El progresismo, una ideología que a los ojos de cualquiera puede parecer un mal chiste o una mera moda, es en realidad una de las mayores amenazas a la libertad. Tal vez también sea una moda, pero una moda peligrosa porque está cargada de poder, prejuicios e ignorancia. Lo más asombroso de todo es que se vende como la gran revolución del último siglo y esta, se ha infiltrado en la dinámica política y social de Occidente. Hemos sido testigos de un ascenso vertiginoso del progresismo, una corriente ideológica que, aunque en principio aboga por la igualdad y la justicia social, ha desarrollado una faceta preocupante de intolerancia hacia visiones disidentes. Este fenómeno representa una amenaza tangible para los valores liberales que constituyen la columna vertebral de las sociedades occidentales.

El progresismo contemporáneo se ha caracterizado por su firme oposición a las desigualdades y su defensa de los derechos de las minorías, o al menos eso dicen ellos. Sin embargo, no debemos olvidar que en la teoría todo es color de rosas. En su celo por alcanzar sus objetivos, ha adoptado tácticas que contradicen sus propios principios de inclusión y pluralismo. La censura, la cultura de la cancelación y la demonización de opiniones contrarias son prácticas cada vez más comunes. Este comportamiento no solo socava el diálogo constructivo, sino que también erosiona los fundamentos de la libertad individual y el respeto mutuo.

Una de las bases más notorias de esta intolerancia es la cultura de la cancelación. Este fenómeno, definido como la retirada del apoyo (físico o virtual) a figuras públicas o entidades que han expresado opiniones consideradas ofensivas o problemáticas, ha crecido exponencialmente. Según un estudio de la Universidad de California (2020), un 64% de los estadounidenses ha sentido miedo de expresar sus opiniones políticas por temor a represalias sociales. Esta autocensura forzada revela una sociedad donde la libre expresión está siendo coartada, reemplazada por un ambiente de vigilancia ideológica constante: una dictadura invisible.

No conformes con esto, los defensores del progresismo también se han dedicado a redefinir el discurso aceptable, limitando cada vez más los márgenes de lo que se puede decir o pensar sin enfrentar consecuencias sociales o profesionales. Por ejemplo, el fenómeno de las “zonas seguras” en universidades, diseñado para proteger a los estudiantes de discursos considerados dañinos, ha derivado en ocasiones en la prohibición de conferencias y debates de figuras intelectuales con perspectivas conservadoras. Esta restricción del intercambio de ideas es una clara manifestación de intolerancia y una amenaza directa al principio democrático-liberal de la libertad de expresión en la confrontación abierta y respetuosa de ideas.

No puedo evitar recordar las palabras de Umberto Eco cuando, refiriéndose a las redes sociales decía: “Las redes sociales les dan espacio a legiones de idiotas”, y esto viene a mi mente al ver cómo el progresismo se manifiesta abiertamente en el uso de las redes como herramientas de coerción ideológica. Plataformas como Twitter y Facebook, que inicialmente fungieron como foros para el intercambio libre de ideas, se han convertido en campos de batalla dónde las hordas digitales buscan y destruyen reputaciones por opiniones disidentes. El algoritmo de estas plataformas amplifica el escarnio público, creando un ciclo de linchamientos virtuales que promueven la autocensura y el miedo a pensar diferente.

Y no solo hay un linchamiento a través de las redes sociales, algunos países occidentales están adoptando leyes que restringen la libertad de expresión bajo el pretexto de combatir el discurso de odio. Si bien se debe proteger al individuo de ataques que atenten contra su buen nombre, las leyes que regulan la libertad de expresión tienden a ser ambiguas y pueden ser utilizadas para silenciar legítimas críticas y debates políticos. Por ejemplo, en Canadá, la ley C-16 ha sido criticada por algunos expertos legales por su potencial de criminalizar el desacuerdo con ciertas perspectivas sobre la identidad de género.

En cuanto a las leyes contra el discurso de odio, los progresistas sostienen que estas normativas son indispensables para proteger a las minorías de la violencia y la discriminación. Sin embargo, esto no parece llevarnos a ningún progreso; al contrario, estas leyes y la promoción de esta ideología tienen un gran potencial para abrir las puertas a terrores del pasado.

Aquellos que valoramos el mundo libre argumentamos que la intolerancia del progresismo, aunque se disfrace de buenas intenciones, se está convirtiendo en un dogma autoritario que amenaza las libertades individuales. Según Jordan Peterson, profesor de psicología en la Universidad de Toronto, la imposición de una visión única sobre cuestiones sociales y morales equivale a un totalitarismo suave que erosiona la base misma de la civilización occidental (Peterson, 2018). Este tipo de pensamiento crítico es esencial para mantener un equilibrio saludable entre el progreso social y las libertades individuales.

También es relevante destacar que, desde sus inicios, el movimiento progresista ha estado muy arraigado a las ideas de la izquierda, por lo que no debería sorprendernos, una vez más, que las palabras intolerancia, represión, censura, totalitarismo e izquierda, puedan ser usadas en una misma frase. Casi se podría decir que todas estas palabras son sinónimos de una misma y maligna palabra: socialismo. Sin embargo, algunos autores que se identifican con la izquierda, entre ellos el marxista Félix Ovejero, han manifestado su distanciamiento de estas ideas, llegando a afirmar que: ‘Hoy día la intolerancia se encuentra en manos de la izquierda’. Ovejero nos explica que hoy una parte de la izquierda, con amplia representación política, se ha vuelto irracional respecto a la religión, la globalización y la ciencia misma, convirtiéndose así en una ideología absurda, llena de contradicciones y que pelea contra sí misma.

En conclusión, la intolerancia del progresismo plantea una amenaza real para los valores de Occidente, valores que están fundamentados en la libertad. Aunque el objetivo de crear una sociedad más justa y equitativa es loable, los medios utilizados deben ser cuidadosamente examinados para evitar caer en el autoritarismo. Es imperativo que mantengamos un espacio para el diálogo abierto, respetuoso y libre, donde todas las voces, incluso las disidentes, puedan ser escuchadas y debatidas.

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