Ninguno de nosotros desconoce la historia de Jesucristo. Ninguno de nosotros desconoce tampoco el avance que el gobierno argentino está haciendo sobre uno de los mejores distritos del país: la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Ninguno de nosotros desconoce que Poncio Pilatos volvió y se lavó las manos.
Bien es sabido por todos nosotros que el presidente, en una actitud totalmente autócrata y déspota, decidió quitarle al distrito capital del país 35 mil millones en un solo instante, no solamente en un acto inconstitucional sino, además, falto de cualquier tipo de racionalidad y aceptación por parte de la democracia y de, hasta el momento, uno de los opositores más dialoguistas del país: Horacio Rodríguez Larreta.
No debería extrañarnos cuando el presidente y el gobernador hablan de “problemas estructurales del país y la provincia de Buenos Aires” o de “un problema que lleva décadas”, como así tampoco deberíamos estar absortos ante la declaración de odio contra la supuesta opulencia de un distrito bien gestionado como lo es Capital Federal..el gobierno decidió lavarse las manos ante los problemas que ellos mismos como partido provocaron en estas últimas décadas. Pero claro, más fácil es que se ocupe la Corte Suprema; nosotros solo arreglamos algo “estructural”.
El pueblo, dirigido por los sumos sacerdotes, escoge la liberación de Barrabás y la crucifixión de Jesús. Ante esa decisión Pilato simbólicamente se lavó las manos para indicar que no quería ser parte de la decisión tomada por la muchedumbre. Pilato dice «No soy responsable por la sangre de este hombre». A lo que la multitud responde: «Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros descendientes». Se narra también que Pilato ordena la flagelación de Jesús antes de su ejecución, pero los evangelios discrepan en cuanto a si esta medida fue tomada como un intento de sustitución de la ejecución, o si era simplemente parte del proceso de la ejecución. El lavatorio de manos implica un acto de purificación vacío de contenido que no consigue en conciencia eludir la responsabilidad, puesto que quien condena a un hombre inocente por presiones no está moralmente muy por encima de los que las ejercen. El presidente entra en esa descripción sin que sea necesario aclarar el porqué: ya sea por presiones de su vicepresidente, como en todos sus actos de gobierno, o por otros sectores, lo cierto es que nada lo desliga de la responsabilidad de su autoritarismo chavista, del nacional populismo y del “bolsismo” amigo como método de gobernanza.
El presidente decide lavarse las manos acusando que no es algo que él haya generado y que sólo “pone las cosas como deberían estar”. El presidente es tanto o más responsable por la muerte de Jesús, en este caso CABA (no Rodríguez Larreta, porque en efecto no lo es), que los propios que lo llevan a cometer esos actos. Poncio Pilatos fue responsable y Alberto también. En estos 10 meses, solo conocemos al ponciopilatismo como modo de gestión.
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