Nicolás Pierini
Coordinador de Academia de Estudiantes por la Libertad


Hay algo curioso en esos mensajes que se cruzan José López y Nicolás Caputo, porque el primero le pide a Caputo gestiones como si él fuera el jefe del Instituto de la Vivienda de la Ciudad de Buenos Aires. ¿Manejaba Caputo, un contratista del Estado, el Instituto de la Vivienda? Alguien tendrá que investigarlo. En la Ciudad dicen que esos eran fondos nacionales y había que asignarlos a determinados contratistas, por ejemplo, a Sueños Compartidos, de Hebe de Bonafini. Volvemos a los derechos humanos y a la contaminación con la política y con los negocios.

El argumento sobre de quién son los fondos y quién los administra termina volviendo a la causa Vialidad. ¿Por qué? Aparece algo que va a ser interesante desentrañar cuando vengan los argumentos de los defensores y seguramente del defensor de Julio De Vido, quien va a decir que el nunca administró esa plata, que esa plata la administraban los directores de Vialidad de Santa Cruz. Hay algo aún más interesante: esa plata llegaba a Santa Cruz con la firma del ministro de Economía y del jefe de Gabinete para que en Santa Cruz se hicieran las licitaciones. Lo que está diciendo De Vido es que a Báez lo ponía Santa Cruz, pero documentalmente “yo no tuve nada que ver” Lo interesante es por qué no están involucrados los jefes de Gabinete y los ministros de Economía. Problema para Alberto Fernández, para Sergio Massa, para Amado Boudou y para Axel Kicillof. Empieza a haber un debate interno dentro del kirchnerismo respecto de los niveles de responsabilidad en el manejo de la obra pública.

Cristina, a todo esto, apela a dos argumentos. Dice: “Me están culpando a mí por algo que pasaba 13 escalones más abajo”. Y compara: “En cambio, a Macri, por cosas que pasaban en la AFI, que dependía de él, la Justicia le dan el beneficio de alegar que los que espiaban eran cuentapropistas, que no tenían nada que ver con él”. Y agrega: “Al final, yo era la boluda”. Sobre esto cabe tener una sensación, una intuición difícil de demostrar, porque entra en una zona muy resbaladiza, que es que cuando ella dice ‘yo era una boluda’ está hablando de Néstor Kirchner. Es decir, algo así como: “Yo no sólo estoy heredando la fortuna que, presuntamente, puede haber generado Kirchner, sino los problemas que me dejó, en una zona de la administración y del manejo de negocios que yo miraba y no quería ver, o no quería mirar del todo, en un mundo de complicidades entre gente que a mí nunca me resultó tan agradables y a quienes ni siquiera fui a visitar cuando estaban presos”. Políticamente, administrativamente y habrá que ver si judicialmente, es difícil “hacerse la boluda”, porque José López tiene una causa por enriquecimiento ilícito desde el año 2008. Entonces, ¿a nadie le llamó la atención desde el 2008 al 2015, la conducta de López? ¿Se enteraron de que López presuntamente robaba cuando aparecieron los bolsos en el convento? Desde el 2008 podrían haber mirado, pero eso no se miraba, o porque consideraban que las denuncias contra López también eran lawfare y no había derecho a denunciarlo; o porque todos sabían, y miraban para otro lado, que lo que había era un mecanismo de financiación de la política -y esto también le indigna a Cristina- que existe prácticamente en todas las jurisdicciones del país, solo que en muy pocas, tal vez solamente en Santa Cruz, aquel con el cual se hacía el negocio de generar recursos para la política tenía una relación de intimidad como la de Lázaro Báez con los Kirchner. El problema de Cristina no es López, el problema de Cristina es Lázaro Báez, eso es lo que hay que explicar. Ahí estuvo la torpeza del que ideó este mecanismo de financiamiento, que seguramente ha sido Néstor Kirchner, si es que esto se termina demostrando.

Estamos viendo las verdades de la política que no siempre se llegan a constituir en las verdades de los expedientes. Por eso, sería interesante que Cristina Kirchner le preste más atención al expediente porque le va a resultar más fácil que pelear contra la historia, que en estas materias, como el uso de los recursos públicos, parece que ya la condenó. Solo que su movimiento, a estos temas que tienen que ver con la ética y la administración de recursos, nunca le ha dado demasiada importancia.

Cristina Kirchner está produciendo una movilización popular, porque tiene que rescatar el proyecto político de la ciénaga de los tribunales. Ella quiere convertirse de nuevo en la figura central, y lo está haciendo.

La vicepresidenta tiene una ventaja en la movilización. Se ve que el ajedrez del poder político se ha movido muy bien: el PJ de la provincia de Buenos Aires y el de la Capital son controlados por La Cámpora. De un lado, Máximo Kirchner en la provincia; del otro, Mariano Recalde en la Capital Federal. Se produce así una movilización alrededor de Cristina con el argumento de la victimización. Aunque no es tanto a favor de Cristina sino en contra de los que han sido siempre los enemigos del kirchnerismo. Ese movimiento está inspirado en una posición ideológica convencidamente antiliberal del kirchnerismo. Sobre todo de Cristina Kirchner. Los dos obstáculos a enfrentar son la Justicia independiente y la prensa libre. Es decir, los dos dispositivos que se da la sociedad liberal para limitar al poder del Estado. Eso entra en contradicción con otra concepción -aquí está el conflicto ideológico que hay hoy en la Argentina- que es la concepción según la cual el único poder legítimo es el de los votos o el de la movilización popular.

No es que Cristina conoce el manual de la Constitución, adhiere a él, pero se equivoca. Ella tiene otro manual. Es lo mismo, pero visto desde otro ángulo. Es como si yo escribiera en un papel un 6 y usted desde ahí ve un 9. Son dos cosas distintas en los mismos datos, en la misma figura.

Esta movilización está generando un problema. Por eso, al comienzo de todo decía que hay que ver si se justifica esta tensión. En un país con 100% de inflación, que es lo que anticipan los economistas que va a haber a fin de año, más del 50% de pobreza -que supera el 60% en el conurbano-; con indicadores sociales y de consumo que se están deteriorando rapidísimamente, estamos discutiendo si hay que poner o no una valla en Recoleta. Fíjense la irracionalidad de esta historia. Empezó con el temor de Larreta por las bengalas. Estaba atemorizado porque empezaba a haber pirotecnia en toda el área que rodea el edificio de Uruguay y Juncal donde vive la vicepresidenta. Decidió poner las vallas por miedo a una especie de Cromañón al aire libre. Cuando el kirchnerismo ve las vallas se va desde Parque Lezama, donde iba a hacer una movilización, que seguramente iba a ser muy exitosa, atraído por las vallas. Ahí se mueve la policía haciendo respetar el orden. Es un enorme mal entendido.


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