-¿Y las llevas mezcladas o separadas?
-Separadas, pues el mal no se mezcla con el bien
Eurípides, Ion.
La afirmación de que F. A. Hayek es, hasta nuestros días, uno de los grandes nombres en dentro del liberalismo, y fuera de él, donde se ha labrado un prestigioso nombre en la historia económica por sus incalculables aportaciones tanto en la teoría económica como en otras áreas de las ciencias sociales, es algo que parece indiscutible. Exactamente lo mismo se puede decir del otro gigante del siglo XX, Ludwig von Mises, economista laureado incluso por los mismos socialistas, como Oskar Lange, a quien con tanto esfuerzo criticó.
Pero el propósito de este escrito no es ponderar méritos ni aportes, sino explicar la relación que puede darse entre lo que llamaremos los Hayek’s y los Mises dentro de las discusiones y, más importantes, programas políticos que buscan aplicar las ideas de la libertad. Para ello, nos vamos a remontar a un pequeño episodio ocurrido a mediados de la década de los 40’.
Para cuando la Segunda Guerra Mundial había concluido, los países occidentales se encontraban frente a un gran dilema: Deberían reestablecer el orden de mercado que, hasta entonces, operaba con cierta libertad en las modernas economías capitalistas o, mantener los controles del socialismo de guerra que prevalecieron mientras duraron las hostilidades. Ciertamente los gobiernos se dieron cuenta que, con la implantación de determinadas políticas públicas, como el control de precios, de los tipos de interés, impuestos progresivos y que afectasen a la herencia, su influencia sobre el área económica se tornaba significativamente superior.
No obstante, antes de que la guerra concluyera, en 1944, F. A. Hayek había publicado un libro que, desafortunadamente para él y para nuestra conveniencia, lo distrajo de sus investigaciones en el área de la economía pura. Fruto de la estruendosa situación que sucedía en Europa desde 1939, Hayek se propuso escribir una obra que denunciara la hipocresía de la mayoría de las naciones occidentales que, por un lado, denunciaban las políticas de Hitler y Mussolini mientras, en su patio, implementaban una versión descafeinada de las mismas. Camino de servidumbre se convirtió pronto en un éxito. Una de sus principales conclusiones era que la supresión de la libertad económica implicaba la supresión de las libertades políticas, algo que Hayek explicó con una fina elegancia. Incluso hombres que, varias décadas atrás habían denunciado el laissez-faire y alabado el gasto y el déficit, como el mismísimo Lord Keynes, expresaron su acuerdo con la mayor parte de las tesis de Hayek.
A pesar de su brillante exposición, la obra de Hayek adolecía de un problema fundamental que el economista de Cambridge le hizo notar. De camino a los acuerdos de Breton Woods, Keynes no solo expresó su acuerdo con el peligro del excesivo control gubernamental que el mundo estaba experimentado (¡en gran medida debido a su justificación en La teoría general del empleo, el interés y el dinero!), sino que le hizo notar una seria deficiencia de su libro: Hayek no exponía una teoría política coherente, de modo que los límites del gobierno, y en consecuencia de su intervención, no quedaban bien delimitados. Keynes le observó que la dificultad a la hora de trazar la línea a partir de la cual la intervención gubernamental dejaba de ser provechosa era un tema delicado. Y así sucedió, Hayek pospuso varios de sus trabajos en materia económica y decidió dedicar gran parte de los años venideros a desarrollar una teoría política que justificase el máximo grado de libertad compatible con un orden social. Fruto de esos años de investigación fue su monumental obra Los fundamentos de la libertad, que vio la luz por vez primera en el año 1959.
