Imagina que un día, todo lo que tienes y das por sentado simplemente desaparece. Así se siente ser un joven en Venezuela, un país próspero que gracias al socialismo pasó a ser uno donde el 96% de su población vive en condición de pobreza.

Cuando se indaga en las causas de esta desgracia, muchos podrían creer que la respuesta se encuentra en la llegada de Hugo Chávez al poder en 1998. Sin embargo, para ser honestos, los males de Venezuela tienen su origen décadas atrás, por lo que Chávez termina siendo una consecuencia de la subestimación del poder de la izquierda y de la inexistencia de una propuesta liberal real en el país.

Vale decir que las generaciones anteriores no han estado a la altura de los retos que se han planteado, siendo la historia el mejor maestro y los venezolanos estudiantes distraídos. Ante esto, un grupo de jóvenes se propuso escribir el libro ‘‘Después del socialismo, Libertad’’, el cual sintetiza de forma concreta cómo Venezuela llegó a ser lo que es hoy en día: destrucción de las instituciones, implementación de innumerables mecanismos de control social y el establecimiento de una conexión cuasi religiosa con los más altos líderes totalitarios.

Básicamente, en palabras de Shang Yang, los líderes de ese movimiento que denominamos chavismo, se aseguraron de que fuera del Estado sea imposible vivir. No obstante, estos jóvenes venezolanos proponen el liberalismo como alternativa para lograr que cada individuo alcance su prosperidad en el país, entendiendo que la libertad individual es el pilar fundamental para el progreso de cualquier nación.

EL COMIENZO DEL FIN

Con la llegada de los españoles a Venezuela 1498, llegó el derecho divino que fundamentaba y validaba el ejercicio absoluto del poder por parte de un monarca. Allí, se empezó a promover una nueva forma de colectivismo en la cual se agregaba la idea de que el valor del individuo radicaba en cómo contribuía al rey. Todos debían ser en función del líder, no de sí mismos y, ¿qué más contagioso y resistente que una idea totalmente arraigada en el interior del individuo?

Durante los próximos siglos, empezaría a gestarse un ideal independentista, buscando la libertad no del individuo, sino del pueblo. Fue gracias a las armas que esta logró materializarse el 5 de julio de 1811, enalteciendo la figura del militar como líder todopoderoso. De este modo, las ansias de independencia se desarrollaron de la mano con el culto a la personalidad de los caudillos, puesto que, tal y como plantea Andrés Guilarte (2021) ‘‘Nunca se sembró en el núcleo de la idiosincrasia criolla aquel conjunto de ideas que conciben al individuo como el centro de una nación…’’, sino que la recién instaurada república giraba en torno a aquel militar que conformara el gobierno de turno.

A pesar de que durante las décadas siguientes hubo destellos de industrialización y prosperidad, gran parte de esto debido al descubrimiento del petróleo en Venezuela en 1914, el carácter de los gobernantes estuvo marcado por la tradición caudillista y restricciones a las libertades civiles. Esto ocasionó el surgimiento de distintos movimientos sociales, siendo los más relevantes de estos los dirigidos por estudiantes universitarios. En ese sentido, la ‘‘generación del 28’’ es de vital importancia, ya que un grupo de estudiantes logró popularizar su mensaje dentro de la sociedad civil y sus miembros, en años posteriores, conformarían los principales partidos políticos en el país, la mayoría militando en el Partido Comunista de Venezuela.

No fue hasta el año 1958 que se pone fin a la era de los caudillos y dictadores en Venezuela con la huida del dictador Marcos Pérez Jiménez y la adopción del Pacto de Puntofijo: un acuerdo de gobernabilidad que pretendía sentar las bases para que la recién instaurada democracia fuese sostenible y equitativa. Sin embargo, es importante destacar que el Partido Comunista de Venezuela fue excluido del acuerdo por considerar sus ideas radicales incompatibles con los valores democráticos. Desde ese momento, sus militantes se vieron desplazados del espacio político y tomaron las armas, creando guerrillas para intentar, forzosamente, la aceptación de sus ideas.

La lucha armada falló y se refugiaron en la trinchera de la educación pública, plagando las universidades y convirtiendo los espacios de libre pensamiento en centros de adoctrinamiento. Se dieron cuenta de que el arma más letal es una idea, puesto que al monopolizar la educación, pueden moldear a su antojo el proceso de pensamiento de los ciudadanos. De esta forma, en palabras de Oswaldo Silva (2021), ‘‘El proyecto político chavista pudo calar en la sociedad venezolana gracias a que la narrativa que sostuvieron sus líderes estaba ajustada a los más profundos anhelos de sectores vulnerables que ansiaban la reivindicación de sus carencias y resentimientos’’.

CONSTRUYENDO EL CAMINO A LA SERVIDUMBRE

Hugo Chávez inició su primer mandato con la promesa de que ‘‘…sobre esta moribunda Constitución, haré cumplir e impulsaré las transformaciones democráticas necesarias para que la República nueva tenga una carta magna adecuada a los nuevos tiempos…’’, y así fue.

