La función principal del Estado -y tal vez la única que debería desempeñar- es la de proveer seguridad y justicia. Podríamos decir que la función del Estado es la de ser un juez que haga cumplir las leyes para asegurar una convivencia pacífica en la sociedad y que cada quien pueda perseguir sus fines sin obstaculizar los fines de los demás.  Sin embargo, en el mundo real los Estados han sobrepasado esta función y además de hacer cumplir las leyes, se dedican a intervenir en las vidas de las personas. Esto con el objetivo de crear sociedades más igualitarias en un sentido material. Para llevar esto a cabo los políticos se esconden detrás de la mal llamada justicia social, que nada tiene de justa.


La justicia en sentido tradicional significa darle a cada quien lo que corresponde. Esta es una función que el mercado libre cumple perfectamente, ya que además de producir riqueza, la distribuye según la cantidad de valor aportado. Steve Jobs se hizo rico por que genero un nivel de valor y riqueza enorme para todos los demás, lo mismo se aplica a cualquiera de nuestros cantantes o deportistas favoritos; se enriquecieron gracias a que hicieron nuestras vidas mucho mejores. Además, como la imaginación y ambición de los seres humanos no tiene límite alguno, la cantidad de riqueza que somos capaces de crear es ilimitada, la riqueza no es una torta que debamos repartir. Es por eso que, en vez de dedicar nuestras fuerzas a redistribuir, deberíamos dedicarlas a crear. Como si eso fuero poco como para oponerse a toda intervención estatal en la economía, hay que entender que si las personas actúan libremente persiguiendo sus fines, esperanzas y deseos los resultados que se generen en el camino no pueden ser injustos. Ya que los resultados son la consecuencia de las elecciones libres y voluntarias de las personas. Los ingresos son una consecuencia. (Income is an outcome) 

Explica Jesús Huerta de Soto: “La justicia, en su sentido tradicional, consiste en la aplicación, por igual a todos, (…) la justicia debe ser ante todo ciega, en el sentido en que no debe dejarse influenciar a la hora de aplicar el derecho ni por las dádivas del rico ni por las lágrimas del pobre”. A diferencia de la justicia tradicional, la justicia social se basa en la redistribución arbitraria según los intereses del gobierno y usa la violencia y coacción del Estado como modus operandi. Si creemos en la igualdad moral, en que las personas deben ser tratadas de igual manera ante la ley y en que la desigualdad material es un resultado de la libertad individual, entones, nuestra única alternativa es oponernos con todas nuestras energías a la justicia social. Como decía Hayek: “Hay una gran diferencia entre tratar a todos con igualdad e intentar hacer a todos iguales”. 


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