No es ningún secreto que la juventud de hoy es una de las más participativas en la vida política de Ecuador. Es habitual encontrarse con cientos de jóvenes que en tan solo 20 años de su vida ya predican el credo de un partido político o visten la camiseta de algún eterno candidato. Jóvenes que, con respaldo de una buena cantidad de muchachos listos para defender el relato de turno, utilizan una amplia gama de argumentos apologistas al “increíblemente empático aparato estatal”. Es válido preguntarse de dónde ha surgido esta nueva ola de moldeadores de las mentes juveniles; que sueñan con algún puesto público al servicio de la gente, pero que difícilmente aguantan la carga de su ego cuando este es expuesto a la luz de los hechos.


Kevin Andrés Villacís Flores

Coordinador local en Estudiante por la libertad, Estudiante de Economía en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador.


Es evidente que, al desconocer cualquier otro tipo de sociedad que no sea la estatalmente planificada, muy pocos son los incentivos que tiene la nueva subclase política para embarcarse en nuevos rumbos ideológicos; no tiene relevancia la cantidad y diversidad de información que poseen, lo único que importa es el respaldo de un sueño ciego, que solo puede cumplirse si se abandona por completo la racionalidad individual; y se abraza el idealismo colectivo más obtuso. 

Este devenir histórico no es enteramente culpa de los aventurados jóvenes; es también el resultado de un fallo profundo en la formulación, predicación y aplicación del liberalismo en todos sus posibles campos de interacción. En eso le ha fallado a la juventud ecuatoriana, pues, en donde ha existido un joven sediento de ambición y aprendizaje político, no se ha topado con ningún corpus teórico firme, que evite intelectualmente la transformación de dicho interés en servidumbre estatal. Y esto no es, como se dijo antes, debido a un problema de accesibilidad física a la información, sino por una arrogancia e “intelectualización” de los círculos liberales más puristas; que han prevenido que nuevas mentes puedan incorporarse a la tradición de la libertad.

Si bien es cierto, no es la función de un economista, abogado o cientista social, ser un mero propagandista. Por el contrario, suelen ser las disciplinas que más arraigadas están a la defensa de la libertad, la vida y la propiedad privada aquellas que, por su naturaleza propia, necesitan de cierto grado de conocimientos previo su estudio. Pero esto no ha detenido a ninguna otra ciencia de divulgar resultados que son lo suficientemente concluyentes y digeribles por el público, como para pasar de página en la historia de la disciplina y abandonar viejos caminos equivocados.  No es, por ejemplo, el caso de la física, donde un número relativamente pequeño de personas realmente han comprendido de principio a fin toda la obra de Sir. Isaac Newton, pero con la diferencia de que la gran mayoría que han cursado un nivel de educación básico comprenden a la perfección conceptos como fuerza, gravedad, cálculo y demás. Entonces, por qué no ha sido uno de los objetivos primarios de quienes desempeñan la ciencia económica, el bajar de aquel pedestal cientista, y permitirse demostrar al público, con la simpleza del caso, la razón por la cual teorías como la del valor-trabajo, no tienen validez alguna desde hace más un siglo. Por qué se ha optado por huir de la simplificación matemática y retórica, que permitiría a muchos más jóvenes abandonar los caminos idealistas carentes de sentido. Esto no tiene otra explicación que lo que el mismo Hayek llamó la pretensión del conocimiento.

Como no esperar que un joven fantasee con el control absoluto de la economía, y, por lo tanto, de nuestras vidas, si las únicas consignas llamativas y accesibles que encuentra en su entorno social son las del colectivismo, el fascismo, el totalitarismo, y (abusando un poco de la figura de Hayek) todas esas formas prácticas que en la teórica se llaman socialismo. Es inocuo pensar que, organizando cientos de coloquios entre intelectuales de muy buen prestigio, pero que son parte del problema de la pérdida de accesibilidad al liberalismo, podrá siquiera este último influir en los devenires políticos de un muchacho cualquiera, aún peor en los de un país entero.

Está en nosotros, los estudiantes por la libertad, construir ese nexo perdido entre las personas que han perpetuado por caminos equivocados; simplemente por el hecho de no tener al alcance un cuerpo teórico y práctico que desmonte sus ambiciones más centralistas.


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