Seamos francos: Los fundamentos de la libertad no es un libro de fácil lectura. A diferencia de sus trabajos previos, como ser Camino de servidumbre o El uso del conocimiento en sociedad, se trataba de una obra extremadamente erudita, con notas a pie de página que ocupaban la mitad de la hoja, repleta de incontables referencias bibliográficas y comentarios incidentales. Pero este no era el principal problema de la obra, del cual nos ocuparemos brevemente. Las dos primeras partes se puede decir que son bastante sólidas, de hecho, superiores a los estudios previos que, sobre la libertad, venían realizando numerosos filósofos, liberales y no liberales. El problema llega en la tercera parte, es decir, en la que Hayek se ocupa ya no de la libertad como tal, sino de la actuación del gobierno. En esta sección, Hayek brilla por las numerosas concesiones que realiza en favor de la intervención gubernamental, incluso varias que, para el más laxo de los liberales, parecería exageradas proviniendo de un “campeón del laissez-faire”.
Es aquí donde quiero hacer una breve reflexión. A menudo, en la discusión política, solemos escuchar escarnios contra los radicales, contra nosotros quienes llevamos los argumentos hasta las últimas implicaciones lógicas de los razonamientos, quienes no temen enunciar las conclusiones necesarias de un pensamiento que ya se ha dado y demostrado como válido. En cambio, se nos dice que siendo radicales no se llegará a ningún lado, de modo que solo nos queda ceder y esperar conciliación entre ideas que demostramos correctas e ideas que expusimos como erradas. Me gustaría denominar a la primera clase de hombres los Mises de la discusión política, mientras que a los segundos los llamaremos los Hayek’s. Esto, conviene aclarar desde un inicio, en forma alguna constituye un ataque o desmérito a la obra y pensamiento de F. A. Hayek, quien permanece en lo más alto de la cima del pensamiento liberal, lugar que continuará manteniendo, al menos durante muchas generaciones. En cambio, pretende llamar la atención de cómo el ceder y realizar concesiones al Estado puede acarrear serios problemas.
Cuando algún socialista o social demócrata busca justificar la intervención gubernamental, o lo que es su equivalente, eliminar el sistema de libre empresa, no debe sorprendernos que busquen emplear nuestros argumentos contra nosotros mismos. De este modo, no dudarán en señalar que el propio Hayek estaba a favor de tal o cual política intervencionista, de aquella otra política pública y que, si bien reprochaba tal limitante a la libertad del mercado, sí que permitía y veía con buenos ojos la supresión de la voluntad contractual en aquella área. Y aunque, en primera instancia, una visión menos radical resulte más atractiva a algunas personas, generalmente a los mayores, acostumbrados al mantenimiento del status quo y reacios a los cambios bruscos, lo cierto es que las pequeñas concesiones, lo mismo que mezclar un poco de petróleo con agua cristalina, no suelen terminar bien. Aunque se nos acuse de maniqueístas, la verdad es que es una constante lucha entre el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto. Ser conscientes de que la utopía nunca llegará no es impedimento para seguir luchando por aquello que es lo correcto y acercarnos cada vez más, o reducir a cada vez menos la distancia que nos separa del ideal que representa una sociedad libre.
