Los que hemos leído (y estudiamos) a Maquiavelo reconocemos en él un manual para la conservación del poder y del actuar del gobernante. Todos conocemos una de sus frases más famosas y que tanto ha provocado en la historia de la humanidad: es mejor ser temido que ser amado. Hoy, en Argentina, el gobierno de Alberto Fernández no consigue ninguna de las mencionadas opciones. El chavismo argentino posee marchas en contra que desafían su autoridad y se encuentra al borde del colapso.


Pocas veces se ha visto un gobierno tan al borde del abismo como el de Alberto Fernández. En la peor crisis económica de la historia argentina, producto de una cuareterna cavernícola en donde el agotamiento existencial de los opositores y el fuego interno de los propios se vuelve noticia diaria, pareciera que el gobierno nacional no puede aplicar ninguna de las típicas enseñanzas del congénere de los Medici en Italia.

Estamos en conocimiento de varios de sus pasajes como pensador y padre de la Ciencia Política pero quizá no sabemos sus motivaciones o verdaderos significados; el gobierno de Alberto lo desprecia, no lo aplica y prefiere balancearse con los ojos cerrados sobre un volcán activo. En efecto, Maquiavelo quería que los gobernantes sean amados, porque esto les garantizaría, en última instancia, apoyo popular. El problema es que el amor depende siempre de la aparición de buenas medidas y, por sobre todas las cosas, del humor de los gobernados para hacerse partícipes de dicho humor social. De esta manera, ser temido es mucho mejor; al fin y al cabo, depende de la voluntad de quien ejerce el poder y no de los estados ulteriores de la conciencia que manifiestan o no los miembros del cuerpo social. Uno podría esbozar alguna leve modificación y sugerir que quizá sea mejor ser respetado que ser temido o amado, como lectura diferente de la propia literalidad maquiavélica y podría estar en posesión de una verdad historiográfica. El problema es que ninguna de las 3 condiciones podemos observarlas en el gobierno de Alberto.

Por un lado, la indefinición sobre temas trascendentales siguen machacando la confianza en el camporismo del Siglo XXI. Venezuela, Cuba, las violaciones a la Constitución que hizo Evo, las no críticas a la marcha del 170 y un sin fin de aristar de problemática interna de la coalición de gobierno, son puestas en el ojo de la tormenta por quienes observamos la falta de credibilidad, de legitimidad de la acción presidencial. Por otro lado, la gran masa del pueblo (sic) que hemos podido notar al peor gobierno desde que volvió la democracia en argentina, no tenemos más miedo, no los respetamos y mucho menos amamos a los autócratas del gobierno nacional.

Ya sea por el poder bicéfalo o por la posesión de la pluma desde el Instituto Patria, nadie les cree. Solamente la involuntad del seguimiento al culto religioso del fascismo kirchnerista los idolatra pero como saben muy bien que si salen a la calle se contradicen, perdieron todo marco de expresión de ideas. Es simple, no cumplen con Maquiavelo.


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