Las transformaciones políticas son y serán siempre más lentas que la aceptación y la inclusión en el mercado. Antes de que llegaran los primeros políticos, activistas, voceros, actores y actrices y las ONG, el mercado se hizo presente atendiendo las necesidades de una minoría de la población que los líderes revolucionarios socialistas consideraron simples caprichos burgueses.

Según Carlos Alberto Montaner:

“La revolución cuenta con una especie de Manual del Perfecto Comunista, en el que aparece un obrero vigoroso, gallardo, trabajador, patriota, desinteresado, heterosexual, monógamo y austero. El maravilloso hombre nuevo fabricado por el doctor Castrostein”.


Arturo Portillo

Coordinador de Actividades para EsLibertad en América Latina. Es Asociado de programas internacionales para Foundation For Economic Education. Asociado de programas para Caminos de la Libertad. Economista por el Instituto Politécnico Nacional y estudiante de Ciencias Políticas por la Universidad Nacional Autónoma de México.


¿Quién llegó primero, el mercado o el revolucionario?

Las primeras relaciones entre tribus tenían casi siempre el mismo final, una trifulca que terminaba con el exterminio de una de las culturas en el peor de los casos. El libre intercambio, cambió por completo esa visión original de las relaciones humanas.

Mucho se habla de que quienes están a favor del libre intercambio tienen una esencia fascista, conservadora, de “derechas”, o que el capitalismo, al ser un sistema que apremia al auto interés por sobre el de una entidad colectiva es inherentemente egoísta y requiere de un control  gubernamental para guiarle . 

Pero tal como lo decía Adam Smith: 

“No importa cuán egoísta supongamos que sea el hombre, posee evidentemente unos principios en su naturaleza que hacen que se interese por el bienestar de otros y que la felicidad de otros sea necesaria para él, aunque no gane nada por ello”.

Esto ha ocurrido de manera histórica con la acelerada integración social de grupos que representan a minorías, como los grupos feministas, antirracistas y grupos LGBT+. 

Respecto al último; resulta evidente que quienes se han auto asignado la facultad de representar públicamente a todos estos individuos forcejean el timón de millones de personas con la intención de que todos encuentren militancia en la izquierda.

Pero, ¿Qué tan cierto es que el origen de los logros del movimiento LGBT+ internacional sean de izquierda? Podemos estar seguros de que las conquistas sociales no nacieron tan cerca del comunismo rojo como nos quieren hacer creer, ni que los primeros en levantar una bandera de arcoíris de manera afirmativa y positiva hayan sido ni de lejos esas grandes figuras revolucionarias de la izquierda que inundan las calles cada verano durante el “Pride Parade”.

La homosexualidad es tan antigua como lo es la humanidad, en cada etapa de nuestra historia estuvimos ahí, pero ¿por qué sólo se habla de la homosexualidad a partir del siglo XIX? 

Los esclavos y los siervos eran masas que se contaban en grandes números y cuyas actividades estaban asignadas desde su nacimiento. El individuo, sus deseos y anhelos eran irrelevantes, sólo importaba la masa más poderosa, el Estado, la corona o la aristocracia.

El movimiento LGBT no nació del comunismo 

En los Estados Unidos, a finales del siglo XIX, se había logrado la integración de las mujeres en la fuerza laboral Las familias tradicionales comenzaban a tomar roles nunca antes vistos, desintegrando poco a poco el sistema predominante, con la integración de las mujeres como asalariadas.  Asíavanzó con mayor fuerza su independencia y aparecían con mayor frecuencia en el noreste de los Estados Unidos casas para mujeres que trabajaban. 

Con esto aparecieron dos puntos de inflexión, la acelerada caída en la tasa de natalidad que sólo se recuperó por un breve período después de la Segunda Guerra Mundial y la desaparición gradual de la familia tradicional. 

Durante la primera mitad del siglo XX aparecían los primeros puntos de encuentro para gays y lesbianas. Las redadas del gobierno no se hicieron esperar, pero mientras se endurecía ésta cacería, los comercios que brindaban espacios seguros en la clandestinidad surgían, prevalecían y permanecían.

Bastó un buen número de hombres y mujeres independientes y considerablemente libres para convertir lo que una masa colectiva veía como “abominación” en una cultura de un grupo de individuos. Sin buscarlo ni preverlo, el libre mercado estaba logrando que un grupo de la sociedad históricamente discriminada e invisible  comenzara a tener una voz y cuando se tiene voz los demás escuchan.

En las sociedades libres, donde el libre intercambio no era algo visto con malos ojos, la introducción de estos individuos en todas las esferas de las relaciones sociales: el arte, el cine, la música, la moda, la industria se transformaba lentamente y con la influencia de éstos sectores la aceptación política y social, una vez reconocida la existencia de la población homosexual dio un giro inesperado.

