Hay victorias que esconden derrotas. Derrotas que auguran reconquistas. La caída del Muro de Berlín representó el primer caso; una trampa de la que los liberales aún no hemos escapado: Pensarnos miembros privilegiados de ese supuesto “fin de la historia”, descuidando las almenaras que iluminaban nuestro futuro.


Mauricio Vázquez

MG en políticas públicas. Cientista Político. Profesor en Eseade y en UADE. Colaborador de Estudiantes por la Libertad Argentina


En las últimas semanas el autoritarismo mostró sus garras. Aunque fueron apenas rasguños (vale esperar nuevos zarpazos), la ponzoña caló profundo. En la república chilena, rebosante ésta de éxitos; ejemplo sólido que por años usamos para enrostrar al adversario nuestra supuesta superioridad ideológica, las llamas del odio y el resentimiento se hicieron presentes haciendo un forzado llamado a reformar la constitución, sin mencionar las decenas de muertos y heridos que habremos de lamentar por siempre.

Mientras tanto, los liberales seguimos sin comprender la amenaza. Refugiándonos en nuestros abreviados claustros, en nuestras cómodas fundaciones, repetimos rutinariamente eslóganes cansinos, siempre llenos de gráficos económicos y supuestos datos duros.

Del mismo modo, defenestramos los sentimientos y las pasiones, al mismo tiempo que endiosamos una racionalidad perfecta, harto probada por la ciencia como inexistente y nos atrevemos a denostar la política, como si ésta, actividad humana por excelencia, fuera a dejar de existir porque nosotros los liberales actuales lo hayamos decidido de un día para el otro  a causa de puro capricho intelectual.

Mientras así satisfacemos la necesidad tan humana de cobijo y calma; pertenencia y sosiego, cumpliendo los rituales que han impuesto los que han fracasado en hacer imperar nuestras ideas, olvidamos los principios eternos de la comunicación, abandonando la calle, el arte y la cultura, como si todas estas manifestaciones humanas pudieran ser recogidas e incluso subyugadas por una mera curva de Walras.

Así, obnubilados por el economicismo, también se ha olvidado nuestros orígenes políticos y revolucionarios, ¡sí, revolucionarios! Aquellos que hicieron de nuestros antecesores ideológicos mujeres, y hombres libres. Los primeros en la historia de la humanidad en decir a viva voz que no importan los linajes ni los apellidos; que no importan los orígenes ni los mandatos, que acá estamos, que estos somos y nada puede impedirnos perseguir nuestra felicidad. Nada de este vigor histórico parecía haber quedado.

Así las cosas, el liberalismo también parecía condenado a la rutina decadente de reunirse de vez en cuando, en mítines color sepia, intentando rememorar triunfos de otras épocas y decenas de intentos fallidos. Mientras a pocos pasos, en cualquier club social, en cualquier escuela, en cualquier universidad o en cualquier red virtual, el adversario sigue con su plan sistemático de apropiarse de todo símbolo para llenarlo de discordia, envidia y violencia potencial. Digo parecía, y hago énfasis ese tiempo verbal, porque hace algunos meses que he vuelto a recobrar la esperanza de algo pueda cambiar. En cada charla a la que asisto, en cada muro de Facebook o feed de Instagram, veo cientos de jóvenes comprometidos con las ideas de la libertad. Carentes de dogmatismo, inundados de vitalidad, comprometidos con el librepensamiento y el certero tamiz que deviene de la voluntad de no solo pensar e investigar (pilares imprescindibles) sino también de la acción y el hacer; tamiz que rectifica al intelecto y lo lleva de lo deseable a lo posible y desde ahí hasta la victoria final.

Decía al comienzo que hay victorias que esconden derrotas y derrotas que auguran reconquistas. Los golpes que nos han propinado en las últimas semanas, el retroceso en la vida pública que hemos sufrido en las últimas décadas, en toda la región, son derrotas, sin duda; pero unas que auguran una victoria que se encuentra inexorablemente por delante. ¡Finalmente hay una generación que ha comprendido, que puede existir y que debe existir, un liberalismo en zapatillas, que recupere las banderas, que se cante en las calles, que se defienda en los claustros, que realmente sea vanguardia y retaguardia de la vida en libertad!

El liberalismo será popular, o no será.


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