La artista Jenny Holzer acaparó todos los reflectores cuando, quizás parafraseando a Rousseau, realizó una “obra de arte” que llevaba la siguiente inscripción: “La propiedad privada creó el crimen”. Más allá de las críticas estéticas que se le puedan hacer a la obra de Hozler, artista conceptual con obras como Truisms y otros proyectos polémicos como “El abuso del poder vendrá sin sobresaltos”, no podemos sino estar profundamente de acuerdo con su declaración. Verán, la mayoría de los defensores de la propiedad estarán más que ansiosos por lanzarse como lobos sobre Holzer por “atacar” al sistema económico de producción privada, es decir, el capitalismo; sin embargo, un análisis cuidadoso demuestra que, por los motivos equivocados, Holzer está en lo correcto.
El robo puede ser definido como la sustracción violenta o no de algo ajeno, es decir, de lo que no se posee. Pero ¡oh brillante descubrimiento que salta a la vista de inmediato! ¿Cómo puede existir robo si nadie posee nada? La misma idea de robo se caracteriza por ser una situación o contexto donde, previamente, se hubieran establecido, fijado, declarado o, intuitivamente, concebido de forma subjetiva por parte de alguno de los actores, la idea de propiedad privada.
Se me podría recriminar que, si bien acierto al decir que el robo solo puede existir cuando algo es solo de alguien o algunos, es decir que puede ser apropiado de forma ilegítima por otros, sí que yerro al no comprender que el sentido que la artista le da es otro, a saber, que la propiedad privada es el origen de los crímenes en general, y que un sistema de propiedad pública significaría la abolición y desaparición de todo el crimen. Veamos, pues, si la propiedad privada es el origen de todos los males y si, con independencia de si aquello es cierto o no, con la instauración de la propiedad pública nos trasladaríamos de este infierno al paraíso del Jauja.
Ya se dejó en claro que la misma noción de robo implica la idea de propiedad de modo que el crimen sólo puede comenzar con la propiedad privada. Sin embargo, el error del planteamiento de Holzer radica en que ignora la imposibilidad de definir algo como “propiedad pública”, pues el mismo término “propiedad”, ya implica una demarcación que impide a terceros, sujetos ajenos a los dueños, a hacer uso de dicho bien. De nuevo, si todos son dueños de algo, entonces ese algo no tiene, estrictamente hablando, un dueño. Pongamos un ejemplo: La propiedad de nuestro cuerpo. Supongamos que alguien dice que Holzer ha sido corrompida por los ideólogos del capitalismo y, de forma errada, cree que ella es la única y exclusiva dueña de su cuerpo; hasta ahora venía creyendo que, tal y como sucede con la propiedad privada de bienes externos a la propia persona, solo ella tiene la potestad de decidir qué es lo más provechoso por hacer con su ser. Ahora, reformada por las ideas de la justicia social, dispone su existencia al público, de modo que ya no será ella la única dueña de sí misma, sino que socializará su existencia, de tal modo que toda la comunidad podrá decidir qué hacer con ella.
Surgen serios problemas de tipo práctico a la hora de analizar este caso: Por ejemplo, qué sucedería si Jenny quiere ir a esquiar, pero Pablo prefiere que Jenny resuelva ecuaciones diferenciales, mientras María considera que lo más adecuado es que Jenny practique en el piano. Todas estas son decisiones arbitrarias que, a su vez, se nos presentan como incompatibles y mutuamente excluyentes. Al final del día, el criterio, la voluntad de alguna de las partes, Jenny, Pablo o María, prevalecerá por sobre la del resto. Algunos pensarán que la democracia viene a salvar el día, pero aquello es solo una ilusión: Supongamos que Pablo cambia de opinión y ahora considera que las ecuaciones no son tan importantes después de todo, ahora prefiere que Jenny esquíe; en vista de que existían desacuerdos sobre qué debería hacer Jenny, María propuso que sea el método democrático que el que resolviera la disputa. El resultado, para nosotros, es predecible. Jenny y Pablo votarán por ir a esquiar, mientras que María vota por tocar el piano. María pierde y no se hace lo que ella quiere, su voluntad o lo que ella considera más provechoso no se realizará porque el capricho de la mayoría así lo ha decidido. Naturalmente el ejemplo democrático puede tomar dimensiones más siniestras, como en el caso de que sea María la que prefiere que se resuelvan ecuaciones y ahora se fuerce a Jenny a realizar una acción que ella no deseaba inicialmente y que puede no gustarle en lo absoluto, o peor aún, que la decisión no verse sobre si debería esquiar o tocar el piano, sino sobre si Jenny debería vivir o morir. Pero, resulta claro que, al eliminar el componente de la propiedad privada en la toma de decisiones, no solo se volvió complicada e inoperante, sino que, también, desventajosa para quien, con facilidad, puede reconocerse como la auténtica dueña de su ser.
