La marcha del 17A ha dejado una imagen que fue muy cuestionada en las redes sociales. “Audi” llegó a ser tendencia en Twitter por los comentarios que generaron la imagen de una mujer protestando desde el techo de su vehículo con una cacerola en la mano. Más allá de lo ridículo que suena cuestionar los derechos de una persona a protestar por los bienes que esta posee, podemos notar un comportamiento muy propio de los ciudadanos de nuestro país. 



Durante muchos años, hemos visto cómo la clase política promete al pueblo argentino combatir la pobreza de una y mil maneras. Desde supuestos planes para combatir la desigualdad y hasta las tan esperadas rutas para eliminar la pobreza de una vez por todas. Es un hecho que tales planes no han funcionado. Tampoco es de extrañarse que no funcionen, ya que el plan siempre ha sido el mismo, pero siempre creemos que una cara nueva lo puede hacer mejor. A todo esto tenemos que sumarle el típico dilema de que “el rico es rico porque el pobre es pobre”. Solamente hace falta estudiar la condición del ser humano a lo largo de la historia para darnos cuenta que esto no es así. El economista Nathan Rosenberg una vez dijo, “La percepción de la pobreza como algo moralmente intolerable, en una sociedad rica, tuvo que esperar a la aparición de una sociedad rica”. 

Dicho esto, podemos notar que el argentino finalmente ha entendido que tales remedios para combatir este mal han sido completamente en vano, ya que cada vez que medimos la pobreza los números no ceden, por el contrario, siguen aumentando. Volviendo a la imagen del Audi Q5 y enfocándonos en los comentarios de los usuarios de las redes sociales, podemos notar como el argentino ha aceptado la pobreza como una condición irrevocable. Y lo que es aún peor, se ha enaltecido a todas aquellas personas que se encuentran bajo la línea de pobreza como los únicos poseedores de todos los derechos habidos y por haber, como los únicos dueños de la verdad absoluta y cómo los activistas exclusivos del bien común. 

Parece ser que todos aquellos individuos que “gocen” de una posición socioeconómica medianamente aceptable, no son dignos de luchar por sus derechos. El trabajo ya no dignifica, por el contrario, este se ha convertido en sinónimo de opresor. En estos días se cree que cada vez que uno de estos individuos “indignos” adquiere un bien, le está arrebatando la comida directamente de la boca a aquellos que se encuentran más desfavorecidos. Hemos normalizado que un niño pobre que compra el pan para poder alimentar a su familia, pague un porcentaje del precio en impuestos que van directamente a los políticos. Son estos últimos los que a capa y espada juran defenderlos alzando la mano con gestos propios de un fascismo moderno mientras relucen sus exclusivos relojes de marca Rolex. Y es así como sin darnos cuenta, hemos asistido a la completa glorificación de la pobreza. Vivimos en un país en el que su población cree que la pobreza es una condición permanente y que cualquier intento de salir de esta, carece de sentido alguno. 

Por otro lado, podemos notar como la búsqueda del bienestar es considerada un atentado a este “pueblo del bien” y de los valores que solo ellos son dignos de portar. Es la elite política la que ha convertido a la miseria en un culto. Evidentemente, la miseria no debe ser motivo alguno de vergüenza, como tampoco la prosperidad debe ser considerada un crimen. Como sociedad, no debemos permitir que los intereses de esta élite nos dividan ni tampoco nos quiten nuestro derecho a actuar frente a las injusticias. Pero si hay algo que por sobre todo no debemos permitir, es el sometimiento. 

Escrito por: Esteban Lopez Mieres. 


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