Vivimos tiempos de encierro. Mi referencia no es solamente en cuanto a la falta de movilidad física sino a la destrucción del pensamiento crítico propugnada por muchos medios de comunicación y principalmente por la autoridad estatal. La cuarentena se ha convertido en la herramienta por excelencia de acallamiento de la voz disidente.



Pensar es incomodar los órdenes establecidos. La tarea de la filosofía y del pensamiento crítico no es encontrar certezas absolutas sino discusiones y contra refutaciones en cuanto a la existencia humana. Es el amor por el saber pero no por el conocimiento dado y clausurado. La racionalidad crítica está en cuarentena. Muchos medios de comunicación y sobre todo el oficialismo (y muchos miembros de la oposición) atacan al que “se atreve” a criticar el tipo de cuarentena y el impacto del Covid-19 de “Anti-cuarentena”, “Servidores del gran capital”, “Anti Científicos”, “Conspiranoides”, etc. 

Es muy preocupante la represión del pensar como actividad que se propone analizar críticamente la realidad. También es hipócrita que el progresismo posmoderno que identificaba a la racionalidad y al logos como algo etnocentrista y opresor enarbolan a los científicos como los nuevos mesías de la patria. Nadie niega que los médicos e infectólogos tiene que ser parte de la mesa de situación pero de ninguna manera tiene que convertirse por la fuerza en el paradigma dominante eliminando el pluralismo metodológico. El horizonte del Infectólogo difiere enormemente con el del economista o el comerciante, pero en vez de fusionar se acusa al horizonte disidente de ser intrínsecamente diabólico.

Alberto Fernández se ha cerrado en un núcleo de dogmatismo preocupante. Cualquier pensamiento que no coincide con el suyo es repudiado muchas veces con insultos y ataques. Alberto dice que él es abogado y no sabe de temas médicos y por ello le consulta a infectólogos. Sin embargo olvida la diversidad de realidades dentro de aquellos que denominamos Argentina. Los intelectuales del mainstream afirmaban que vivíamos en la tecnocracia de los economistas. Ahora se callan y no dicen que vivimos en la de los infectólogos. 

El nivel de represión que está generando el aparato estatal es sorprendente. Vivimos en tiempos del tecno control. Los celulares y las apps controladoras del Estado se han convertido en un panóptico digital. Notorio es el caso de Javier Milei. Se le inició una operación mediática por el cobro del ATP (que lo pidió su empleador) y se difundió información fiscal. Milei es uno de los principales críticos de la cuarentena. Saquen sus propias conclusiones. 

Leandro Santoro, legislador porteño y asesor de Alberto, afirmó: Mañana no quiero leer a ningún periodista económico criticando el exceso de emisión monetaria y anoticiarme después que cobró la ATP. Miren que eso no se hace! Sería casi tan perverso como enterarnos que tienen bonos de la deuda, después de hacer lobby en favor de un arreglo rápido.” El Estado no te deja trabajar y a la vez te pide que seas su siervo. 

El colmo de los colmos es que la intelectualidad argentina de la posmodernidad, cuyo núcleo central era (por ejemplo) la crítica de la ciencia biológica en temas de los feminismos o la relatividad cultural frente a los rituales chamánicos avala la uniformidad discursiva. No sólo eso, sino que expresan un sentimiento de éxtasis ante el avance del Estado vigilante. El verso de tantos intelectuales que establecen reflexiones metafísicas sin sentido se cae en cuanto prefieren ser intelectuales orgánicos y no someter a juicio crítico las mismas premisas de la cuarentena.

Punto especial son las famosas marchas “Anti-cuarentena”. La aparición de sectores nazis acusando a la judeo-masonería del Covid-19 o del invento de la enfermedad a las grandes corporaciones del nuevo orden mundial es algo que los liberales deben tener en cuenta. Es muy peligroso quedar pegado a dichos sectores que por otro lado son liderados por Nicolás Morás o la doctora Brandolino. 

La cuarentena extendida se ha convertido en un privilegio burgués. Quizás lo fue desde el principio. Los sectores populares, los que viven de las changas, del trabajo diario o del trabajo informal no aguantan más la cuarentena, no por razones psicológicas sino por su repercusión en su horizonte económico de la vida cotidiana. El Estado afirma que los salva al brindarles asistencia social que por otro lado es pagada con impuestos altísimos al consumo o con emisión monetaria.

Pensar distinto no te hace ser un golpista, un genocida o un mal tipo. Parece que ciertos miembros de la clase política, de los medios de comunicación o de los intelectuales quieren que aquellos que pensamos distinto seamos como Sócrates: el destierro (en este caso interior) o la cicuta. 


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