El 8 de noviembre hubo una nueva marcha contra el gobierno nacional argentino. Las desastrosas políticas sanitarias que ubican a la Argentina, en muertes por millón, por encima de Estados Unidos; la peor crisis económica de la historia del país y; por sobre todas las cosas, la desastrosa decisión de la Corte Suprema, convalidando el avance de la faraona Cristina primera sobre el poder judicial, fueron las consignas más preponderantes de un nuevo, masivo y descomunal reclamo que pone en vilo y enoja al oficialismo.
A menos de un mes del impresionante banderazo del 12O, los medios, las redes sociales y la gran masa del pueblo sumisa al mandamiento oficial, verticalista y cleptocrático del Ministerio de Propaganda, suponían que el 8N resultaría ser una mísera concentración de unas cuantas “señoras oligarcas votantes de Macri”: todo lo contrario. Lo cierto es que, una vez más, las calles del país fueron colmadas por cuantiosos espacios de individuos con diferentes consignas, diversas ideas políticas y una multiplicidad de líderes, partidos o ideales. Uno podría argumentar que esta vez el foco estuvo puesto en el interior, cosa que no vamos a negar, pero el titerismo sumiso a los camisas negras oficialistas sigue encontrando, en la pérdida del monopolio de “la calle”, un motivo para destilar el “al amigo todo y al enemigo ni justicia”, indistintamente del espacio geográfico al que nos refiramos.
En fin, es discutir un lateral cuando perdés 8 a 0. El 4to gobierno kirchnerista erige su poder sobre fuego amigo, pies de barro, arena sin cimientos y una sola palabra que los mantiene unidos: “Macri”. Ese Macri que soluciona todas las diferencias sobre Venezuela, las tomas, la propiedad privada y una multiplicidad de aristas angustiantes y conflictivas como la reforma judicial, no encuentra correlato en las marchas contra el gobierno. Allí, macristas, peronistas no K, liberales, radicales y diversos espacios de creación de pensamiento, no van a manifestarse por Macri. Ídem con un artículo anterior, es “con los dirigentes a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes”: no hay Macri que convoque, no hay partido que nos lleve con choripan y micros, no hay paga o sumisión a un plan social (Sic); solo hay sujetos empoderados que ponen de los pelos a un dictador que tiene sublevaciones e incendios todos los días y que, sin embargo, padece de delirio místico, irresponsabilidad ponciopilatista y rumbo fijado por su dueña, la que tiene la correa (sí, aquella que desde Juncal y Uruguay lo lleva a pasear y se queja, mediante cartas, de eso mismo que se suponía orgulloso el Frente de Todos: de que no sea un títere).
En fin: el #8N no importa por la cantidad de personas que fueron, aunque hayan sido más de las que el oficialismo hubiera querido. En realidad, si nos ponemos puntillosos, debería ser mejor para ellos que no vaya nadie, tanto que se quejaron de la “marcha de los contagios”. En realidad, fueron cientos de miles, pero a ellos les molesta el concepto: perder la calle. El fascismo argentino perdió la calle, perdieron todo, solo falta que pierdan las elecciones.
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