Una vez más, asistimos horrorizados a la crónica de un femicidio anunciado y a la comprobación de que el estado no cuidó ni protegió a Ursula, la víctima. Ella tenía apenas 18 años y un criminal que fue su novio llamado Matías Martínez la asesinó a clavándole varias veces un cuchillo de carnicero en el cuello y en la espalda. El informe oficial de la fiscalía dice que Úrsula fue degollada.
La indignación del pueblo de Rojas tuvo como combustible la ausencia absoluta del estado y la complicidad por negligencia y burocracia de la policía, la justicia, y las ministras de la mujer de la provincia y la Nación. Porque Ursula y su madre Patricia y otra ex novia del criminal hicieron todas las denuncias correspondientes pero no las escuchó nadie. El estado falló en todas sus líneas. Ese alarido de dolor previo a la muerte de Ursula no lo atendió ninguna de las autoridades. Ya es hora de dar los nombres y apellidos de los responsables de todo esto. ¿Quiénes son los que le negaron el botón de pánico? ¿Quién estaba a cargo de la comisaría de la mujer que no le quiso tomar una nueva denuncia porque era un fin de semana? Energúmenos que no deberían estar en un lugar tan delicado. ¿O no saben que los asesinos no se toman descanso? De hecho, ya fue intervenida, la comisaría de la mujer y el destacamento policial y sus jefes desplazados.
¿Quiénes son los jueces que no lograron tener preso a un policía bonaerense que con carpeta médica por problemas siquiátricos, ya tenía más de 15 denuncias por acoso y violencia de género. ¿Tenía una denuncia incluso por violación de una nena discapacitada? ¿Qué otro dato necesitaba la justicia para encarcelar a este salvaje?
Patricia, la madre de Úrsula se quejó del juez de paz y pidió que cambien “a los jueces corruptos”. ¿Qué hizo la policía que conduce Sergio Berni para neutralizar a su subordinado, además de sacarle el arma? ¿Qué alertas tempranas tienen los ministerios de Estela Díaz y Elizabeth Gómez Alcorta frente a estos casos? Porque disponen de mucho presupuesto para seminarios, congresos, viajes y catering, pero deberían encontrar un mecanismo bien práctico para proteger a las mujeres en peligro. Le doy un dato clave: hay 300 femicidios por año, en promedio en la Argentina. Cada 30 horas asesinan una mujer. Lo primero que tienen que hacer las ministras es evitar esas 300 muertes. Es la tarea principal. Con tanto dinero que disponen no sería muy complicado destinar gente para que se ocupen de los casos más graves que inevitablemente conducen al femicidio. Se pueden prevenir mucho mejor estos asesinatos. Porque en casi todos los casos, los femicidas, avisan. Empiezan a subir su apuesta criminal y violenta. Primero gritos e insultos. Después cachetazos y empujones. Enseguida trompadas y patadas. Es un túnel macabro que conduce a la muerte. A esos tipos denunciados hay que vigilarlos y anular sus posibilidades de cometer el crimen.
Martínez que hoy está detenido se cansó de violar la perimetral que le habían impuesto. ¿Eso no tiene castigo? ¿Eso no es un indicio fuerte de que en cualquier momento pasa a mayores?
Hace uno días una jueza falsamente garantista dejó en libertad a un violador de una chica venezolana y había sido sorprendido in fraganti. Y yo no escuché que la ministra Gómez Alcorta, por ejemplo, haya repudiado ese hecho. Un silencio demasiado parecido a la complicidad, tal vez porque comparte con la jueza Karina Zucconi sus simpatías por Cristina. Hoy hizo declaraciones manifestando su conmoción e indignación. Pero con palabras no alcanza. Para comentar los hechos estamos los periodistas. Los funcionarios están para solucionar estos dramas.
El suboficial de la bonaerense Martínez no asesinó de un día para el otro y sin avisar. Avisó muchas veces que la iba a matar. Y Ursula lo denunció varias veces, también. Pero el estado fue impotente, Un estado repleto de empleados que en muchos casos son ñoquis o militantes y que ni siquiera tienen vocación de servicio hacia los ciudadanos que pagamos sus sueldos con nuestros impuestos.
“Estamos todos, falta Úrsula”, era uno de los carteles más certeros exhibidos en la protesta ciudadana. Como si el daño irreversible, que le hicieron a la familia de Úrsula fuera poco, la policía reprimió la marcha y hubo detenidos, lastimados, balas de goma y algún vehículo incendiado. Es que todo el mundo sabía que la iban a matar. Empezando por Úrsula que con una sensibilidad estremecedora le escribió un chat a Milagros, su amiga diciendo textualmente: “Estoy temblando, tengo miedo, me recagó a palos mal durante 7 meses. Me callé siempre hasta que me ví muerta. Por eso lo denuncié”.