En este sentido, llama nuestra atención un breve artículo escrito por Ludwig von Mises para la Christian Economics en agosto de 1960, es decir, unos meses después de la publicación de Los fundamentos de la libertad. El artículo lleva un título bastante sugestivo para su extensión: La libertad y su antítesis, y está recogido en el libro Planificación para la libertad y otros ensayos. En él, Mises enfatiza lo que él entiende por libertad, a saber, una situación primariamente social, es decir, que solo puede darse en medio de la cooperación social, la base de toda vida civilizada; lo opuesto equivale a decir que Robinson Crusoe no es libre porque, primero, el universo y las fuerzas de la naturaleza que lo constriñen no podrían ser más indiferentes hacia su persona y su existencia; segundo, porque al carecer de toda compañía, al menos antes de toparse con Viernes, no puede darse una interrelación humana, contacto ente dos seres agentes cuyos planes de acción puedan chocar, lo que podría derivar en relaciones de mando y obediencia, voluntarias o involuntarias. Lo anterior hace que el término libertad, aplicado a Robinson Crusoe, pierda todo sentido si desea preservar el sentido de la palabra. Más adelante, Mises recibe con júbilo la aparición de Los fundamentos de la libertad de la misma pluma que, en otra obra, Camino de servidumbre, denunció que la supresión de libertades económicas implica la destrucción de las libertades políticas, F. A. Hayek. Mises dice:
El gran mérito del profesor Friedrich von Hayek fue el haber dirigido la atención hacia el carácter autoritario de los modelos socialistas, fueran respaldados por socialistas internacionales o por nacionalsocialistas, por ateos o creyentes descarriados, por fanáticos blancos o por fanáticos negros
Sin embargo, haciendo notar la desviación en la que incurre Hayek en la tercera parte de su obra Los fundamentos de la libertad, escribe:
Desafortunadamente, la tercera parte del libro del profesor Hayek es bastante decepcionante. Aquí, el autor intenta hacer una distinción entre el socialismo y el Estado benefactor. El socialismo, asevera, está en declive; el Estado benefactor lo está suplantando; y piensa que el Estado benefactor es, en ciertas condiciones, compatible con la libertad
La crítica de Mises no da lugar a segundas interpretaciones: Toda intervención gubernamental que vaya más allá de garantizar los derechos de propiedad, lo que incluye seguridad, ejércitos y policía, cortes de justicia, constituye una flagrante agresión contra la libertad contractual de los individuos dentro del orden de mercado. En efecto, si el Estado empieza a meterse cada vez más en la economía, pero sin llegar a nacionalizar y expropiar cada una de las empresas, incluso si el sistema de mercado prevalece en una considerable parte de la economía, nos seguimos encontrando ante la vulneración de los derechos de propiedad y, en consecuencia, de la libertad de algún o algunos individuos. Naturalmente, para Mises esto es inaceptable; para Hayek, en cambio, constituye el mínimo de coerción necesario para garantizar la libertad de los demás. Queda en evidencia que los conceptos de libertad que ambos autores manejan no son iguales; es más, pueden llegar a ser excluyentes. Hayek, si bien da una pista de que la eliminación completa y absoluta de la coacción sea posible, la justifica si la misma se da en pequeñas proporciones:
Esta obra hace referencia a aquella condición de los hombres en cuya virtud la coacción que algunos ejercen sobre los demás queda reducida, en el ámbito social, al mínimo. Tal estado lo describiremos a lo largo de nuestra publicación como estado de libertad…La tarea de una política de libertad debe, por tanto, consistir en minimizar la coacción o sus dañosos efectos e incluso eliminarlos completamente, si es posible
El problema, señala Mises, es que el intervencionismo gubernamental no es un programa político-económico estable, en la medida en que, por las mismas leyes que regulan la función y actividad económica, está destinado a producir efectos que los propios gobernantes consideran indeseables. De este modo, ante los efectos negativos producidos por la intervención gubernamental, solo caben dos opciones, a saber, retornar a la situación anterior de libre mercado, o profundizar y ampliar la intervención gubernamental paso a paso, hasta llegar al socialismo. Mises dedicó un libro que recogía varios artículos suyos para exponer la naturaleza del intervencionismo, llegando a la conclusión de que la supuesta tercera vía, aquella que no era ni socialismo ni capitalismo, no era más que un mito:
No hay otra opción: o se renuncia a intervenir en el libre juego del mercado, o se transfiere toda la dirección de la producción y la distribución a la autoridad gubernativa. O capitalismo o socialismo. No hay tercera vía
Por si fuera poco, Mises resalta cómo el intervencionismo es tan solo una de las dos prácticas que, inicialmente, fueron concebidas por los marxistas para lograr el socialismo. Él realiza la diferencia entre el Marx de 1848, es decir el del Manifiesto comunista y sus 10 puntos, y el Marx de 1867, es decir el de El capital. El primero creía en los impuestos progresivos, en la estatización del crédito, en la nacionalización, etc.; mientras que el último Marx rechaza todo tipo de intervencionismo, tachándolo de pequeñoburgués. Las demandas del sindicalismo, nos dice, son infantiles y miopes, solo retrasan el advenimiento de un capitalismo tardío, es decir, la maduración de las fuerzas productivas capitalistas y sus contradicciones inherentes, lo que traerá “con la inexorabilidad de una fuerza de la naturaleza” el socialismo tan anhelado. En resumen, Hayek ignoraría que el intervencionismo no es más que una carrera cuesta abajo desde la cima de la libertad hasta el llano del socialismo puro y duro. He ahí el motivo del reclamo y, si cabe el término, jalón de orejas de Mises.
