Francisco Asorey Hracek.

Estudiante de Derecho en la Universidad Nacional de La Matanza (UNLaM)
Vicepresidente de JPro La Matanza


Punto clave del totalitarismo y la religión: Opresión del individuo y composición de las masas.

Antes de comenzar un escrito, resulta imprescindible analizar los conceptos que se trataran a continuación, para así poder realizar una crítica y observación mucho más refinada y objetiva de lo que se podría realizar a simple ojo del desconocimiento.

La palabra totalitarismo posee raíces latinas: totus (entero, todo), alis (relativo a), ismo (sistema, doctrina). Es decir, el totalitarismo representa, en una palabra, un sistema/doctrina que abarca la totalidad. Políticamente hablando, es la totalidad del poder político. La política entendida como el “asunto de ciudades”, el “arte del ciudadano”, o bien la forma natural de relacionarse dentro de la polis, es decir, la unidad social establecida para el desarrollo del grupo de individuos. Y el poder político como el imperium que se posee dentro de la polis para la toma de las decisiones que conciernen al interés mismo de la polis. 

El totalitarismo, entonces entendido como la suma del poder político en su totalidad, es una categoría de concepción universalista que puede concebirse en distintas ideologías, más allá de los orígenes de las mismas. Sin embargo, es importante no caer en la falacia de la composición, y creer que la similitud en algunos aspectos vale también para el todo.

Pueden existir dictaduras clásicas que no necesariamente son totalitarias, pues no tienen como fin ejercitar el totalitarismo político, sino solo detentar el poder a través de la obediencia. Es decir, el totalitarismo buscará la suma del poder político. Y si la política es el arte de la polis, es decir, las interrelaciones entre los distintos ciudadanos, el totalitarismo será masificador, buscará un líder carismático y se concentrará en la movilización de masas. Intentarán captar la mayor cantidad de voluntades individuales, le inculcará la fe en su doctrina, y unirá a los individuos en la masa de multitudes atadas, voluntariamente, en una idea única.

La composición de la polis, es decir, la sociedad establecida en un cuerpo político que crea a la figura del ciudadano es la suma de las subjetividades de los propios individuos, por lo que la misma (la sociedad) será conflictiva y solo se podrá aspirar al acuerdo pacifico entre sus integrantes. El totalitarismo, frente a esta realidad, se predispone como una utopía en tanto su ideal será lograr la unidad absoluta de todas las voluntades individuales. Y en tanto sea una utopía, será tierra fértil para el fanatismo.

¿Cómo relacionar el totalitarismo con la religión? El punto clave se encuentra en una idea antes vertida: unidad absoluta sobre la base de la fe en una doctrina. Las religiones preparan a los creyentes en la sumisión y la fe ciega al jefe carismático: en las religiones primitivas tribales es el brujo de la aldea; en las de extremo oriente, el gurú; en las de origen abrahámico, el profeta, y luego, transferido al rabinato, el papa y a los ayatolás. 

Puede decirse que las religiones anteceden al totalitarismo moderno. Fueron ellas, en su forma extrema de teocracia, un modo de protototalitarismo. Paul Masson Oursel calificó a Egipto y Caldea como “teocracias totalitarias”, estableciendo el origen de los totalitarismos modernos en las antiguas civilizaciones orientales. El líder carismático de la antigüedad tenía un carácter religioso, puesto que tanto el Faraón como los líderes de los imperios azteca e inca, eran adorados como dioses.

La segunda etapa del pretotalitarismo se dio con la Iglesia Católica durante el fin del Imperio romano y la Edad Media. Esta Iglesia antigua y medieval tenía rasgos totalitarios: un líder único y absolutista, el papa, una organización cerrada sin posibilidad de divergencia; movilización permanente de las masas; persecución y muerte de los enemigos; ideologización de todos los aspectos de la vida cotidiana; emociones colectivas opuestas al conocimiento racional; intromisión a la privacidad; relato de una épica como es la lucha del bien contra el mal, y la promesa de un nuevo y mejor mundo.

Uno de los primeros totalitarismos religioso de occidente fue la teocracia de Savonarola de 1494, en Florencia, en oposición al movimiento liberacionista del Renacimiento. Entre muchos actos, Savonarola mandó a quemar en la plaza pública instrumentos musicales, todo libro que no fuera estrictamente religioso, y obras de arte del renacimiento que fueron repudiadas por “sodomitas”, como varios cuadros de Botticelli.

Este fenómeno no solo de dio dentro del aspecto de la Iglesia Católica, sino también dentro de la misma Reforma. En 1541 Calvino impuso en Ginebra una teocracia que pretendió imponer un estilo único de vida mediante el terror. Organizó una policía moral que recorría las calles de la ciudad y llegaba a las casas en momentos inesperados para sorprender a los habitantes en sus quehaceres cotidianos.

Ejemplos históricos abundan, ya sea la experiencia puritana de Oliver Cromwell, o bien la dictadura Jacobina de Maximilien Robespierre. Pero para no hacer más extenso este escrito, sentaremos las conclusiones que hasta ahora hemos podido establecer.

El punto en común que han tenido los totalitarismos modernos es la destrucción de la democracia basada en la autonomía de los individuos, y de la racionalidad contraria a las emociones colectivas. Los populismos del tercer mundo, paradigmas muy presentes en Latinoamérica, fueron semitotalitarismos escondidos en un marco democrático. Si los totalitarismos han intentado imitar a las religiones, entonces no habla bien de estas. Si no se denuncia la tiranía ejercida por las religiones durante siglos, no se tiene autoridad para combatir las religiones políticas de los totalitarismos modernos.

La clave de esta relación totalitaria está en la base utópica de la misma. Como bien dijimos, utopía es sinónimo de imposibilidad, y la misma generará fanatismo, ya que ante la pared psicológica de comprender y aceptar lo imposible, se recurre a la herramienta más fácil que la mente puede brindarnos; aferrarnos a una idea imposible, aun siendo conscientes de ello, para no aceptar que nuestros actos sirvieron a la nada misma. la movilización de masas responde a este fenómeno irracional, y la misma encuentra su lugar en el extremo religioso de la teocracia, como en el totalitarismo moderno. Al final, los puntos se conectan, y lo que queda, sea teocracia o totalitarismo moderno, es la idea única, unificada a través de la violencia indiscriminada propiciada por mentes deterioradas que sólo saben defenderse de sus errores a través del terror.


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