Fue un homicidio calificado por violencia de género. Así dice la carátula del expediente. Un femicidio anunciado y absolutamente evitable. Patricia, la madre de Úrsula protestó y pataleó hasta que la policía le puso esposas e incluso la castigó y le dejó un par de hematomas en el cuerpo. Pide lo mínimo: verdad y justicia para su hija y castigo y condena para “esta lacra humana”, como definió a Martínez.
Cuentan sus amigas que Úrsula, en sus momentos de angustia llegó a decir: “Si un día no vuelvo, rompan todo”. Y a Belén Miranda le dijo con toda claridad: “Si me pasa algo, ya sabés que él me mató”.
Fue muy conmovedor ver y escuchar a Miguel Ángel, el abuelo de la chica. Con la voz quebrada y en medio del llanto dijo que “si él hubiera estado viviendo en Rojas, este asesino se se hubiese paseando tan alegremente por el pueblo”.
Las estadísticas hablan de una verdadera pandemia de femicidios. La cantidad de este tipo de delitos aberrantes en nuestro país es superior a la media de otros países con mucha violencia doméstica como México, por ejemplo.
La única mujer que integra la Corte Suprema de Justicia, hace tiempo que puso el grito en el cielo. La doctora Elena Highton de Nolasco dijo que las cifras de femicidios en la Argentina son “escandalosas, un verdadero suplicio”. Suplicio, según el diccionario es “una lesión o muerte aplicada como castigo o un sufrimiento moral que se puede asimilar a la tortura”.
Los datos son aterradores por donde se los mire.
Otra realidad terrible: la mitad de las víctimas tienen menos de 30 años. Y el 44% compartía el techo con el victimario. Violencia doméstica.
Highton de Nolasco también denunció el machismo judicial y condenó la liberación temprana de los acusados o condenados por violencia de género. Yo le agregaría que la liberación a la velocidad de la luz de los delincuentes se verifica en todo tipo de delitos. Pero ese es otro tema.
Ahora hay que frenar los femicidios. Decir Nunca más. Basta. Hacer campaña por todos lados. Cambiar la cultura. Sembrar educación.
La prioridad absoluta es parar los femicidios. No desviar nuestra energía en temas menores. Primero la vida.
Le confieso que uno de los casos más repugnantes que recuerdo es el tristemente célebre “Caso Tiraboschi”. Es una gigantesca humillación de la condición humana y de género.
El doctor Eugenio Raúl Zaffaroni, ex integrante de la Corte Suprema de Justicia y asesor de Cristina Fernández de Kirchner, afirmó que el sexo oral no constituía violación porque no era una forma de acceder carnalmente a la víctima. Al imponer una débil pena por abuso deshonesto, sostuvo que no correspondía aplicar la pena máxima porque, entre otras razones, la víctima, una niña de ocho años, había sido abusada con la luz apagada y, en palabras de la sentencia, “el único hecho imputable se consumó a oscuras, lo que reduce aún más el contenido traumático de la desfavorable vivencia de la menor”.
¿Se da cuenta de semejante barbaridad? Yo no escuché al ala kirchnerista de las mujeres que lideran “Ni una menos” que dijeran una palabra.
La prédica zaffaroniana de que casi todos los delincuentes son producto de ” las injusticias del sistema capitalista”, se hizo doctrina y dogma. Hoy muchos de los criminales de mujeres reincidentes y violadores caminan por las calles.
Por eso emociona y conmociona ver y sumarse a miles de mujeres que en la calle se juran a sí mismas luchar hasta exterminar la violencia de género y los trogloditas criminales del machismo. Los carteles caseros lo vienen diciendo todo. Lo gritan, en realidad, lo exigen: “No nos maten más”, “Juntas somos infinitas” y “Vivas nos queremos”.
Claro que las queremos vivas, claro que nos queremos vivos y que juntos somos ciudadanos en movimiento que levantamos la guardia para defendernos y extirpar la parte más oscura y repugnante de una sociedad que denigra a la mujer, que la somete y la reduce a la servidumbre. Por momentos siento que algunos varones han retrocedido a la época de las cavernas, que han escupido a la civilización y que creen que pueden tener a una mujer en un puño con un puñetazo.
Hay que ser muy perverso. Una mujer es una mina que amamos, nuestra vieja querida del alma, la hija que tanto miedo nos provoca cuando tarda en llegar de la facultad, la madre que nos sembró de hijos nuestra existencia, nuestra abuela de la sabiduría.
Todo el que sea víctima de violencia de género o conozca a alguien puede y hacer la denuncia al teléfono 144 durante las 24 horas.
Son mujeres asesinadas por machos que, insisto, no merecen llamarse hombres. Son infames varones que avergüenzan al género y a la condición humana. En cada esquina de este país deberíamos colgar un cartel que diga: “Basta. Nunca más un femicidio”. O “Malo, malo eres, no se daña a quien se quiere”.
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