Nunca el liberalismo ha tenido tanta preponderancia y popularidad juvenil en Argentina como en el último tiempo. Es por eso que no podemos dejar de tener en cuenta al padre del liberalismo: John Locke.
Sus ideas, revolucionarias para su época, deben ser aprehendidas por todos y cada uno de nosotros, como eje transversal de los cambios fundamentales y la moralidad más vigente que nunca que propugnamos. De este modo, procederemos a analizar sus ideas y la actualidad que tienen.
Nicolás Pierini
Coordinador local de la ciudad de Mar del Plata, Estudiante de la Licenciatura en Ciencias Políticas y del Profesorado en Geografía de la Universidad Nacional de Mar del Plata.
Como padre del liberalismo, John Locke no se encontraba en una posición fácil a la hora de desarrollar un ideario revolucionario para su época y que, tras siglos de desarrollo, alcanzaría una inconmensurable vigencia y actualidad. En ese sentido, los liberales no podemos estar en desconocimiento respecto del ideario que el británico plantea, su filosofía, el contexto en el cual escribió y, por sobre todas las cosas, entender por qué, dicha filosofía tiene tanto que ver con el mundo en el que vivimos y por qué estamos ante una época fundamental en términos comunicativos, morales y filosóficos.
Filosóficamente no podremos desarrollar en demasía el ideario de Locke, pero en términos resumidos podríamos concluir que el padre del liberalismo hace eje en algunos aspectos fundamentales. La propiedad privada, la vida y la libertad, resultan ser las 3 patas de una mesa que retumban hasta hoy como lo fundamental que hace a la esencia humana. Locke nos dice que por los constantes ataques entre hombres en el estado de naturaleza que los humanos experimentamos es que decidimos realizar un consenso social, un contrato en donde adquirimos derechos y seguridad a cambio de la protección de nuestros bienes.
Según esto, los seres humanos recibiríamos a cambio de un tributo y respeto por los consensos legales, un cuidado del fruto del trabajo y nuestro esfuerzo. Esos ataques a la propiedad serían condenados por las ramas del poder que surgen con el contrato social. El ejecutivo, encargado de hacer cosas y dirigir las fuerzas armadas y de seguridad. El legislativo, encargado de dictar leyes que deben ser acatadas por la población. Y el de las relaciones exteriores de cada Estado.
Lo anterior ponía fin y en jaque a una institución que desde siempre los liberales hemos detestado: la monarquía absoluta. En una época de cercado de terrenos en el Reino Unido y de cambio de señoríos feudales a Estados-nación consolidados y principios del capitalismo, los gobernantes absolutos y explotadores de sus súbditos no tenían lugar en el ideario de Locke y en el mundo que se venía. Es en ese sentido que otra vez la propiedad privada recibe atención de los que llevaban el mando de estos cambios. La misma, ya no podía ser abusada por parte del poder de turno y debía ser uso exclusivo y libre del propietario, el sostén de la economía y la vida en sociedad. De este modo, el padre del liberalismo decide poner el foco en los derechos fundamentales que los seres humanos tenemos y en los cuales, según el liberalismo, no debemos claudicar: la vida, la propiedad privada y la libertad.
Explicado el segundo de ellos, procederemos con el primero. La vida, en tiempos donde los vestigios de la inquisición y sus heridas no habían cerrado, era el motor indispensable de desarrollo como seres humanos y de realización del pleno ejercicio del trabajo y la libertad personal. Ésta sencilla y escueta explicación resultó ser demasiado revolucionaria para la época porque iniciaba una serie de cambios culturales y en la manera de pensar de la mayoría de la clase burguesa y el campesinado de la época. Si bien es el principio más fácil de entender, su preponderancia es absolutamente mayor ya no solo para el propio Locke, sino para el futuro de la humanidad y del liberalismo.
