Es común que en Occidente nuestros progres utilicen una serie de descalificaciones en contra de quienes piensan distinto a ellos, ya seamos libertarios o conservadores. Uno de los eufemismos más comunes, si no es el por excelencia, corresponde al de fascista o nazi. Pero, ¿es acertada esta asociación o los progresistas de ayer y hoy han distorsionado los términos?



La gran mayoría de los ciudadanos sabe que la palabra fascista es peyorativa y se usa a menudo para describir cualquier postura política que disguste. No hay nadie por ahí que esté dispuesto a levantarse y decir: soy un fascista, creo que el fascismo es un gran sistema social y económico. A pesar de ello, son muchos los progres que dicen ser antifascistas pero cuyas acciones o declaraciones contarían con aplausos por parte de Hitler o Mussolini, sumando otro ítem a su lista de hipocresías.

Oswald Mosley, fundador de la British Union of Fascists nos compartió en 1936 que el nacional socialismo y el fascismo son un mismo movimiento, que tiene diferentes expresiones en diferentes países acorde a sus diferentes características nacionales y raciales. Esta declaración es muy útil, ya que nos da la pauta de que estamos ante un movimiento heterogéneo, cuyas expresiones pueden variar dependiendo de cada país.

Pero a pesar de ciertas variantes, el fascismo es el sistema de gobierno que carteliza el sector privado, planifica centralmente la economía para subvencionar a los productores, exalta el estado policial como fuente de orden, niega derechos y libertades fundamentales a los individuos y hace del poder ejecutivo el amo ilimitado de la sociedad. Si hubiera que sintetizar esta doctrina en una frase sería parafraseando al Duce, si quien dice liberalismo dice individuo, quien dice fascismo dice Estado.

Al escuchar esto, ¿se reconocerían como fascistas los jóvenes latinos que ven al Estado como una mina de oro y quieren extraer privilegios de este, dándole más atribuciones en diversos aspectos de nuestra vida? Ya que, para el fascismo, este es un absoluto y viene siendo un tipo de colectivismo metodológico que supone que la nación o la raza tiene una conciencia y voluntad propia y que el Estado, es su manifestación política. Individuos y grupos quedan subordinados a esta voluntad mayor, en este sentido, es totalitario.

Estas características también las podemos destacar en su concepción económica. Para el fascismo, la economía debe estar sujeta al control y los intereses del Estado, aunque sus seguidores no eran marxistas, presenta similitudes con el sistema socialista. Mientras este último pretende abolir o colectivizar la economía, el fascismo busca regularla completamente. Quedando como un primo hermano del socialismo.

El gobierno administra un sistema mercantilista con una burocracia inmensa. Las empresas y los comercios eran permitidos, pero bajo el timón del Estado y la planificación económica se basaba en el principio de autarquía, exaltando el proteccionismo, controlando las importaciones, el comercio internacional, el tipo de cambio, las inversiones, los salarios y los precios. Del mismo modo, los regímenes fascistas aumentaron exponencialmente el gasto público, estableciendo un enorme Estado de Bienestar.

A los fascistas siempre les ha obsesionado la idea de la grandeza nacional. Para ellos, esto no consiste en una nación de gente que se haga cada vez más próspera, disfrutando de vidas mejores y más largas. No, la grandeza nacional se produce cuando el Estado se dedica a construir enormes monumentos, crear sistemas nacionales de transporte o grandes programas asistencialistas. Un ejemplo actual sería la China continental bajo el régimen del Partido Comunista.

En otras palabras, la grandeza nacional no es lo mismo que su grandeza o la de su familia, empresa o profesión. Todo lo contrario. Le tienen que poner impuestos, el valor de su dinero tiene que depreciarse, su privacidad invadirse y su bienestar disminuirse para conseguirlo. Desde este punto de vista, el gobierno tiene que hacernos grandes. Además de que el militarismo es un punto central del gasto público.

Es necesario desmitificar el supuesto bienestar que se vivió durante la época del fascismo ya que la economía fue deficitaria, las obras públicas, el armamento y los programas estatales se pagaron con deuda y una expansión de la masa monetaria que fue encubierta por los controles de precios y salarios. Las consecuencias eran inevitables y en el caso de que no hubiese ocurrido la Segunda Guerra Mundial, habríamos visto colapsar sus economías por la deuda, la inflación, la escasez y el desempleo. O quizás, frente a la inminente crisis, los lideres hubiesen adoptado tomar el control total de la economía, asimilándose a la Unión Soviética.

En otro ámbito, la religión no queda abolida, sino que se usa como herramienta de manipulación política. El Estado fascista era más astuto políticamente que el comunista. Mezclaba religión y estatismo en un paquete, animando a adorar al creador. En este aspecto destaca el caso del franquismo en España, el cual reformuló lo que se nos dice en Timoteo 2:5: porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre. En el fascismo, Cristo sería reemplazado dado que pasa a ser el Estado quien opera como el intermediario.

Quienes verdaderamente rechazan seguir con las políticas fascistas son aquellos que buscan la descentralización, los que reclaman impuestos más bajos y libre comercio, los que defienden el derecho a asociarse con quien quieran y comprar y vender en los términos que elijan, los que insisten en que pueden educar a sus hijos por sí mismos y los inversores y ahorradores que hacen posible el crecimiento económico. También incluye a los millones de empresarios independientes que están descubriendo que la amenaza número uno a su capacidad de servicio a otros a través del mercado es la institución que afirma ser nuestro mayor benefactor: el gobierno.

Es verdad que el fascismo no tiene un aparato teórico general, no hay alguien como Karl Marx, pero eso no lo hace menos real y distinguible como sistema social, económico y político. Y es una amenaza igual o mayor para la civilización que el socialismo completamente desarrollado. A pesar de que el concepto carece transversalmente de cualquier prestigio, la hipocresía progre ha distorsionado y desinformado a nuestras poblaciones de su verdadero rostro.

En base a lo que nos decía Orwell, que en tiempos de engaño universal decir la verdad se convierte en un acto revolucionario, los defensores de la libertad y una sociedad abierta y libre, los verdaderos enemigos del fascismo, tenemos el deber de enfrentar el engaño que tenemos enfrente. Quienes realmente siguen llevando a cabo sus preceptos: son todos aquellos que utilizan la violencia como arma política, hablan con mentiras y sin evidencia, catalogan de “nazi” a quienes piensan distinto, ponen al Estado por sobre el individuo, quieren colectivizar la esfera privada de las personas y distorsionan la realidad para que encaje con su ideología, apelando a la esperanza, pero trayendo el terror y la miseria que vemos diariamente en nuestra región.


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