En el año 1999 se convoca a una Asamblea Nacional Constituyente (mecanismo que no estaba previsto en la constitución anterior) con el objetivo de moldear el Estado y el ordenamiento jurídico a su conveniencia. Según lo dispuesto en el artículo 2 de la nueva Constitución, la ahora República Bolivariana de Venezuela pasó a ser un Estado democrático y social de Derecho y de Justicia, el cual antepone al colectivo por sobre el individuo. Esta disposición ha servido de fundamento para mantener ajustadas a derecho todos los atropellos a las libertades individuales: monopolios estatales de cualquier industria o sector que pueda ser considerado de carácter estratégico, control de precios, control de cambio, expropiaciones, impresión de dinero inorgánico y programas asistencialistas insostenibles.

La situación actual de Venezuela, en palabras de Edmaly Maucó (2021), ‘‘…no es producto del azar, sino más bien la consecuencia de unos males que tienen su origen en el siglo XX y que pueden identificarse como el Estado todopoderoso y la democracia socialista’’. Antecedentes como la estatización de la industria petrolera en el año 1976 fueron utilizados, por Hugo Chávez hasta el 2013 y Nicolás Maduro de ahí en adelante, como sustento para los programas de ayuda social que, bajo la premisa populista de igualdad económica y social, terminarían de saquear la economía del país al expandir las funciones del Estado e intensificar el asistencialismo.

Estos programas de ayuda social se convirtieron en el principal mecanismo de control social del socialismo del siglo XXI, puesto que ‘‘la forma más efectiva que tiene el Estado de controlar a los individuos es transformándose en la única fuente de satisfacción de las necesidades individuales’’, tal y como afirma Franklin Camargo (2021).

Por su parte, la socialización de la salud, la educación y la alimentación como políticas de sumisión, hicieron que los individuos llegasen a depender del Estado para poder acceder a determinados bienes y servicios, como por ejemplo, la atención médica de emergencia. Básicamente, si no apoyas al régimen socialista, eres menos igual que el resto de los iguales.

DESPUÉS DEL SOCIALISMO, LIBERTAD

Rand Paul (2019) advertía que ‘‘Mao, Stalin o Hitler no llegaron al poder promoviendo una tiranía. Ellos llegaron al poder prometiendo igualdad’’ y, sería acertado agregar a esa lista a Hugo Chávez. El engaño de la promesa populista de que todos, de algún modo, seremos económica, social y políticamente iguales, nunca podrá materializarse. Los regímenes colectivistas se caracterizan por obstaculizar y satanizar la creación de riqueza, dedicándose únicamente a saquearla y distribuirla como si de un barril sin fondo se tratase. De acuerdo con Anderson Riverol (2021) ‘‘Resulta claro que el tema de la igualdad termina siendo una trampa del resentimiento’’ y, hoy, estamos pagando las consecuencias.

Venezuela es un país que, incluso antes de su independencia, ha estado bajo el yugo del colectivismo, el cual se ha transformado según las necesidades de la época bajo la mirada complaciente de individuos incautos. Monarquía, caudillismo, dictadura, puntofijismo y socialismo del siglo XXI: diferentes nombres para el mismo mal colectivista, con la única variante de distintos grados en la intensidad de cada uno de ellos.

Los jóvenes venezolanos pertenecemos a una generación que no ha tenido la oportunidad de conocer la libertad de primera mano dentro de nuestras fronteras y, aún así, luchamos incansablemente por alcanzarla. José Alberto León (2021), considera que ‘‘Para progresar, en principio, es necesaria una continua revisión de las convicciones y concepciones presentes’’, por lo que es necesario que reflexionemos sobre los errores que se cometieron y se siguen cometiendo, no con la intención de señalar, sino en aras de cambiar el rumbo de la historia hacia un futuro más libre.

‘‘Más allá de eso, Venezuela tiene la oportunidad de repensar su ordenamiento jurídico e impulsar transformaciones con arreglo a principios que respeten el valor de la vida, la propiedad y la libertad de los individuos’’, concluye Jorge Galicia (2021).  A su vez, se debe masificar la idea de que una sociedad libre se construye sobre la base de la confianza y la cooperación voluntaria de los individuos, y se destruye a través de la autoridad y la coacción. Los individuos libres son quienes deciden cuáles son sus intereses y eligen el método más adecuado para satisfacerlos sin perjudicar a otros.

No debemos conformarnos con migajas de libertad. Debemos tomar un rol protagónico en el cambio que queremos ver en Venezuela y no esperar que llegue otro falso mesías con la promesa de solucionar todos los problemas de nuestras vidas. Hemos sido testigos de cómo la dirigencia opositora venezolana ha sido incapaz de reconocer la naturaleza real del régimen o, por lo menos, no ha sido capaz de admitirla. Esto y los reiterados intentos ‘‘colectivos’’ de negociar un cambio para Venezuela, han obtenido como único resultado real el desgaste de la población venezolana y un sentimiento de desesperanza generalizado.

No deleguemos a otros nuestra propia responsabilidad. Tenemos la oportunidad de tomar el volante del destino y cambiarlo, desde lo individual. Cuando entendamos que únicamente nosotros mismos podemos decidir entre solo ser víctimas del socialismo (porque sí, lo somos) o agregarle a eso el hecho de tomar acción para que las cosas cambien, podremos construir después del socialismo, la libertad.


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