Milton Friedman solía decir que la única forma de redistribuir riqueza efectivamente es destruyendo los incentivos para generarla. Algo así es lo que pasa hoy en Argentina donde millones de personas cobran algún tipo de plan social; entre ellos el Ingreso Familiar de Emergencia que pronto pasará a llamarse Renta Básica Universal.
El problema de fondo que tienen todas estas asignaciones se esconde detrás de un sofisma económico que muchos medios de comunicación se esfuerzan por sostener: Éste es el de los recursos del Estado y el del Estado como creador de riqueza. La verdad es que el Estado no genera ningún tipo de valor, todos sus recursos los obtiene de forma coactiva a través de impuestos, tomando deuda o con inflación, la cual es un impuesto camuflado. El peso de todas estas formas de financiación recae sobre el ciudadano. El economista español Daniel Lacalle lo sintetizó muy bien de esta manera: “No hay papá Estado, es niño Estado que depende de papá contribuyentes y mamá empresas”. Aunque Frédéric Bastiat lo advirtió mucho tiempo atrás: “Todo el mundo quiere vivir a expensas del Estado, pero se olvidan que el Estado vive a expensas de todo el mundo”. Pero eso no es todo. Además, la evidencia muestra que los planes sociales otorgados por el gobierno son otro ejemplo de la ineficiencia del Estado y de cómo éste malgasta recursos escasos: Según gráficos realizados por el economista Roberto Cachanosky con datos del INDEC y de la UCA, en el año 2010 32,9% de la población del país cobraba algún plan social, en 2015 lo hacían 40,3% y en 2019 el número ascendió a 43,8%. Es decir, los planes sociales no eliminan la pobreza, sólo la agravan porque la carga que recae sobre el resto de la economía impide el ahorro y la inversión necesarias para la creación de empleos y el crecimiento. Además, las concesiones desmesuradas destruyen los incentivos al trabajo y a la producción. Y como si todo esto fuera poco, actualmente todo este gasto se está financiando con la impresión de billetes, lo que llevará al país a una crisis y posible hiperinflación la cual dañará sobre todo a la gente de bajos ingresos a la que se pretendía ayudar. Pero en Argentina la soberbia de nuestros políticos -que se creen capaces de planificar la sociedad de arriba hacia abajo- y su mentalidad igualitarista han transformado a la ayuda social en una trampa de la pobreza que, en lugar de ayudar a las personas a pararse sobre sus propios pies, las mantiene atadas a la arbitrariedad del gobierno. La voracidad regulatoria de nuestros gobernantes es tal que ya fue aprobada una ley de teletrabajo y se debate una ley de influencers, políticas que nada pueden hacer más que dificultar la creación de empleo.
Si Argentina no cambia radicalmente estas ideas un desenlace venezolano es muy probable, donde el 96% son pobres y 80% pobres extremos. Y como decía Milton Friedman “Uno de los más grandes errores es juzgar a las políticas por sus intenciones y no por sus resultados”.
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