Pero no nos ocupamos de temas relativos a la eficiencia, sino al significado mismo de las palabras. Incluso cuando una tribu primitiva colocaba sus herramientas para el uso común de los miembros de la tribu, aquello no implicaba o suponía que los miembros de la tribu podían utilizar las mismas herramientas para los propósitos que ellos considerarán producentes. De nuevo, aunque el número sea elevado, toda propiedad termina siendo, en última instancia, privada, en la medida en que implica la discriminación del uso que recae, o mejor dicho no recae, sobre los no-propietarios. Si no existiera la propiedad entonces nada podría ser reclamado como propio. Si Juan pusiera una fábrica para producir metal, yo podría tomar parte de sus bienes de capital para emplearlos en otras industrias y nada se podría alegar. José, inconforme con el uso que le doy a esos bienes, y en la medida en que los mismos son escasos, es decir, cuyo uso no satisface las necesidades de todos por un tiempo ilimitado y sin caer en rivalidades, procederá a darles un uso que, subjetivamente, considera más productivo. Y así ad infinitum. Nadie podría sostener que aquel traslado de bienes productivos constituye un robo: La disputa sobre bienes escasos tendría que catalogarse como un juego divertido, en el mejor de los escenarios, donde ninguna reclamación es procedente, pues ¿cómo se reclama algo que no se posee?
Solo con la noción de propiedad privada, la idea de que esto es mío o nuestro, surge el crimen. El término asesinato solo cobra sentido si asumimos que cada persona es dueño de su propia vida. Pues, caso contrario, si todos fuéramos “dueños” de la vida de Jenny, ¿no me sería legítimo ponerle fin a la misma aduciendo que, como nos pertenece a todos, puedo, de forma unilateral o forzando una decisión democrática, realizar dicha acción? ¿Acaso no es perfectamente legítima y correspondiente al principio de no-propiedad?
Por cuanto llevamos dicho, resultan evidentes los siguientes puntos:
1. Toda propiedad es privada.
2. Como corolario, no puede existir algo remotamente lógico que se denomine “propiedad pública”.
3. De lo que se sigue que, si algo le “pertenece” a todos, en realidad no tiene dueño y no se puede hablar de propiedad.
4. Que, si bien la idea no se desarrolla en estas líneas, la misma idea de acción en el mundo implica la posesión o propiedad del propio cuerpo, lo que ya nos brinda una pista en dirección a la idea de propiedad privada sobre bienes externos.
5. Que sin propiedad no se puede hablar de crimen.
6. La propiedad privada creó el crimen.
7. Los hombres establecieron la propiedad privada y aquello fue, sin lugar a duda, una de las decisiones más racionales y provechosas para la humanidad.
8. La oportunidad para que exista el crimen implica la posibilidad de que exista la justicia, resumida en la frase: “Dar a cada uno lo que corresponde”.
9. Si alguien hubiera intentado retirar la obra de “arte” de Holzer del lugar que era exhibida, ella hubiera sido la primera en reafirmar el derecho de propiedad por sobre su trabajo, excluyéndonos a nosotros, los no-propietarios, y dando por válida la mismísima noción de propiedad privada.
10. En conclusión, si bien la propiedad privada creó el crimen, por implicancia lógica, también estableció la noción de justicia.