La identidad puede entenderse como una obra artística en construcción constante, donde el individuo se perfecciona y estiliza a sí mismo. En este proceso, hay diferentes variables que van a influir en el PRODUCTO FINAL: política, economía, cultura, arte, etc. La identidad, en condiciones de libertad y conciencia racional, es un proceso de autoconstrucción, pues de las posibilidades que ofrece el mercado de conocimientos, el individuo es autónomo de elegir los matices que unificarán su identidad. En una sociedad libre, el conocimiento se oferta, seduce y trata de convencer a individuos para la construcción de comunidades identitarias. En condiciones totalitarias, el mercado de conocimientos se convierte en el MONOPOLIO de una sola oferta de pensamiento, lo cual no deja margen a la autoconstrucción del individuo, convirtiendo a la identidad en una obra artística terminada que se adjudica y no permite el perfeccionamiento AUTÓNOMO, pues se asume que los proyectos están terminados y hay un fin de la historia.

En este caso, percibirnos dentro de una sociedad libre es también circunscribirnos a una competencia intelectual, donde la anulación del otro desvirtúa el equilibrio ocasionando la anulación de uno mismo, tal como se figura en Song of Myself de Walt Whitman: Whoever degrades another degrades me (quien sea que ofenda a otro me ofende a mí). De esta forma, la anulación del otro ocasiona la IMPOSIBILIDAD del encuentro, fomentando así la anulación de uno mismo. Por esta razón, es importante pensar al individuo como una constante potencia para el encuentro, y no en un fin para el enfrentamiento exterminador.

En los pensamientos vinculados a las ideas de la libertad, la liberación de uno mismo (en beneficio expansivo para todos), no implica recolectar adeptos ni una formación SECTARIA, sino que se trataría de la construcción de colectividades con identidades individuales fuertes que conviven, compiten y se perfeccionan. Sin embargo, cuando la sectarización se impone, las identidades tienden a anularse. Por esta razón, es importante reflexionar acerca de los espacios vinculados a las ideas de la libertad y sus fronteras de tolerancia e identidad.

La disputa histórica en las posibilidades de encuentro se da entre DIFERENCIA E IGUALDAD, esta tensión suele colocar los límites en cada una de las variables. La tolerancia es más frágil mientras más diferencia haya y la identidad es más aceptada mientras menos diferencias existan. Ambos términos (tolerancia e identidad) se encuentran politizados, lo cual ha configurado tensas dicotomías entre tolerantes e intolerantes, pro-identidades y contra-identidades. Las izquierdas se han adjudicado las banderas de la tolerancia y protección de las identidades, con la aparente intención de enfrentar a toda la sociedad contra sus ENEMIGOS políticos; puesto que calificar de in- y contra- a cualquier grupo representa un aislamiento y estigmatización sobre aquello que contamina la sociedad.

De esta última idea también se desprende una actitud higienista de parte de las izquierdas, creyéndose ellas las encargadas de construir una sociedad pura y armoniosa, monopolizando así la oferta del pensamiento, propio de las sociedades TOTALITARIAS. En esta situación suele ser común insertar la reflexión de Popper sobre la tolerancia: tenemos por tanto que reclamar, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar la intolerancia. Sin embargo, por su misma condición de PARADOJA, no podemos asumirla como una convicción de praxis, sino como una reflexión jurídica y política acerca de los límites de los discursos que desaparecen al otro: persecución de las ideas, presos políticos, atentados contra la libertad de expresión, etc.

Por lo tanto, de la reflexión sobre los límites de la tolerancia debería desprenderse las búsquedas de encuentro desde las ideas de la libertad hacia otras posiciones políticas, pues si los liberales anulamos al otro, terminamos anulandonos a nosotros mismos y a nuestra herencia histórica de valorar la INDIVIDUALIDAD. El encuentro no es (necesariamente) coalición o unificación de ideas, encuentro es la convivencia armoniosa y racional de ideas disímiles, sin perder la identidad individual; tolerar y construir a través del debate y diálogo la propia identidad del otro. Ese sería un sutil giro liberal e individualista sobre el interlocutor, pues a partir del diálogo (des)colectivizas y construyes la identidad del otro como una obra de arte, la que tenderá a ser cuestionada y perfeccionada.

Conducir las ideas de la libertad hacia giros sectarios y búsqueda de anulación del otro generará el refuerzo de la ESTIGMATIZACIÓN impuesta por narrativas de las izquierdas: liberalismo (in)tolerante, (des)identitario y totalitario. Sin embargo, este enfoque no abarcaría a todos los campos, pues en la política, por ejemplo, creo que debería predominar el enfoque de estrategias urgentes e inmediatas, donde la oposición férrea (con tendencia sectaria al otro) estimula la identidad, aunque de forma efímera; es el campo de la filosofía y el arte donde la cultura del encuentro puede dar frutos permanentes a favor de las ideas de la libertad, pues al final, como diría Jorge Drexler, somos de ningún lado del todo y de todos lados un poco. Situación que brinda grandes posibilidades al liberalismo de erigirse como la comunidad de colectividades INDIVIDUALIZADAS.

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