Pero no todo son regaños y correcciones. A pesar de su desacuerdo inicial, no por ello deja Mises de reconocer el, por lo demás, gran aporte de Hayek a la teoría política, de modo que cierra su artículo con estas palabras:
Sin embargo, el hecho de que el profesor Hayek haya juzgado incorrectamente las características del Estado benefactor no afecta seriamente al valor de su gran libro
Tomémonos un minuto para analizar la acción y la actitud tomada por Mises ante la, digamos, desviación de Hayek. Mises notó que su discípulo erraba en sus apreciaciones al realizar más concesiones al gobierno de las que se considerarían necesarias para mantener funcionando un orden social liberal. En lugar de caer en discusiones sin sentido y en un intercambio de insultos, Mises reconoció la brillantez expuesta en otras partes del libro y fue puntual a la hora de señalar su error concreto: Ceder ante el intervencionismo gubernamental en ciertas áreas.
El impacto de Mises sobre Hayek es indudable. Más adelante, el propio Hayek se retractaría de numerosas de sus posiciones iniciales. Citaremos el siguiente ejemplo: En Los fundamentos de la liberad, Hayek considera que el monopolio de la emisión monetaria era algo legítimo y necesario para el funcionamiento de una economía de mercado; era el año de 1959. Sin embargo, más adelante, y pocos años después de que Mises partiera de este mundo, Hayek publicaría una obra revolucionaria en el área monetaria, misma que llevaría por título La desnacionalización del dinero, publicada en 1978. En esta obra, Hayek abogaría por sustituir el monopolio de la emisión por empresas privadas que acuñarían sus propias monedas respaldadas no en oro, como Mises propondría, sino en diferentes mercancías o commodities, de modo que su valor no fluctuase de forma brusca. Esto ciertamente lo colocó como un economista más radical que, digamos, Milton Friedman, para quien el monopolio estatal seguía siendo una prerrogativa necesaria del Estado mínimo. Si bien esto parece una simple especulación, no caben dudas de que ciertamente fue Mises uno de los principales responsables en que Hayek fuera, como el mismo lo indica en el título de su obra, refinando sus argumentos, logrando así una posición más radical e intransigente para con la intervención gubernamental.
Espero haber demostrado que el disentimiento y el debate entre las posiciones más radicales y aquellas más atemperadas es algo que puede y debe esperarse; que sus resultados pueden ser fructíferos, como perniciosos. Un ejemplo claro de un otrora radical que terminaría cediendo tanto hasta el punto de llegar a caer en el credo socialista es la figura de John Stuart Mill, quien en su vida adulta llegó a ser un gran defensor de laissez faire, pero que, por influencia de su esposa, en su vejez se refugió en el socialismo de Saint-Simon. No obstante, los casos como el de Stuart Mill suelen ser más bien raros y, con el pasar de los años, aquellos que abrazan la idea de la libertad, a diferencia de quienes simplemente envejecen y dejan pasar los años, se tornan más radicales en sus ideas con el tiempo.
Mises, lo mismo que Hayek, era socialista de joven, solo que a Hayek le tomó más tiempo el reconocer que todo lo que toca el gobierno se torna infértil. Para su fortuna, Hayek contó con un Mises que le ayudó a recobrar el rumbo cuando corría el peligro de correr con la misma suerte que Mill. He ahí la importancia de que, para cada Hayek, un Mises.
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