Sin buscarlo ni preverlo el libre mercado estaba logrando que un grupo de la sociedad históricamente discriminada e invisibilizada comenzara a tener una voz.

Los hijos de los esclavos, los siervos y burgueses no tuvieron voz hasta que lograron una considerable libertad, lo mismo ocurrió con las personas homosexuales, pero ¿Qué hay de la evidente disparidad entre los sistemas políticos y sociales predominantes durante la emancipación de los individuos LGBT?

Aunque insuficientes, cada vez son más los países que han legalizado el matrimonio entre individuos del mismo sexo, sin embargo, no recibimos señales de progreso de los paraísos de la izquierda como la revolucionaria isla de Cuba, la antiimperialista Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Ecuador… Tampoco lo escuchamos antes de la conformación y declive del llamado Socialismo del Siglo XXI con la Unión Soviética o de la voz de quienes anhelaban institucionalizar éstas ideas progresistas en los países capitalistas en los que vivían. 

Mientras Margaret Thatcher votaba en contra de la criminalización de la homosexualidad en Inglaterra durante la década de los 60’s, el revolucionario “Che” Guevara quién hoy es la mascota y embajador moral y de buena voluntad de las marchas por el orgullo gay, había consentido los campos de concentración para homosexuales en la isla de Cuba.

El Ché Guevara había instaurando junto con Fidel Castro la trágica expresión de odio conocida como la “Cacería de locas” así le llamaban a la enajenación y reeducación de individuos homosexuales y transgénero, ya que basado en la premisa de José Martí;

un hombre que no se puede reproducir no es útil para la sociedad, la revolución cubana abarrotó los campos de concentración en poco tiempo “soldados armados detenían a todos los jóvenes, hombres y mujeres, que se les antojaban raros, y los trasladaban a la cárcel en autobuses estacionados en las proximidades”.

Todo esto sin mencionar que en la sociedad soviética donde en 1934, ya consolidado el régimen leninista, la homosexualidad fue restablecida como delito y perseguida  de manera generalizada o en la China comunista donde la homosexualidad reflejaba para la militancia un vástago de la decadencia capitalista, un capricho burgués que había que erradicar de la sociedad.

No nos engañemos, el hecho de que las conquistas por los derechos de los individuos LGBT+ se encontraran en las sociedades ponderadamente conservadoras, no significa que el conservadurismo tenga un interés histórico en defender a este sector cada vez más grande. 

Los derechos de los individuos homosexuales y transgénero no vieron su origen en las sociedades socialistas o de izquierda, ni en las nuevas ni en las viejas y los obstáculos impuestos por los grupos conservadores no eran muy diferentes al acoso y hastío que se recibió de los comunistas rojos. 

El origen de éste movimiento, el creciente apoyo por sus derechos, por su libertad, por sus elecciones de vida, germinó de aquellas sociedades que permitían  un mayor grado la libertad de los individuos y el libre mercado, entendiendo éste último como la principal herramienta de visibilidad  y conquista social. 

El capitalismo, no sólo liberó al obrero heterosexual, blanco, monógamo de la constante histórica social que había sido la pobreza perpetua  sino también a la mujer, al homosexual y a la persona transgénero, al afrodescendiente, al zurdo, al pobre.

Las transformaciones políticas son y serán siempre más lentas que la aceptación y la inclusión en el mercado. Antes de que llegaran los primeros políticos, activistas, voceros, actores y actrices y las ONG, el mercado se hizo presente atendiendo las necesidades de una minoría de la población que los líderes revolucionarios socialistas consideraron simples caprichosos burgueses.

Mientras que un debate por ver qué helado deberían de consumir los ciudadanos podría tardar décadas, en el mercado podrías conseguirlo en cinco minutos sin necesidad de obligar al resto a acatar tu decisión individual. 

Respecto a los derechos LGBT, los centros de reunión, la música, el cine, la ropa interior y hasta la soda dieron pasos más agigantados y más rápidos en la inclusión de los individuos homosexuales y transgéneros, que todas progresistas figuras de la política. Tan es así que un puñado de bares y cafeterías normalizaron una actividad que había sido estigmatizada durante siglos. 

Sin duda, una cadena de restaurantes, un reconocido café, una gran aerolínea o una exitosa línea de moda, se la pensará dos veces antes de negar sus servicios a un individuo LGBT+. 

Cualquier discurso público de una compañía en contra de la libertad de dos personas para amarse en libertad desataría una reacción en cadena que en el mejor de los casos los orillaría al escarmiento público y en el peor, al propio  colapso de su negocio. 

Esa capacidad que tienen los individuos para transformar las cosas dentro del esquema de libre mercado no existe en aquellos sistemas donde la intervención del Estado se hace presente de forma ponderada, ya sea en las esferas individuales o en las económicas, en sus preferencias  o bolsillos. 

Reeditado con el permiso de Caminos de la Libertad


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