Como último eje, la libertad era algo que ahora si terminaba de hacer caer al castillo de naipes de las monarquías del viejo mundo. Hasta ese momento, el campesino y las “clases medias” de artesanos y otros, no tenían más libertad que la de decidir el nombre de sus hijos… Y hasta es discutible. Ahora, Locke le da otro golpe que resulta ser devastador. La libertad de tener un emprendimiento propio, de cercar terrenos, de elegir, con el sistema que sea, a sus representantes y de ese modo, qué tipo de políticas quieren aplicar, es algo revolucionario para la época. Así, las monarquías que se aferraban al poder y sus colonias, no podían sostener mucho más tiempo sus vetustos sistemas, que resultaron en un absoluto declive de las mismas y culminaría con la Revolución Francesa, la independencia de las 13 colonias y con todos los procesos independentistas de América Latina. Si bien de manera concisa hemos esbozado los principios del liberalismo de John Locke, está claro que su ideario es más complicado y mayor y por eso es necesario una explicación más a fondo que será dada en otros tiempos. Aun así, con los puntapiés que dimos, podemos proceder a la cuestión principal del presente escrito: la vigencia de las ideas.
El siglo XXI y en particular la situación en América Latina y en Argentina son los causantes que determinan que más de uno estemos con los ojos abiertos de manera constante ante el peligro que las supuestas “democracias populares” y los gobiernos de “consenso” han determinado en nuestros tiempos. 163 impuestos, ataques a la libertad de expresión, ahogo en todo sentido monetario y fiscal, moral y ético y por sobre todas las cosas del sentido común, son solamente algunas de las aristas del desastre en el que vivimos. De este modo, defender nuestros principios fundamentales no resulta ser solamente una mera cuestión enunciativa, teórica, filosófica o ideológica porque cuando los derechos fundamentales se ven amenazados, igual que cuando un ladrón ingresa en nuestra casa, la única opción es la pelea constante y la defensa acérrima del castillo que tanto nos costó construir. En épocas de inestabilidad internacional, regional y local, no podemos quedarnos de brazos cruzados, y eso es justamente lo que John Locke quería decirnos. Sostener la independencia de los poderes, mantener en una perfecta homeostasis la vida, la libertad y la propiedad privada no son meramente cuestiones que han pasado siglos por su belleza cacofónica, sino que su vigencia radica en una correcta aplicación de y defensa de dichos principios.
Cuando movimientos populares o de izquierda justifican su violento accionar sobre el emprendedor o sobre el individuo de a pie con “solidaridad” o con “robarle al ladrón y devolverle al pueblo”, cuando “en nombre del pueblo” se violan constituciones enteras y se presentan a elecciones figuras dictatoriales, la independencia de poderes y el orden democrático claramente están en jaque y en un nuevo apriete de la violencia de la izquierda. Así como Locke puso contra las cuerdas al Antiguo Régimen y estableció, en gran medida, los cimientos del edificio de los siglos subsiguientes, hoy, en el Siglo XXI, es nuestra responsabilidad volver a poner en boga y en absoluta defensa la libertad de los individuos, el respeto por las instituciones democráticas y la seguridad de nuestras vidas y nuestra propiedad privada, ante los constantes ataques y violaciones al orden democrático de los gobiernos de izquierda.
Cuando se fomentan roturas absolutas de medios de transporte, de industrias, cuando se defienden tomas de parlamentos enteros con motivo de recelo hacia quién había ganado las elecciones, cuando se realizan escraches y se rompen espacios públicos como plazas, cuando el garantismo desvirtúa totalmente los poderes judiciales ayudando a aquellos que violan la propiedad privada, cercenan y hasta perpetúan nuestra libertad y, por sobre todas las cosas, atentan y ponen a nuestra vida contra una cornisa constante del día a día, ese, ese es el momento en el cual los liberales debemos volver a comprender a John Locke y mantener firme el ideario liberal de independencia democrática de los poderes y por sobre todas las cosas de los 3 principios básicos: vida, libertad y propiedad privada
Aquí no se propone un alzamiento en el término físico de la palabra, sino más bien, se solicita un estudio y promoción más profunda de aquellos que somos liberales en una insistencia casi hartante de los 3 principios, porque esa guía cuasi bíblica es lo que ante cada situación de ataque contra nuestra vida, determinará el correcto accionar, a posteriori lo más adecuado que nos ayudará a no dejar, ni una vez más que nuestra voluntad sea aplastada. John Locke no fue un loco, pero si fue un genio, un visionario superior moral, filosófica e intelectualmente y es nuestro deber como liberales, defender ese ideario como si hubiera salido de nuestra propia pluma.
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