los círculos académicos y de los no-economistas; segundo, cuentan con trabajos ampliamente citados y, tercero, sus trabajos, más allá de ser citados, cuentan con aportes importantes que mejoran nuestro entendimiento de las dinámicas económicas.
Pero ¿cuál es, a fin de cuentas, el aporte de este trío? En palabras sencillas, la contribución que les valió el Nobel fue la de poner el foco en las instituciones. ¿Qué son las instituciones? Pensando desde Santa Cruz, con una amplia trayectoria de “institucionalidad”, uno se vería tentado a creer que se trataría de instancias como la CAINCO, el Comité Pro Santa Cruz y similares. Sin embargo, Acemoglu y compañía tienen en mente algo distinto cuando hablan de instituciones.
Las instituciones, como recalcó en su día el también Nobel de Economía Douglass North, son las “reglas de juego”, las normas, formales e informales, que regulan el accionar de los individuos. Y ¿por qué necesitamos reglas? Como mencionó otro premio Nobel, James M. Buchanan, en un libro coescrito con Goeffrey Brennan, “Las reglas proporcionan a cada acto la posibilidad de predecir el comportamiento de los demás”.
En otras palabras, lejos de llevar a cabo nuestras interacciones sociales en un vacío, las conducimos en un marco normativo, compuesto por las leyes, creencias y valores compartidos o como mínimo, reconocidos como imperantes de una sociedad dada. Desde respetar los semáforos hasta la cortesía del “buenos días”, las instituciones buscan la coordinación de los agentes sociales.
¿Cómo se relaciona todo ello con la prosperidad de un país? Muy sencillo: Acemoglu y Robinson nos proponen un ejemplo por demás ilustrativo al comienzo de su libro f“Por qué fracasan los países”. Tomemos Corea del Norte y Corea del Sur. La mirada desde el espacio, similar a la que podría tener un astronauta, sería más impactante que cualquier mención a estadísticas o cifras que difícilmente pueden asimilarse. Sin embargo, dejando la atmósfera que nos cubre, parecieran que todas las fronteras desaparecen, excepto una: La península de Corea aparece dividida en dos. Al norte, la oscuridad envuelve el terreno, mientras que las luces del sur ocupan casi la totalidad del plano. Sólo con esa fotografía se puede comprender que la riqueza que se encuentra en el sur está ausente en el norte. ¿Por qué? La explicación que Acemoglu y compañía dan reside en el tipo de instituciones que ambas Coreas, por lo demás iguales en idioma, clima, legado cultural y recursos naturales.
Una, Corea del Norte, aplica lo que llaman “instituciones extractivas”. El problema de las instituciones extractivas es la inestabilidad que generan, pues, en palabras de los autores, “las instituciones políticas y económicas extractivas crean una tendencia general de luchas internas, porque conducen a la concentración de la riqueza y el poder en manos de una reducida élite”. La otra, Corea del Sur, incorporó en los ochenta “instituciones inclusivas”, como una economía de mercado, derechos de propiedad bien establecidos y otras que fomentan la “destrucción creativa”, sinónimo de innovación y progreso. Los resultados de aplicar uno u otro tipo de instituciones saltan a la vista. Vistas desde el espacio, Corea del Sur brilla por las noches mientras Corea del Norte se sume en la oscuridad.
La marcha del tiempo es inexorable, lo que sí está sujeto a cambio son las reglas, las leyes y sobre todo, las creencias y valores que dan forma a las instituciones. Si hay sociedades ricas, esto no se debe ni a la conquista ni al saqueo, tampoco a que ellos posean una inteligencia que a nosotros nos falte. Se debe, principalmente y por sobre lo demás, a las instituciones que, como la common law inglesa o la libertad económica de los países nórdicos, impulsan el crecimiento y desarrollo material y espiritual de sus sociedades.
Estas diferencias no ocurrieron de la noche a la mañana. Al contrario, el trabajo de Acemoglu, Johnson y Robinson nos invita a pensar sobre qué futuro que le deparará a Bolivia de aquí a treinta o cuarenta años si continuamos incorporando instituciones que castigan el éxito, frenan el progreso, fomentan la inestabilidad y premian el conflicto.