La servidumbre voluntaria ante el miedo y la falsa seguridad creó un Estado policial que bajo el apoyo de las masas temerosas constituye sus arbitrariedades con  total impunidad, estos representa los mayores retos de la contemporaneidad a los defensores de la libertad.



El auténtico problema es que una mayoría no quiere la libertad y aún le tiene miedo. Para llegar a ser libre hay que ser libre, pues la libertad es existencia, concordancia consciente con la existencia, y es el placer, sentido como destino, de hacerla realidad. (Ernst Jünger)

Entre toque de queda, clausuras a establecimientos, allanamientos de “fiestas ilegales”, persecución de comerciantes, alcaldes autoritarios y arbitrariedad de la fuerza pública, el 2020 nos recibió con los brazos abiertos a la triste realidad de lo que significa el poder y el miedo. Es ingenuo negar  a estas alturas nuestra realidad, somos un Estado policial, la función de los mal llamados “servidores públicos”, se ha convertido en vigilar y castigar a la población, detrás de la pobre auto-justificación del “Estado de emergencia” y de “proteger vidas”,  sin embargo, para mi frustración y para la vanagloria de los políticos, la población en su superficial mayoría, parece no solo apoyar el estricto control sobre ellos mismos, si no que lo justifican, se enorgullecen de su servidumbre y mansedad. 

La incapacidad de la autocrítica de los políticos y el total convencimiento de las masas hacia su supuesta inevitable muerte encontrada en la libertad reforzó la idea de suprimir libertades civiles y los gobiernos no tardaron mucho en hacer en su mayoría despliegues de mecanismos autoritarios de vigilancia y control. ES PELIGROSO SER LIBRE, LO SEGURO ES SER ESCLAVO, pero esta afirmación no tiene nada de nueva ni de tonta, lo más común es ceder nuestra libertad ante el miedo de perder algo que creemos es valioso en ese momento que la cedemos (Como se notó el miedo generalizado al virus en los primeros días de la pandemia y la pérdida del miedo con el pasar del tiempo). Aunque la discusión es mucho más grande, tiene una carga que veo con ojos muy positivos, y es, a la autoexigencia que debemos construir los que defendemos la libertad, pues el único pensamiento único de nuestro tiempo al que nos enfrentamos es al del  intervencionismo, que como dogma, exige a sus fieles una predica de conveniencia a la subordinación de nuestra individualidad en favor de un mando centralizado, esta fiel creencia de reemplazar a Dios por un “súper cerebro”, un mecanismo que le dote a cada infortunado ser una falsa noción de seguridad y bienestar, que de tal engaño, solo podamos concluir que como individuos no valemos nada, que al ser parte de un todo nos debemos mostrar indivisibles de la masa, para no parecer incoherentes o locos, ¡cómo si ser libres para morir fuera una locura!

La desviación de esta discusión es preocupante, de ante mano se le nombra “irresponsable” (paradójicamente con intención de eludir verdaderos actos irresponsables y hasta crueles) a quien cometa la “osadía” de desafiar el mainstream que glorifica el confinamiento, como lo son golpear personas por salir a la calle, tratar como criminales a mercaderes o a quienes hagan fiestas en sus casas o prohibir trabajar a varios sectores que nos beneficiaron alguna vez, después de todo, lo importante es no morir de COVID, si es por hambre o por algún otro motivo, ya es cosa nuestra. 

Todo el tiempo estamos en riesgo, de innumerables eventualidades, si el temor justificara la suspensión de nuestras libertades, a la larga, no tendríamos nunca permiso de salir, hablar o simplemente practicar algún deporte. 

Defender la reapertura con todas sus desesperanzas e infortunios además de ser un acto de valentía, es el mayor acto de humanidad. 


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