Desde el gran gigante de América hasta el punto más austral de la Patagonia argentina. Si hacemos un sondeo en las ciudades del continente americano, comprobaremos que en cada una de ellas se encuentra al menos un venezolano huyendo de uno de los totalitarismos más ruin que ha azotado nuestra región. Hace solo un par de décadas, Venezuela era la promesa de la región. Hoy, sus ciudadanos luchan por subsistir en medio de la desidia y el caos.
Cúcuta, la ciudad fronteriza de Colombia, se ha convertido en uno de los puntos de quiebre de los miles de venezolanos que cruzan diariamente el Puente Internacional Simón Bolívar con pequeños equipajes llenos de esperanza, la cual se traduce en la búsqueda de una mejor vida.
Considerada por algunos como la migración más grande y significativa del siglo, aproximadamente cinco millones de venezolanos han tenido que traspasar nuestras fronteras, según cifras de la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (ENCOVI), para buscar en otro país una vida que aquí no tienen.
Sin embargo, la situación en la que se encuentran los migrantes parece empeorar cada vez más y la pandemia sólo ha acelerado este proceso. Colombia, uno de los países que más venezolanos alberga rondando los dos millones de migrantes, se ha visto en la necesidad de instalar campamentos para alojar migrantes, los cuales no cuentan con los recursos suficientes para mantenerse y sobreviven gracias a donaciones dadas por Organizaciones No Gubernamentales.
En estos refugios son pocas las medidas de higiene, lo que los hace más propensos a contagios. Debido a esto, el régimen venezolano los considera como «armas biológicas», imposibilitando su retorno al país y sometiéndolos cada día que pasa a más situaciones de inestabilidad y peligro.
Junto a la destrucción del sistema de salud y la crisis económica, la incertidumbre reina entre los ciudadanos ya que la transparencia se encuentra cada vez más disminuida y conocer con exactitud las cifras de contagios y de muertes es un desafío imposible de lograr.
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